Central America
Honduras government admits responsibility for transgender woman’s murder
Vicky Hernández killed in San Pedro Sula shortly after 2009 coup
The government of Honduras on Monday publicly acknowledged it is responsible for the 2009 murder of a transgender activist.
Vicky Hernández was a trans activist and sex worker with HIV who worked with Colectivo Unidad Color Rosa, an advocacy group that is based in San Pedro Sula, the country’s second largest city.
Hernández’s body was found in a San Pedro Sula street on June 29, 2009, hours after the coup that ousted then-President Manuel Zelaya from power. Hernández and two other trans women the night before ran away from police officers who tried to arrest them because they were violating a curfew.
The Inter-American Court of Human Rights last June issued a landmark ruling that found Honduras responsible for Hernández’s murder. The admission was part of the settlement.
Solicitor General Manuel Antonio Díaz Galeas and Foreign Minister Eduardo Enrique Reina García were among those who attended Monday’s ceremony that took place in front of Colectivo Unidad Color Rosa’s offices. President Xiomara Castro, who took office in January, participated virtually.
Kerry Kennedy, president of Robert F. Kennedy Human Rights, which represented Hernández’s family alongside Cattrachas, a lesbian feminist human rights group that is based in the Honduran capital of Tegucigalpa, also attended alongside Hernández’s mother, Rosa Hernández.
“We should love our children for who they are because they come from the womb,” said Rosa Hernández. “No one has a right to take a life.”
Kennedy noted the Honduran government “has taken the first steps by publicly acknowledging and taking responsibility and apologizing for murdering Vicky.”
Dona Rosa, you are such a beautiful soul. Thank you for trusting us with the fight for justice for your daughter. #JusticiaParaVicky pic.twitter.com/P44ANwbtNV
— Kerry Kennedy (@KerryKennedyRFK) May 9, 2022
Violence and discrimination based on gender identity and sexual orientation remains pervasive in Honduras.
Thalía Rodríguez, a prominent trans activist, was killed outside her Tegucigalpa home on Jan. 11. Cattrachas notes she and Hernández are two of the more than 400 LGBTQ people who have been killed in the Central American country since 2009.
The Inter-American Court of Human Rights ordered Honduras to pay reparations to Hernández’s family and enact laws that protect LGBTQ people from violence and discrimination. Kennedy in her statement noted Castro has pledged “to making these necessary reforms.”
El Salvador
El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ
Entidades estatales son los agresores principales
En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.
Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.
El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.
Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor
El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.
Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:
- 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
- 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
- 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.
A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.
Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:
“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”
Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.
El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.
El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso
El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.
“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.
La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.
Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.
Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.
Educación negada, derechos anulados
Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:
“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”
Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.
Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.
Organizaciones en resistencia
Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.
Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”
Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.
Matar sin balas: la anulación de la existencia
“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.
Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.
En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.
El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.
El Salvador
Discriminación transfóbica en la BIANES de El Salvador
Mujer trans denuncia agresión por parte del personal de seguridad
La Biblioteca Nacional de El Salvador (BINAES), considerada un símbolo del desarrollo cultural y tecnológico del país, se ha visto envuelta en una denuncia de discriminación que pone en el centro del debate los derechos humanos de las personas trans en el país.
Daniela Alfaro, activista independiente y estudiante de la Universidad de El Salvador, asegura haber sido víctima de un acto de violencia verbal y discriminación el 13 de octubre, cuando el personal de seguridad de la institución le prohibió el uso del baño de mujeres, a pesar de que —según relata— lo ha utilizado en múltiples ocasiones sin inconvenientes.
“Un vigilante me dijo que yo tenía que entrar al baño de hombres y decidí decirle que quería hablar con el jefe. Llegó tanto el jefe de la BINAES como el jefe de seguridad, y ambos se pusieron a estarme humillando por mi condición de mujer trans”, declaró Alfaro al medio Washington Blade.
Según su testimonio, los encargados le argumentaron que “no existe ninguna ley que les obligue a respetar” su identidad de género. Además, le advirtieron que, si insistía en usar el baño de mujeres, podría ser detenida.
“Me dijeron que había una orden desde arriba que nos prohibía a nosotras ingresar a los baños de mujeres. Entonces me amenazaron que si volvía y no usaba los baños de hombres me iban a llevar detenida”, añadió.
