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Orgullo LGBTI+: Las embajadas estadounidenses que ʻdesafiaronʼ al Departamento de Estado

Mike Pence el lunes confirmó la prohibición de la práctica

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La bandera arcoíris fue colgada a la vista de los transeúntes en la Embajada de Estados Unidos en Seúl, Corea del Sur. (Foto: Tomada de la página de Facebook de la embajada)

Nota del editor: Tremenda Nota es el medio socio del Washington Blade en Cuba. Esta nota salió en su sitio web el miércoles.

El Gobierno estadounidense prohibió a sus embajadas alrededor del mundo izar la bandera arcoíris –emblema del orgullo gay, lésbico, bisexual y trans desde 1970–, según confirmó este lunes el vicepresidente norteamericano Mike Pence a la cadena de televisión NBC News.

“Tengo conocimiento de que el Departamento de Estado indicó que en el asta de nuestras embajadas solo debe izarse una bandera y esa es la bandera de Estados Unidos. Yo apoyo eso”, dijo el funcionario.

Las normas del Departamento de Estado permiten que otras banderas diferentes a la norteamericana ondeen en las embajadas del país, pero las sedes diplomáticas deben obtener una autorización específica de Washington para izar otras insignias.

Si bien la administración anterior había indicado que las banderas arcoíris tenían que ser más pequeñas que la bandera de Estados Unidos y que debían ondear por debajo de la insignia nacional, las sedes diplomáticas obtenían el permiso para izar las insignias del Orgullo LGBTI+ sin inconvenientes. En 2016, las aprobaciones se dejaron a cada embajador o jefe de misión, asegura The Washington Post.

En mayo de 2018 la Embajada de los Estados Unidos en La Habana exhibió la bandera arcoíris en su cerca perimetral (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

Sin embargo, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el proceso cambió. Cuando Mike Pompeo –un cristiano evangélico que define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer– se convirtió en Secretario de Estado, la administración bajó el nivel de las celebraciones por los derechos LGBTI+.

No obstante, el 31 de mayo de 2019 Trump tuiteó que su gobierno había “lanzado una campaña global para despenalizar la homosexualidad e invitar a todas las naciones a unirse” a los esfuerzos de Estados Unidos. De hecho, la iniciativa la encabeza el embajador estadounidense en Alemania, Richard Grenell, la persona abiertamente homosexual de más alto rango en la administración Trump.

“Al celebrar el Mes del Orgullo LGBT y reconocer las contribuciones sobresalientes que las personas LGBT han hecho a nuestra gran Nación, también nos solidarizamos con las muchas personas LGBT que viven en docenas de países de todo el mundo que castigan, encarcelan o incluso ejecutan a personas sobre la base de su orientación sexual”, también escribió Trump en Twitter.

Sin embargo, el discurso del actual mandatario contradice otras declaraciones y hechos que han tenido lugar a lo largo de su administración. Aunque Trump se convirtió en el primer presidente republicano en referirse a la celebración del Orgullo LGBTI+, el mandatario también ha impulsado o aprobado políticas discriminatorias hacia la comunidad, tales como las nuevas normas y prohibiciones que limitan o prohíben la incorporación de las personas trans a las Fuerzas Armadas.

El periódico Washington Blade, la fuente más antigua de noticias LGBTI+ en Estados Unidospublicó hace varias semanas una lista de las acciones (positivas o no) de Trump con impacto directo en la comunidad de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales desde la celebración del Orgullo LGBTI+ de 2018.

El artículo del Blade también asegura que “apenas en el año transcurrido desde el último Orgullo, la cantidad de acciones anti-LGBT de la administración Trump empequeñece la cantidad de acciones positivas de su presidencia para la comunidad LGBT”.

A pesar de la prohibición de izar la bandera del Orgullo LGBTI+ este año, un reporte de The Washington Post confirma que recientemente varias embajadas norteamericanas exhibieron la bandera arcoíris en homenaje al medio siglo de los Disturbios de Stonewall.

Las embajadas de Estados Unidos en Corea del Sur, India, China, Nepal, Chile y Austria lucieron las banderas arcoíris. El Consulado General de la ciudad india de Chennai publicó un video en Youtube para iniciar las celebraciones por el Mes del Orgullo LGBTI+. En las imágenes, el cónsul de los Estados Unidos en Chennai habla de espaldas a la sede del consulado, donde cuelga una bandera arcoíris gigante.

Según The Washington Post la embajada norteamericana en Viena colgó la insignia multicolor, y la de Santiago de Chile incluso la izó. En Jerusalén, reporta el diario, los diplomáticos norteamericanos se unieron a una Marcha por el Orgullo y la Tolerancia. Varios embajadores tuitearon sus propias fotos en los desfiles locales del Orgullo LGBTI+.

Aun cuando las embajadas no interpretaron las orientaciones de Washington como una prohibición estricta, la cadena NBC News asegura que este año todas las solicitudes para izar la bandera arcoíris en las sedes diplomáticas de Estados Unidos en el extranjero fueron rechazadas por el Departamento de Estado.

Sin embargo, cuando los periodistas preguntaron a Morgan Ortagus, un portavoz del Departamento de Estado, si las embajadas que exhibieron la bandera LGBTI+ estaban violando las orientaciones de Mike Pompeo, Ortagus respondió categóricamente que no. El funcionario también negó que las embajadas de Estados Unidos desafiaran la política del Departamento de Estado. “No hay violación”, se limitó a afirmar.

¿Qué pasó en La Habana?

Aunque fue menos atrevida que sus semejantes en otros países, el 17 de mayo de 2019, Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia (Idahot, por sus siglas en inglés), la Embajada de los Estados Unidos en la capital cubana lució la bandera arcoíris.

“Exhibir la bandera arcoíris fue un gesto que muestra nuestro total compromiso con los derechos humanos, de los cuales los derechos de la comunidad LGTBI forman parte”, respondió la Embajada estadounidense en Cuba ante la consulta de Tremenda Nota.

Una semana antes los diplomáticos ya habían denunciado la represión de la Seguridad del Estado contra activistas independientes participantes en la marcha alternativa LGBTI+ celebrada en La Habana.

“Observamos de cerca que #LaMarchaAlternativa comenzó pacíficamente, pero luego hubo detenciones agresivas. El régimen le niega al pueblo cubano sus derechos fundamentales. Estamos con el pueblo de #Cuba. #CubaDiversa #LaMarchaVa #IDAHOT”, publicó la embajada en su cuenta oficial de Twitter.

Además, en la portada de sus redes sociales (Facebook y Twitter) la sede diplomática también compartió una imagen alusiva al mes del Orgullo LGBTI+.

Por su parte, las embajadas de Suecia y Noruega en La Habana celebraron el Día Mundial de la Lucha contra la Homofobia, la Bifobia y la Transfobia –además del Mes del Orgullo Gay– con un amplio programa cultural. La sede diplomática de Suecia mantiene izada la bandera de la diversidad desde mayo. Además, las representaciones diplomáticas de Suecia y Noruega en Cuba organizaron el Festival de Cine Nórdico LGBTIQ+, que tuvo lugar en La Habana, Camagüey, Pinar del Río y Santiago de Cuba.

Cuatro días después de celebrar que la Organización Mundial de la Salud haya eliminado la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales hace 29 años, la embajada sueca publicó en Facebook: “Sabemos que ya pasó el 17 de mayo, pero la bandera de arcoíris sigue ondeada [sic] en la embajada. ¿Por qué? Porque el trabajo para defender los derechos de la comunidad LGBTIQ+ sigue”.

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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