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Mujer trans de Guatemala busca refugio en Estados Unidos
Britany Nicole de Castillo estaba bajo custodia de ICE en Misisispi

Nota del editor: Yariel Valdés González es colaborador del Washington Blade, que solicita asilo político en Estados Unidos.
Valdés permanece bajo custodia del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en el Bossier Parish Medium Security Facility en Plain Dealing, Luisiana. Estuvo recluido en Tallahatchie County Correctional Center en Tutwiler, Misisipi, antes de su traslado a Luisiana.
El Blade recibió esa nota el 29 de julio.
TUTWILER, Misisipi — La risa de Britany Nicole de Castillo es despampanante, de esas que llenan todo de espacio, contagiosa y por momentos hasta estridente. Quien no la conoce decía que sus 33 años han sido un lecho de rosas, lo cual dista mucha de la realidad. La vida la ha golpeado tanto que uno precaria que no le quedarían deseos de sonreír, pero no. Ella sonríe para todos: Para sus amigos, para su familia, para sus vecinos, para los homofóbicos y hasta para si misma.
Britany es una chica trans de Guatemala, sobreviviente de varios ataques de odio por su identidad de género en su país natal, del cual huyó hace más de dos meses. Cruzó la frontera sur y ahora mismo está en territorio norteamericano solicitando asilo político. Conversó con al Washington Blade mientras estaba recluida en Tallahatchie County Correctional Center en Misisipi, cuando apenas iniciaba su proceso migratorio.
Tres instantes de horror
Desde los 14 años, Britany empezó a sentir la homofobia, sufrió bullying en la escuela, pues siempre se sintió mujer y como tal se proyectaba pese a las ofensas de sus compañeros de clase o las indicaciones de sus profesores. Siempre ha cuidada su imagen y aunque la conocí sin maquillaje y vestida con un horrible uniforme verde oscuro, puedo imaginármela con pestañas voluminosas, labios pintados, saya ajustada y unos zapatos que la hacen ver más alta de lo que es. Precisamente por esa apariencia y por mostrar sin miedos su verdadera identidad de género, Britany padeció disímiles ataques, violentos que l dejaron profundamente mascada, tanto física como emocionalmente.
“Cuando llevaba a mi sobrina a la escuela había un señor que me ofendía y me tiraba agua a los pies cada vez que pasaba”, cuenta Britany. “Un día lo enfrenté y me dijo que me iba a mandar a matar. Al poco tiempo, me atacaron desde un carro. Salieron dos muchachos con el rostro cubierto y me balacearon en el pie derecho y caí al suelo. Me quise levantar y me pegaron otro disparo en la otra pierna. Luego un tercero que sale me rozó. Si la pistola no se hubiera trabado me hubieron matado. El asesino, al ver que no podía seguir usando el arma, usó los golpes y le propinó tres patadas, al tiempo que le espetaba, ‘esto te pasa por ser gay’.
“¡Comportate como un hombre!”, le ordenó.
Tirada en la calle, Britany no sentía dolor, sale como si le hubiera enterada una braza de fuego en sus extremidades inferiores. Las balas habían entradas y salidas y allí estaban, temprano en la mañana pidiendo sangre sobre el asfalto de Escuintla, la ciudad que la vio nacer y crecer. Fueron los vecinos quienes le brindaron los primeros auxilios hasta que fue conducida al hospital, donde permaneció internada por ocho días.
“Casí tres meses en cama hasta que volví a caminar”, dice Britany. “Desde ese entonces sentía que cualquier ruido me alteraba. Tuve una grave crisis psicológica. Me mudé de residencia con mis padres para tratar de olvidar aquello”.
Al pasar tiempo, Britany fue recobrando poco a poco su peculiar risa, pero otro incidente le volvió a nublar la alegría. Fue en diciembre de 2018 cuando caminaba junto a una amiga por la calle y fue detenida por dos policías.
“Nos causaron la motocicleta -cuenta- y nos pusieron contra la pared”, dice Britany. “Nos maltrataron como si fuéramos delincuentes. Nos cacharon y nos revisaron los documentos mientras se reían de nosotros. Esas cosas no deberían pasar las autoridades deben respetar a todos y no discriminar a nadie por su orientación sexual”.
La transfobia, la homofobia y la violencia contra las personas LGBTI —y especialmente las personas — sigue siendo común en Guatemala.
Britany vivía en un sobresalto constante. Temió por su vida demasiadas veces, como aquella noche en la que regresaba de una actividad con una amiga y un auto se les atravesó en el camino como una amenaza mortal.
“Se bajaron varios hombres armados, nos ofendieron y nos amenazaron de muerte”, cuenta ella.
Britany pensó que había llegado su fin y mientras lloraba, la tomó la mano con fuerza a su compañera. Uno de las criminales le puso una pistola a su amiga y le quitó el dinero y su celular.
“Luego me robaron a mi también y me dieron tres puñetazos en la cara para que me comportara tres como un hombre”, dice Britany.
¿En la tierra de la libertad?
Todos estos y otros hechos empujaron a Britany a unirse a una caravana de migrantes rumbo a Estados Unidos. Pretendía encontrar aquí la libertad que Guatemala le había negado por tanto tiempo, para salvar esa risa contagiosa, que tanto molestaba a los homofóbicos.