El incidente, ocurrido en un espacio público de carácter nacional, expone la falta de garantías legales hacia la población LGBTQ y evidencia cómo la ausencia de una Ley de Identidad de Género continúa vulnerando la dignidad y los derechos fundamentales de las personas trans en El Salvador.
Una denuncia por dignidad y derechos humanos
Tras el suceso, Alfaro presentó una denuncia formal ante la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), en la que relata con detalle los hechos acontecidos y solicita la intervención del Estado para garantizar su derecho a la igualdad y a la no discriminación.
En su denuncia, Alfaro escribió:
“El señor Iván Baires (Coordinador de Servicios de Información) ratificó que yo tengo que utilizar el baño de hombres, menospreciando en todo momento mi identidad y expresión de género ya que dijo que ellos no están en la obligación de respetar tratados internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos que El Salvador firmó, comprometiéndose en el trato digno de sus ciudadanos”, relató.
Alfaro le explicó a las autoridades de la biblioteca que estas acciones ponían en riesgo su integridad y su imagen, ya que los prejuicios sociales pueden provocar malentendidos o incluso agresiones físicas y sexuales. Sin embargo, la respuesta fue aún más hostil.
La activista denuncia que en ese momento fue rodeada por aproximadamente diez personas, quienes la intimidaron “como si fuera una delincuente”, solo por ejercer su derecho al uso de los espacios públicos.
Una biblioteca moderna con prácticas excluyentes
La BINAES fue inaugurada en noviembre de 2023 como parte del megaproyecto impulsado por el gobierno salvadoreño con apoyo de la Embajada de China. Con modernas instalaciones, espacios de estudio, zonas tecnológicas y acceso a internet gratuito, el proyecto fue presentado como un ejemplo del desarrollo cultural y educativo del país.
Sin embargo, Alfaro denuncia que ese mismo espacio que promueve la inclusión tecnológica, reproduce prácticas de exclusión social.
“La Biblioteca Nacional de El Salvador es una donación de la Embajada China para nosotros los salvadoreños, pero los dueños actuales generan mucho maltrato a las personas transgénero”, expone en su denuncia.
Daniela explica que asiste frecuentemente a la biblioteca para utilizar las computadoras, ya que no cuenta con una propia y las necesita para redactar su tesis universitaria, requisito indispensable para su graduación en la Universidad de El Salvador.
“Actualmente no tengo los recursos para tener una computadora en mi casa, por ello asisto a la BINAES para elaborar mi trabajo de tesis y poder graduarme. Este trato hostil y denigrante me lleva a abandonar las oportunidades que me permitan crecer y desarrollarme plenamente.”
El acceso a espacios públicos sin discriminación forma parte del derecho universal a la educación, la cultura y la libertad de expresión. Sin embargo, en El Salvador, este derecho parece condicionado por la identidad de género.
“La discriminación y un trato injusto son barreras a mi derecho a ser tratada con respeto y dignidad, y poder acceder a los servicios públicos sin temor a ser discriminada”, enfatiza Alfaro.
Daniela solicita que las autoridades competentes tomen medidas inmediatas para restituir sus derechos como ciudadana salvadoreña, y advierte que la amenaza de ser encarcelada por ejercer su identidad en espacios públicos representa una forma grave de persecución.
“Sin duda, esto es una persecución desde la imposición y la coacción, lo cual repercute gravemente en mi salud física y mental”, escribió en su denuncia.
Violencia institucional y miedo cotidiano
El caso de Alfaro no es aislado.
Las personas trans en El Salvador enfrentan un contexto de violencia estructural y estigmatización que atraviesa la vida cotidiana, desde el acceso a la educación y el empleo, hasta la atención en salud y el uso de espacios públicos.
“Una vez, en el Centro Histórico, un agente de la Policía Nacional Civil solo por estar sentada en un parque me dijo que en este gobierno no se está respetando a las personas LGBT y me tiró mis pertenencias al piso”, relata Alfaro, recordando otro episodio de agresión.
Este tipo de acciones, según organizaciones defensoras de derechos humanos, constituyen una forma de violencia institucional, donde agentes del Estado o personal de instituciones públicas refuerzan prejuicios que vulneran los derechos fundamentales.
