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El único regalo que quiero de Santa

Yariel Valdés González permanece bajo custodia de ICE en Luisiana

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Yariel Valdés González, un colaborador del Washington Blade de Cuba que permanece bajo custodia del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) en Luisiana, sostiene una pulsera de “libertad” durante una llamada de video con Michael K. Lavers, el editor de temas internacionales del Blade, el 4 de diciembre de 2019 (Captura de pantalla por Michael K. Lavers)

Nota del editor: Yariel Valdés González es colaborador del Washington Blade que ganó asilo político en Estados Unidos el 18 de septiembre. Permanece bajo custodia de ICE (el Servicio de Inmigración y Aduanas) en Bossier Parish Medium Security Facility en Plain Dealing, Luisiana, porque el fallo del juez de inmigración en su favor ha sido apelado.

PLAIN DEALING, La. — En mi tierra natal, Cuba, Santa Claus nunca ha sido muy reconocido. La dictadura comunista no da cobija a ese personaje obeso y amable que, según ellos, lo único que hace es inyectar una imagen en los niños para disfrazar el “consumismo capitalista” que sostiene a los Estados Unidos. Sin embargo, los niños y los adultos cubanos adoramos el espíritu navideño que trae Santa cada diciembre. Así pues, decoramos arbolitos, nos reunimos a cenar y a compartir en familia y hasta los mas pequeños, y otros no tanto, recibimos y entregamos algunos regalos antes de que acabe el año viejo o el Día de Reyes Magos. Contradictoriamente, las tiendas en Cuba, gestionadas todas por el gobierno, quedan adornadas con luces y pinos artificiales, no por la Navidad, sino para festejar el fin de un año y un nuevo aniversario del triunfo de la Revolución Cubana cada primero de enero.

¡Eso es lo que interesa!

El régimen mantiene su fachada anti-navideña, una especie de “mundo paralelo” en el que solo ellos viven, pues los cubanos ya estamos cansados de tanta actuación falsa y ridícula. Tanto es así que yo mismo tuve que varias veces morderme la lengua (no literalmente claro) mientras trabajaba como presentador en la radio de mi ciudad porque jamás podía mencionar la palabra “Navidad”. Ese vocablo provocaba y provoca aun hoy el terror entre los directivos de cualquier medio de comunicación oficialista, donde no se puede legitimar esa tradición tan poco comunista. De ahí que Santa nunca haya salido por la Televisión Cubana o en los periódicos. Para el gobierno, el espíritu de Santa y todo lo que ello representa es una incitación a demasiadas frivolidades, propias del “enemigo del Norte” y que pueden “contaminar” ideológicamente a su pueblo. De modo que la Navidad cubana viene a ser un poco clandestina, medio ilegal, “underground”, presente para el pueblo e inexistente para los gobernantes. Así de compleja y ambivalente es mi Cuba. Pese a esa realidad, siempre disfrute a mi manera de la Navidad en mi país por la oportunidad de reunirme con mi familia y pareja, rodeados por esa sensación de felicidad y amor. Sin embargo, también espero con ansias mi primera “Christmas” en los Estados Unidos, y no solo por los regalos, como muchos pudieran pensar.

Decoraciones navideñas en una cafetería en La Habana en diciembre de 2018. (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

A este país llegué a finales de marzo de 2019 para solicitar asilo político, impulsado por la persecución que sufrí en Cuba por mi trabajo como periodista independiente. En la isla enfrenté sanciones laborales e ideológicas en la prensa oficial, expulsión del sistema de medios de comunicación del gobierno, interrogatorios y detenciones arbitrarias, prohibiciones de salida del país para eventos periodísticos, así como el asedio voraz y desmedido de los agentes del régimen en mi vecindario, hacia mi familia y amigos. Todo como parte de esa estrategia para perseguir e infundir miedo a los reporteros libres, a quienes no pueden controlar ni censurar. En Cuba no existe libertad de expresión y mucho menos de prensa. El único partido comunista, con un reinado absoluto de mas de 60 años, se encarga de controlar cada palabra escrita y dicha. La relación partido-medios de comunicación es como la relación amo-esclavo. Si no obedeces sus órdenes, las consecuencias serán claramente funestas. Esas son las reglas de ese juego de poder: Injustas y totalitarias.

Con mucha suerte pude escapar de aquel inframundo y seis meses después de mi arribo a este país, el 18 de septiembre de este año, el juez de inmigración Timothy Cole dictaminó que era merecedor de un asilo. Me concedía así la protección que tanto había buscado y por la cual huí de mi país, dejando detrás a mi familia, a mi novio y a mis amigos-colegas, quienes actualmente continúan viviendo una verdadera cacería de brujas, por el simple motivo de contar la verdad sobre Cuba.

Últimamente, la represión contra los profesionales de la prensa independiente cubana ha ascendido a niveles altamente preocupantes con arrestos domiciliarios, detenciones ilegales por varios días, violencia física y psicológica, registros y confiscación de equipos de trabajo, acosos y amenazas en persona o a través de las redes sociales por intermedio del denominado “ciberbulling”, orquestado por un ejército de combatientes digitales.