“La caravana ya estaba en Tapachula y allí me uní con tres amigas trans”, dice ella. “Nos echamos a caminar: Unas veces nos daban raite (autostop) y otras veces no veníamos en la avanzada de la caravana en nuestra bandera gay.Algunas amigas venían con grandes cicatrices. Dormimos en parques, en las calles, en iglesias que nos apoyaban. Pasamos hambre, frio …”.
El viaje de Britany hacía su American dream duró más de un mes hasta que logró cruzar la frontera por Playas de Tijuana. Allí se entregó a las autoridades migratorias.
“Luego me encerraron en la hielera sola. Allí estuve ocho días. Me trataron como un animal. Solo había cuatro paredes y me lanzaban la comida, solo un burrito, un jugo o una galleta y pasando mucho frío”, dice Britany. “Como soy una chica trans me aislaron, no me pusieron ni con los hombres ni con las mujeres. No veía la luz del sol. Me estaba volviendo loca allí. Solo tenía una cama de cemento y un baño desbordado de basura al lado. El lugar era estrecho, apenas me podía morir”.
Para contrarrestar el intenso frío de la hielera le dieron solo una hoja de aluminio. Allí pasó días sin bañarse, sin cepillarse los dientes hasta que su cuerpo no resistió y se enfermó. Diversas organizaciones de derechos humanos y grupos de apoyo a migrantes se han manifestado en contra del trato inhumano que reciben muchos solicitantes de asilo político que entran a Estados Unidos en busca de protección. La actual situación de una consecuencia directa de la política del presidente Donald Trump para frenar el tránsito de migrantes hacia suelo estadounidense, una política de mano fuerte, que le ha valido no pocas críticas.
“Me he sentido traumada porque me han esposado de pies y manos, como si fuera una criminal”, dice Britany. “A veces me deprimo un poco porque no veo mucho la luz del sol y no respiro mucho aire puro. Pienso que no merezco un castigo como este, porque vengo huyendo de la violencia de mi país y apenas llegar a los Estados Unidos estaba siendo discriminada y maltratada”.
Pero Britany no pierde las esperanzas de vivir en libertad en este país, donde no sea perseguida ni acosada, donde pueda casarse con quien desee y prosperar. “Lo primero que quiero es recuperarme física y mentalmente porque este proceso te hiere un poco y luego trabajar para salir adelante y ser libre por fin, sin que nadie me discrimine ni me ataque porque ser como soy”, concluye ella.
Colombia
Colombia anunció la inclusión de las categorías ‘trans’ y ‘no binario’ en los documentos de identidad
Registraduría Nacional anunció el cambio el 28 de noviembre
Ahora los ciudadanos colombianos podrán seleccionar las categorías ‘trans’ y ‘no binario’ en los documentos de identidad del país.
Este viernes la Registraduría Nacional del Estado Civil anunció que añadió las categorías ‘no binario’ y ‘trans’ en los distintos documentos de identidad con el fin de garantizar los derechos de las personas con identidad diversa.
El registrador nacional, Hernán Penagos, informó que hizo la inclusión de estas dos categorías en los documentos de: registro civil, tarjeta de identidad y cédula de ciudadanía.
Según la registraduría: “La inclusión de estas categorías representa un importante avance en materia de garantía de derechos de las personas con identidad de género diversa”.
Estas categorías estarán en el campo de ‘sexo’ en el que están normalmente las clasificaciones de ‘femenino’ y ‘masculino’ en los documentos de identidad.
En 2024 se inició la ejecución de diferentes acciones orientadas implementar componentes “‘NB’ y ‘T’ en el campo ‘sexo’ de los registros civiles y los documentos de identidad”.
Las personas trans existen y su identidad de género es un aspecto fundamental de su humanidad, reconocido por la Corte Constitucional de Colombia en sentencias como T-236/2023 y T-188/2024, que protegen sus derechos a la identidad y no discriminación. La actualización de la Registraduría implementa estos fallos que ya habían ordenado esos cambios en documentos de identidad.
Por su parte, el registrador nacional, Penagos, comentó que: “se trata del cumplimiento de unas órdenes por parte de la Corte Constitucional y, en segundo lugar, de una iniciativa en la que la Registraduría ha estado absolutamente comprometida”. Y explicó que en cada “una de las estaciones integradas de servicio de las más de 1.200 oficinas que tiene la Registraduría Nacional se va a incluir todo este proceso”.
El Salvador
El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ
Entidades estatales son los agresores principales
En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.
Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.
El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.
Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor
El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.
Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:
- 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
- 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
- 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.
A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.
Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:
“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”
Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.
El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.
El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso
El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.
“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.
La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.
Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.
Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.
Educación negada, derechos anulados
Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:
“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”
Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.
Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.
Organizaciones en resistencia
Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.
Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”
Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.
Matar sin balas: la anulación de la existencia
“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.
Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.
En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.
El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.
Noticias en Español
Un país que vota desde el miedo y la esperanza
Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país
Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.
Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.
El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.
“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.
Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.
Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.
Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.
La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.
Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.
Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.
Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.
Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.