El Salvador, a diferencia de otros países de la región, no cuenta con una Ley de Identidad de Género ni con políticas públicas específicas que protejan a la población trans. La ausencia de marcos legales y la falta de reconocimiento administrativo de la identidad autopercibida agravan la vulnerabilidad de este grupo.
Según Alfaro y activistas consultados, existe un clima de impunidad y desinterés gubernamental frente a estos hechos. “La violencia institucional no solo nos quita derechos, también nos quita esperanza”, reflexionó la joven.
Una deuda pendiente: la Ley de Identidad de Género
En 2022, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia emitió una resolución en la que ordenaba a la Asamblea Legislativa legislar sobre una Ley de Identidad de Género, que permita a las personas trans adecuar su nombre y género en los documentos legales de acuerdo con su identidad autopercibida.
Sin embargo, a la fecha, el gobierno de Nayib Bukele y la actual Asamblea —con mayoría oficialista— no han avanzado en la discusión ni en la aprobación de dicha ley.
Para las organizaciones que acompañan a la población trans, esta omisión es una forma de violencia estructural. “El Estado salvadoreño sigue sin reconocer nuestra existencia jurídica. No tener documentos que reflejen quiénes somos nos expone a humillaciones, exclusión laboral y vulneraciones constantes”, explicó un representante de la organización Comcavis Trans en declaraciones recientes.
La Ley de Identidad de Género no solo busca el reconocimiento nominal, sino también garantizar el acceso a servicios básicos, educación, salud y empleo sin discriminación. En la práctica, la falta de esta ley permite que situaciones como la ocurrida en la BINAES se repitan con frecuencia, sin mecanismos de reparación efectivos.
La invisibilidad legal se traduce en exclusión social. Al no contar con documentos que correspondan a su identidad, las personas trans enfrentan obstáculos para inscribirse en universidades, obtener empleo o incluso acceder a atención médica sin ser expuestas o ridiculizadas.
Un país que sigue vulnerando derechos
La situación de Alfaro pone rostro a una realidad más amplia: la falta de garantías para vivir con dignidad siendo una persona trans en El Salvador. Su testimonio refleja cómo la discriminación no siempre se manifiesta con violencia física, sino también con gestos institucionales de exclusión, humillación y negación de derechos.
A pesar de los compromisos internacionales asumidos por el Estado salvadoreño —como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Principios de Yogyakarta, que reconocen la identidad de género como parte de la dignidad humana—, las políticas nacionales siguen sin incorporar una visión inclusiva y de respeto hacia la diversidad.
Organismos internacionales como la ONU y la CIDH han advertido que la discriminación basada en identidad de género constituye una forma de violencia que puede derivar en daños psicológicos, pérdida de oportunidades y, en los casos más extremos, crímenes de odio.
En ese contexto, el caso de Alfaro no solo evidencia un acto de discriminación individual, sino también un síntoma de un problema estructural.
“Es triste que en un lugar donde uno va a estudiar, a prepararse y superarse, te humillen por ser quien sos. No pedimos privilegios, solo respeto”, expresó Daniela con tono de frustración.
El retroceso académico tras la censura del lenguaje inclusivo
El caso de Alfaro también puede entenderse dentro de un contexto más amplio: el retroceso institucional que ha comenzado a experimentarse en el sistema educativo salvadoreño tras la reciente disposición gubernamental de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en todos los niveles de enseñanza.
Aunque la medida fue presentada por el Ministerio de Educación como una forma de “mantener la pureza del idioma”, especialistas en derechos humanos advierten que esta decisión envía un mensaje de exclusión hacia las personas LGBTQ, especialmente hacia estudiantes y docentes que trabajan por ambientes más respetuosos y diversos.
En la práctica, la censura del lenguaje inclusivo puede profundizar el miedo a hablar sobre temas de género y diversidad en el ámbito académico, limitando la libertad de expresión y el derecho a la educación inclusiva. “Cuando se prohíben palabras, se prohíben existencias”, expresó una docente universitaria consultada, aludiendo a que el lenguaje no solo comunica, sino que reconoce identidades y realidades sociales.
Para jóvenes como Alfaro, que viven en carne propia la discriminación en espacios públicos, esta política representa un nuevo obstáculo en su formación profesional. La falta de apertura institucional no solo afecta la seguridad física de las personas trans, sino también su desarrollo académico y su posibilidad de proyectarse en igualdad de condiciones.