Igualmente, se han incrementado las prohibiciones de viajar fuera de la isla a eventos y conferencias profesionales bajo el absurdo pretexto de que la prensa independiente está al servicio de potencias extranjeras, que la financian para lograr un cambio de régimen en Cuba y otras barbaridades. Eso y mucho más es lo que me espera en Cuba si me viera obligado a regresar. Ahora la posibilidad de ser deportado está latente otra vez, pues el ICE apeló mi asilo otorgado en septiembre y en estos momentos continúo encarcelado mientras una corte superior, integrada por tres jueces en Virginia, someten mi caso a una segunda valoración.

Tienen, literalmente, mi vida y mi futuro en sus manos.

Muchos pudieran pensar que soy demasiado dramático, pero quienes piensan diferente a la dictadura cubana y además lo manifiestan públicamente en reportes periodísticos a través de Internet destapan la ira más feroz de la fiera. Los freelancers somos considerados una ” amenaza a la Seguridad Nacional”, peligrosos traidores subversivos, que no merecen ni el aire que respiran y si de paso pertenecen a la comunidad LGBTQ, el castigo será doble, pues la isla en los últimos tiempos no ha temido en revelarse tal y como verdaderamente es: Una tiranía intolerante y homofóbica. Mi colaboración con publicaciones que Cuba tilda como “contrarrevolucionarias y subversivas” como Tremenda Nota, el medio socio del Washington Blade en Cuba, CubaNet y otras como YucaByte o este propio semanario, a cuyo editor internacional Michael K. Lavers tienen en la lista de “prohibidos” de entrar a Cuba, me han hecho una persona “non grata” para el gobierno y como tal temo ser tratado si pusiera un pie en la isla. Pueden tener la seguridad de que jamás hubiera renunciado al abrazo de mi mamá o el beso cariñoso de mis ancianos abuelos si realmente mis derechos elementales como ser humano no hubieran sido vilmente pisoteados y mi vida no estuviera en peligro. Supongo que fue el instinto de supervivencia el que me hizo cerrar los ojos y abandonar repentinamente esos lazos de sangre y amor.

Ya hace casi ocho meses que continúo luchando, desde el interior de una prisión, por mi salvación. En lo profundo del sur americano, en la detención Bossier Parish Medium Security Facility, en Luisiana, intento mantener el optimismo y la fe, aunque cada día que pasa este encierro me marchita un poco las esperanzas. Solo el apoyo constante de mi familia en Miami y en Cuba, mi abogada, así como de mis más cercanos amigos y colegas en este país y en la isla han evitado mi colapso emocional, al verme en un callejón sin salida.

Cada noche antes de dormir rezo porque se haga justicia nuevamente, porque esos jueces consideren que sí merezco la oportunidad de vivir sin miedo en esta gran nación. Solo espero que ratifiquen la decisión del juez Cole, tomada ya hace más de dos meses. Sin dudas, sería el mejor obsequio que me podría traer esta Navidad. Como niño ilusionado espero que Santa Claus conduzca su trineo hasta Luisiana y me entregue el único regalo que fervientemente le pido a cada minuto: Libertad.

¡Libertad!

Maykel González Vivero, director de Tremenda Nota, el medio socio del Washington Blade, en la sede del Blade en Washington el 6 de junio de 2019. El gobierno cubano la semana pasada no permitió a González de salir del país. (Foto de Michael Key por el Washington Blade)
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Colombia

Colombia anunció la inclusión de las categorías ‘trans’ y ‘no binario’ en los documentos de identidad

Registraduría Nacional anunció el cambio el 28 de noviembre

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(Foto via Bigstock)

OrgulloLGBT.co es el socio mediático del Washington Blade en Colombia. Esta nota salió en su sitio web.

Ahora los ciudadanos colombianos podrán seleccionar las categorías ‘trans’ y ‘no binario’ en los documentos de identidad del país.

Este viernes la Registraduría Nacional del Estado Civil anunció que añadió las categorías ‘no binario’ y ‘trans’ en los distintos documentos de identidad con el fin de garantizar los derechos de las personas con identidad diversa.

El registrador nacional, Hernán Penagos, informó que hizo la inclusión de estas dos categorías en los documentos de: registro civil, tarjeta de identidad y cédula de ciudadanía.

Según la registraduría: “La inclusión de estas categorías representa un importante avance en materia de garantía de derechos de las personas con identidad de género diversa”.

Estas categorías estarán en el campo de ‘sexo’ en el que están normalmente las clasificaciones de ‘femenino’ y ‘masculino’ en los documentos de identidad.

En 2024 se inició la ejecución de diferentes acciones orientadas implementar componentes “‘NB’ y ‘T’ en el campo ‘sexo’ de los registros civiles y los documentos de identidad”.

Las personas trans existen y su identidad de género es un aspecto fundamental de su humanidad, reconocido por la Corte Constitucional de Colombia en sentencias como T-236/2023 y T-188/2024, que protegen sus derechos a la identidad y no discriminación. La actualización de la Registraduría implementa estos fallos que ya habían ordenado esos cambios en documentos de identidad.

Por su parte, el registrador nacional, Penagos, comentó que: “se trata del cumplimiento de unas órdenes por parte de la Corte Constitucional y, en segundo lugar, de una iniciativa en la que la Registraduría ha estado absolutamente comprometida”. Y explicó que en cada “una de las estaciones integradas de servicio de las más de 1.200 oficinas que tiene la Registraduría Nacional se va a incluir todo este proceso”.

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Noticias en Español

Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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