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Cinco personas LGBTQ amenazadas tras discurso racista y de odio del alcalde de San Pedro Sula

Roberto Contreras: ‘Prefiero’ bandera garífuna que una bandera de la diversidad sexual

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(Foto cortesía de Reportar sin Miedo)

Reportar sin Miedo es el socio mediático del Washington Blade en Honduras. Esta nota salió en su sitio web el 17 de abril

SAN PEDRO SULA, Honduras — En medio de cordones policiales, unas 50 personas de los colectivos LGBTIQ+ y afro llevaron a cabo el viernes 14 de abril un plantón frente a la alcaldía de San Pedro Sula. Su objetivo era denunciar la actitud racista y discriminatoria del alcalde Roberto Contreras, ya que el 12 de abril, en el parque central sampedrano, dio un discurso de odio contra la diversidad sexual y la población afrodescendiente.

“Prefiero cien mil veces portar esta bandera garífuna que una bandera de la diversidad sexual. Me siento bien entre mis negros bellos de Power Chicken”, dijo ese día Contreras. Sus palabras despertaron el asco y el repudio de las poblaciones más vulnerabilizadas de Honduras. 

En consecuencia, el equipo de Reportar sin Miedo llegó el 14 de abril a las 9:00 a.m. a la alcaldía de San Pedro Sula para conocer de primera mano las reacciones durante la protesta. Bajo el calor ardiente típico de esta época, el grupo de manifestantes hizo ondear banderas LGBTIQ+ y del orgullo garífuna en la parte baja de las astas, ya que no pudieron colocarlas en la parte superior. 

A continuación, los colectivos se instalaron hombro con hombro frente al edificio de la municipalidad, portando la bandera del arcoíris, la trans, la bisexual, la lésbica y la incluyente. Habían acudido al lugar con el objetivo de reclamar por lo que consideran un atentado cometido por el alcalde contra las poblaciones más violentadas del país.     

Aunque constatamos que el plantón fue en todo momento pacífico, la policía desplegó un cordón digno de una película de acción de Netflix. Al menos 20 agentes policiales se dispersaron por la zona y se apostaron frente a las puertas del edificio para tapar la entrada. Su actitud fue considerada intimidante por el Comité LGBTIQ+ del Valle de Sula.

“Estas son órdenes de Roberto Contreras donde no permite una manifestación pacífica y jamás permitirá izar una bandera LGBTI+ lo hemos pedido con permiso y nos lo ha negado”, expresó Osman Lara, presidente del Comité LGBTIQ+ del Valle de Sula, quien enfatizó que en otras manifestaciones no habían tantos agentes resguardando el lugar. 

Esta veloz acción policial motivó las críticas del Comité. Sus integrantes la calificaron como una medida intimidatoria con el propósito de impedirles llevar a cabo el plantón pacífico.   

Javier Carrington, de la Asociación Iguales, narró cómo fueron agredidos por el alcalde el pasado 12 de abril. También Sofía Carbajal, del Colectivo Color Rosa Mujer Trans, se dirigió al público para relatar otros casos de discriminación cometidos por autoridades sampedranas.

Sin embargo, a pesar de los testimonios sobre la violencia que ha cometido en varias ocasiones contra las poblaciones en situación de vulnerabilidad, Contreras insistió en que no ha insultado a nadie.

“Dije claramente que prefería usar la bandera de los garífunas a la de la diversidad sexual. ¿Dónde está el insulto?”, dijo Contreras ante periodistas al mediodía, poco después del plantón en la alcaldía. 

El alcalde dio estas declaraciones en el estadio Francisco Morazán, adonde llegó para revisar las reparaciones de la grama que se llevan a cabo en ese centro deportivo.  

“Dije diversidad sexual de los animales, en lo que son los humanos. Yo no tomé el nombre de una persona para ofender a nadie. Creo que se está queriendo hacer un terremoto de algo que ni siquiera merece la atención. ¿Qué es diversidad sexual? ¿Si alguien me explica a mí qué es diversidad sexual?”.  

A continuación, Contreras se disculpó con la diversidad sexual ante los periodistas presentes en el estadio Morazán. “Me disculpo con la diversidad sexual en público en este momento”, dijo.

Osman Lara aseguró que la actitud del alcalde es fóbica y racista y causa profundo odio. No es la primera vez que Contreras da un discurso de odio, agregó Lara, pues hizo algo parecido el 17 de mayo de 2022, cuando no permitió izar la bandera LGBTIQ+ en el parque central de San Pedro Sula.

Esa mala experiencia se repitió el viernes 14, cuando policías no dejaron otra vez que los colectivos izaran la bandera del orgullo diverso.

Alexa Solórzano, gobernadora del departamento de Cortés, asistió al plantón y expresó que no puede ser posible que estos comentarios irresponsables estén generando mensajes de odio. 

“No fuimos electos para generar odio. Los pueblos originarios y la comunidad garífuna es diversa también y por eso se deben respetar sus derechos. Aunque él (Roberto Contreras) no comparta, tiene que respetar. Sus mensajes no pueden motivar el odio y también la diversidad lo tiene en el puesto de poder. El pensamiento del señor alcalde no es el mismo de la presidenta Xiomara Castro”. 

De nuevo impiden izar la bandera

Después del plantón frente al edificio de la municipalidad, los colectivos se dirigieron  a la zona donde se encuentran las astas para las banderas en el parque central de San Pedro Sula.

Su objetivo era izar las banderas del arcoíris, trans, bisexual y de la inclusiva. Sin embargo, de nuevo los policías municipales reaccionaron con una velocidad inaudita e impidieron que los colectivos elevaran sus símbolos para hacerlos flamear en el cielo de la ciudad.