Una lucha por existir y ser reconocida
La historia de Alfaro es la de muchas personas trans en El Salvador que, pese a los avances sociales, continúan enfrentando un sistema que las invisibiliza y excluye. Su denuncia ante la PDDH representa un acto de valentía, pero también de desesperación frente a un Estado que no reconoce plenamente su humanidad.
Mientras no exista una Ley de Identidad de Género ni políticas que garanticen el respeto a la diversidad, las personas trans seguirán expuestas a humillaciones, amenazas y exclusión institucional.
El incidente en la BINAES no debería verse como un hecho aislado, sino como un recordatorio urgente de que la igualdad y la dignidad deben ser una realidad vivida, no solo un discurso.
El Salvador, país que se precia de ser “el país de la libertad y la fe”, sigue en deuda con quienes, como Alfarpo, buscan simplemente estudiar, trabajar y vivir sin miedo.
La justicia y la igualdad no deberían depender de una “orden desde arriba”, sino del reconocimiento de que toda persona —sin importar su identidad o expresión de género— merece respeto, dignidad y la oportunidad de construir su vida plenamente.
El Salvador
Gobierno salvadoreño prohíbe lenguaje inclusivo en escuelas públicas
Medida es parte de una ofensiva contra la perspectiva de género en el país
El jueves 2 de octubre por la noche, el presidente salvadoreño Nayib Bukele volvió a encender la polémica en redes sociales y medios internacionales tras anunciar una nueva disposición en el sistema educativo.
“Desde hoy queda prohibido el mal llamado lenguaje inclusivo en todos los centros educativos públicos de nuestro país”, escribió el mandatario en su cuenta oficial de X, acompañando el mensaje con una publicación de la ministra de Educación, la militar Karla Trigueros.
Con esta decisión, el Gobierno consolida una política que se ha caracterizado por rechazar cualquier enfoque de género dentro de las escuelas públicas, a la vez que se posiciona en sintonía con posturas conservadoras internacionales.
La justificación oficial: ‘proteger a la niñez de injerencias ideológicas’
En un comunicado oficial, la Trigueros explicó que la medida busca garantizar “el buen uso de nuestro idioma en todo material y contenido, además de proteger a la primera infancia, niñez y adolescencia de injerencias ideológicas que afecten su desarrollo integral”.
El documento establece que la prohibición es “de estricto cumplimiento” y que el uso de términos como amigue, compañere, niñe, alumn@, jovenxs, todos y todas, nosotrxs, o “cualquier otra deformación lingüística que aluda a la ideología de género”, queda totalmente vetado en aulas, documentos institucionales y dependencias relacionadas con el Ministerio de Educación.
Según la ministra, la orden pretende “consolidar una comunicación institucional clara, uniforme y respetuosa”, cerrando las puertas a expresiones que, en su visión, promueven agendas “globalistas” contrarias al desarrollo del estudiantado.
Antecedentes de la política gubernamental
El veto al lenguaje inclusivo no es un hecho aislado. En febrero de 2024, el entonces ministro de Educación, José Mauricio Pineda, ya había señalado públicamente que “todo uso de la ideología de género lo hemos sacado de las escuelas públicas”.
El anuncio se dio después de que Bukele abordara el tema en la Conferencia de Acción Política Conservadora en Maryland, un evento en el que participan figuras de la derecha global. En esa ocasión, el mandatario respondió a una pregunta de Catalina Stubbe, coordinadora hispana de la organización Moms for Liberty. “No solo es importante que la currícula no lleve esta ideología de género y todas estas cosas, sino que también los padres estén informados y tengan voz y voto en lo que van aprender sus hijos”.
Esta declaración marcó una línea clara de acción que se consolidaría en la medida adoptada este octubre.
Voces críticas: ‘un problema que no podemos tapar’
Organizaciones de derechos humanos y colectivos LGBTQ recibieron la nueva disposición como una acción discriminatoria.
Valeria Mejía, activista de Aspidh Arcoiris y representante documentadora de la RedLacTrans, ofreció su testimonio desde la vivencia personal, “como mujer trans lo puedo decir, que viví mucha estigma y discriminación dentro del sistema educativo, tanto por alumnos, docentes y también padres de los alumnos. Entonces, creo que este problema no lo podemos tapar”.
Mejía agregó que la decisión afecta directamente los derechos fundamentales. “Esto afecta el cumplimiento de los Derechos Humanos, el Estado no lo toma en cuenta incluso ignoró la orden de la Sala de lo Constitucional el 22 de febrero del 2022, ordenando a la Asamblea Legislativa legislar a favor de la población trans, generando una Ley de Identidad de Género o modificando la Ley del Nombre de la persona natural para que hombres y mujeres trans tengan acceso a un documento de identidad”.
Un defensor de derechos humanos y psicólogo salvadoreño, que prefirió mantener el anonimato, también cuestionó la medida. Para él, la política “es bastante débil, bastante imprecisa, bastante vaga, que no responde las preguntas básicas que debería responder una política pública. Indicadores, proceso, etapas, metas… Simplemente es un lenguaje popular de un tema al que la gente le tiene miedo”.
El especialista recordó además la ambigüedad del término “ideología de género”. “Estaba bien lo que el otro ministro hizo el año pasado al decir que prohibía la ideología de género en el sistema educativo, como la ideología de género es un constructo indeterminado, que no sabes a qué se refiere en concreto. Porque en realidad no hay una definición de qué es ideología de género”.
Finalmente, concluyó calificando la medida de “populista”, “el propósito no es resolver un problema, sino generar popularidad, jalar agua al pozo de las figuras públicas que requieren una limpiada de cara. Para eso sirven ese tipo de medidas”.
Reacciones internacionales y paralelos en la región
La prohibición del lenguaje inclusivo en El Salvador se suma a una tendencia que en los últimos años ha cobrado fuerza en América Latina. En países como Argentina, sectores políticos conservadores también han impulsado restricciones al uso de términos inclusivos en las aulas, argumentando razones lingüísticas y pedagógicas.
Sin embargo, organismos internacionales de derechos humanos han advertido que estas políticas suelen tener como trasfondo la negación de identidades no normativas y el debilitamiento de marcos legales que buscan proteger a mujeres y poblaciones LGBTQ.
En el caso salvadoreño, el decreto de Bukele genera preocupación adicional debido a la concentración de poder en el Ejecutivo, el debilitamiento de contrapesos institucionales y el historial de desobediencia a sentencias de la Sala de lo Constitucional.
La estrategia política de Bukele
Más allá del debate sobre lenguaje inclusivo, analistas coinciden en que la medida responde a una estrategia política. El presidente salvadoreño, con altos índices de popularidad, ha sabido identificar banderas de batalla que resuenan con un sector amplio de la población.
El rechazo a la “ideología de género” funciona como un elemento discursivo que conecta con el electorado más conservador, tanto dentro del país como en la diáspora salvadoreña en Estados Unidos. Esto, además, lo alinea con agendas internacionales de grupos políticos y religiosos que han hecho de esta lucha un eje central.
En contraste, organizaciones feministas y colectivos juveniles han subrayado que el lenguaje inclusivo no se trata de “deformar” el idioma, sino de visibilizar a poblaciones históricamente excluidas. En su visión, la prohibición no solo restringe una forma de expresión, sino que envía un mensaje de invisibilidad a mujeres, personas no binarias y comunidades LGBTQ.
Para estas voces, la verdadera amenaza al desarrollo integral de la niñez y la juventud no radica en el uso de palabras inclusivas, sino en la persistencia de la violencia de género, la discriminación y la falta de políticas públicas efectivas que atiendan dichas problemáticas.
La decisión de Bukele de prohibir el lenguaje inclusivo en las escuelas públicas salvadoreñas se inscribe en una lucha más amplia: la disputa por los símbolos y discursos que definen el presente y el futuro de la sociedad.
Mientras el Gobierno argumenta que busca proteger a la niñez de “injerencias ideológicas”, organizaciones sociales denuncian un retroceso en materia de derechos humanos y una estrategia populista destinada a reforzar la imagen del presidente en escenarios internacionales y domésticos.
En un país marcado por la violencia estructural, la desigualdad y los feminicidios, el debate sobre cómo nombrar a las personas se convierte en un campo de batalla político, cultural y moral. Lo que está en juego, más allá de las palabras, es el reconocimiento de la diversidad humana y el derecho a ser nombrado con dignidad.
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