Es la segunda vez que las autoridades impiden con violencia que las poblaciones diversas utilicen los lugares públicos para mostrar sus símbolos. La acción policial del viernes 14 de abril repite lo sucedido hace cerca de un año, cuando el alcalde Roberto Contreras también impidió que los grupos diversos hicieran ondear sus banderas.

A continuación, el diputado LGTBIQ+ Víctor Grajeda les pidió a los policías que dejaran a los colectivos izar las banderas. 

Tras la petición del diputado estalló un enfrentamiento de un minuto entre policías y miembros de los colectivos. Los agentes seguían empecinados en impedir que la población usara el espacio público. 

Al final, tras una nueva discusión, la policía permitió que los colectivos elevaran las banderas hasta la parte más baja de las astas situadas en el corazón del parque central.  

Después de elevar las banderas hasta la cuarta parte de las astas, las personas LGTBIQ+ pronunciaron discursos contra la actitud del alcalde Contreras. Además denunciaron que varias personas de la diversidad sexual han recibido amenazas y sufrido violencia tras las palabras del funcionario municipal.

Las amenazas y los bots

Víctor Grajeda, el primer diputado abiertamente gay del Congreso Nacional de Honduras, escribió en Twitter que había recibido una amenaza de parte de una cuenta de la misma red social donde aparecía un hombre con una Ak-47 diciéndole: “Estamos listos para exterminar a todos estos culeros”. 

Grajeda denunció a Roberto Contreras de que, si algo le pasa, es su responsabilidad. “Sí realizamos un plantón pacífico. Lo que no tiene nada de pacífico es el discurso y reacciones que el alcalde genera con su boca”. 

“Cualquier muerte, crimen o violencia contra las personas LGBTIQ+, hacemos público que responsabilizaremos a Roberto Contreras por emitir esos discursos de odio”. Además, Vienna Ávila, directora de la Asociación Feminista Trans (AFET), señaló que varias mujeres trans habían sufrido amenazas por estos discursos. 

Reportar sin Miedo ha logrado documentar al menos 100 cuentas en Twitter, Instagram y Facebook creadas por bots o manejadas por perfiles falsos, queriendo incidir en la opinión a favor del alcalde Roberto Contreras. Muchas de estas cuentas apenas tienen seguidores, tienen fotos falsas o hechas con inteligencia artificial y son de reciente creación.

Javier Carrington solicitó a Josué Cover, director de comunicaciones del alcalde Roberto Contreras, que deje de ser “partícipe de estas humillaciones y violaciones de derechos humanos porque él siempre que estamos en un lugar público asesora al alcalde para que nos invisibilice”.  

En entrevista para Reportar sin Miedo, Josué Cover lamentó las declaraciones de Carrington. Enfatizó que Roberto Contreras es el único relacionista público de la Municipalidad de San Pedro Sula. 

Cuando se le preguntó si el presupuesto de la alcaldía es usado para pagar campañas digitales en contra de sus adversarios, lo negó rotundamente. “Tenemos un presupuesto de nueve millones al año y está distribuido en pago de planillas, campañas sociales y publicaciones como licitaciones y plan de arbitrios”. 

Por otro lado, Reportar sin Miedo documentó al menos cuatro casos de personas que tras participar en en el plantón sufrieron persecución física, acoso, intimidación y amenazas directas contra sus vidas por grupos que se hacen llamar “organizaciones más grandes de Honduras”.

Al mismo tiempo, Reportar sin Miedo ha sufrido una campaña digital contra integrantes de su equipo de trabajo. También, varios hackers han intentado ingresar a nuestras cuentas en redes sociales por medio de links engañosos y otras tácticas que atentan contra la libertad de expresión y prensa. 

Los seguidores de Roberto Contreras justifican el discurso de odio y racismo de su alcalde basándose en la libertad de expresión. 

En el 2021 entrevistamos al abogado Dumas Rodríguez, el abogado especialista en Libertad de Expresión en Honduras. Esto nos dijo sobre los límites de la libertad de expresión: “El artículo 13, inciso 5, de la Convención Interamericana de Derechos Humanos expresa que está prohibida por la ley toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional”. 

Voces diversas

Para Jensy Ávila, militante del Movimiento Diversidad en Resistencia (MDR), el discurso de Roberto Contreras es una herramienta para vulnerabilizar a las otras minorías por estas formas las mujeres seguimos siendo instrumentalizadas “seguiremos peleando nuestros derechos”. 

Gabriela Rendondo, directora del Colectivo Unidad Color Rosa, aprovechó la oportunidad para recordarle al Estado de Honduras que cumpla con la sentencia de Vicky Hernández. “No vamos a permitir discursos de odio contra nuestras poblaciones, seguiremos luchando por una ley de identidad de género”.

También los colectivos de LGBTIQ+ de Ofraneh condenaron el discurso de Roberto Contreras, alcalde de San Pedro Sula. 

“Solicitamos a todas las entidades de derechos humanos nacionales e internacionales y a la presidenta Xiomara Castro que le exijan (a Roberto Contreras) una disculpa pública y que se le aplique el marco normativo vigente de protección para las personas LGBTI contenido en el actual código penal, Articulo 321, en el cual se tipifica el delito de discriminación”.

German Aguirre, joven afrodescendiente  LGBTIQ+, expresó a Reportar sin Miedo que el discurso de Contreras lo ofendió y vulnerabilizó. “La cultura garífuna no sólo se necesita para la política ni para difundir discursos de odio. Actualmente, la comunidad LGBTIQ+ garífuna es invisibilizada por las autoridades políticas del país”. 

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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