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¿Qué hizo en Cuba Michael Petrelis?

Es el único activista gay a quien el gobierno prohíbe regresar a la Isla

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MDos de las imágenes que publicó Michael Petrelis en su perfil de Facebook después de saber que no podría viajar a Cuba. (Captura de pantalla de Facebook)

Nota del editor: Tremenda Nota es la pareja del Washington Blade y el Los Ángeles Blade en Cuba. Esta nota salió originalmente en el sitio web de Tremenda Nota el 22 de marzo de 2019.

Michael Petrelis se embarcó este 20 de marzo en un viaje que no terminaría en buen puerto.

“Volé desde San Francisco a Cancún en un vuelo turbulento y tomaré otro vuelo a casa en unas horas”, dijo en su perfil de Facebook, al principio de una nota donde explicó a sus seguidores por qué viajó en vano hasta territorio mexicano.

Con Cuba tan cerca, a punto de tocarla desde la costa de Quintana Roo, Petrelis tenía cara de estar llegando a La Habana, iba risueño, hasta que le advirtieron que su nombre aparecía en una lista negra.  

El activista llevaba una chaqueta con los colores del arcoíris, una gorra con los colores del arcoíris, cargaba un bolso con los colores del arcoíris que quería dejar a cargo de la aerolínea mexicana Interjet. No pudo facturarlo. Tampoco le imprimieron un pase de abordar.

La computadora decía algo sobre él, un aviso que no le dejaron fotografiar. Tanto exigió una explicación que el empleado se apoyó en el mostrador y le escribió una nota breve: “Por cuestiones migratorias no se nos permite trasladarlo a La Habana ya que el país no le permite la entrada”.

La nota que un agente de Interjet dio a Michael Petrelis que dice el gobierno cubano no le permitirá entrar al país (Captura de pantalla de Facebook)

Era su cuarto viaje a Cuba. Su visita anterior, en enero de 2019, inquietó a las autoridades cubanas. Ahora regresaba unas pocas semanas para celebrar, de paso, el Día de la visibilidad transexual, y no lo dejaron embarcar.

Un buen amigo de Cuba’

Michael Anthony Petrelis tiene la edad de la Revolución Cubana. Nació el 26 de enero de 1959. Su agenda también coincide en muchos puntos con el gobierno cubano. Michael cree que “el bloqueo estadounidense es horrible”. Se muestra a menudo en las redes sociales con caricaturas de Donald Trump, el primer enemigo de La Habana, a quien considera una amenaza también para la comunidad LGBTI+. Su activismo político y sexual se parece tanto al de Mariela Castro que le pidió hacerse una foto juntos y ella aceptó.

Este año, a punto de cumplir 60, Petrelis vino a Cuba y trajo unas 10 000 pegatinas y más de 1000 brazaletes. Su equipaje sorprendió a los funcionarios de Aduana y, sobre todo, a la policía de la frontera.

‘El agente me preguntó por qué traía a Cuba tantos artículos con el arcoíris si había viajado con visa de turista, contó Petrelis al periódico norteamericano Washington Blade.

La pregunta se la hicieron en un cuarto privado del aeropuerto. Entró a la habitación, acompañado por un oficial de Inmigración, y encontró una mesa con copias impresas de sus publicaciones en las redes sociales.

“Voy a regalarlos a los gais cubanos, sin costo alguno”, contestó Michael cuando le preguntaron por las pegatinas y brazaletes. Hablaron durante una media hora que se hizo larga. El oficial quiso tranquilizarlo, le dijo que sería admitido como turista y nada más se interesó, como si fuera rutina, por la dirección de su alojamiento en La Habana.

Pero tantas banderas del arcoíris tenían que resultar, por fuerza, inquietantes. A los pocos días, un policía uniformado se presentó en el hostal donde se alojaba el estadounidense y le pidió que compareciera en un sitio que parecía un verdadero cuartel.

Ahí esperaban el mismo oficial del aeropuerto y otro que dijo llamarse Carlos. Ambos dejaron establecidas las reglas del viaje: Nada de manifestaciones ni de reuniones. Petrelis quería hacer un arcoíris en el Capitolio de La Habana. Otro. Esta vez un arcoíris humano: Gente con camisetas de colores, juntos, abrazados como si fueran todos una sola bandera.

Carlos le dijo que era mejor no celebrar la reunión. De paso, para aligerarle las maletas, le ordenó que regalara las pegatinas y pulseras al Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), la única institución de la Isla autorizada por el gobierno para promover la agenda LGBTI+.

Petrelis obedeció. En el Cenesex le pidieron que no se preocupara y le garantizaron que ellos repartirían aquellos regalos.

El estadounidense siguió camino a Matanzas y Santa Clara, al este de La Habana, para conocer a otros activistas, viejos conocidos de las redes sociales que Petrelis quería complacer con algún brazalete sobrante.

A su salida del país, la policía política esperaba a Michael en el aeropuerto. Ahí estaba Carlos, que casi era otro amigo del activista a estas alturas del viaje.

“Sus brazos estaban completamente abiertos, como si fuera a darme un abrazo”, contó Petrelis al Blade. “El traductor me dijo que Carlos estaba feliz de verme y que yo no tenía que preocuparme por nada”.

El oficial prácticamente le agradeció por no asistir a un encuentro de activistas en el parque Lennon, de La Habana. Le preocupaba la asistencia de dos “contrarrevolucionarios” a la cita, reveló Petrelis al Blade.

Al despedirse, el oficial le dijo que lo consideraba un buen amigo de Cuba y que siempre sería bienvenido. La única recomendación que le hizo para futuros viajes fue que se cuidara de traer tantas pegatinas y brazaletes.

Con el consejo presente y un equipaje mucho más ligero, Michael Anthony Petrelis no pudo embarcarse a Cuba este 20 de marzo.

Con Mariela Castro y contra Donald Trump

“No sé qué ha cambiado”, dice Petrelis a Tremenda Nota, mientras evoca la despedida afectuosa que le hizo el oficial Carlos en el aeropuerto de La Habana. “Quiero saber por qué me prohibieron entrar y si puedo volver algún día a Cuba, ¿encontrar esas respuestas será una fantasía muy grande?”

El año pasado, en la provincia de Pinar del Río, al occidente de Cuba, el activista invitó a posar a Mariela Castro con la bandera transexual. Petrelis sonríe y sostiene un extremo azul. Mariela sonríe, sostiene un cartel con la etiqueta #MeIncluyo y algo más en inglés, 17 May, IDAHOT en Cuba, probablemente obra de Michael.

Michael Petrelis con Mariela Castro, la hija del expresidente cubano Raúl Castro, en Cuba en 2018. (Captura de pantalla de Facebook)

“Ella estuvo más que feliz de aceptarme un brazalete del arcoíris y de posar para la foto conmigo”, recuerda.

Por esos días de la XI Jornada contra la Homofobia y la Transfobia que organiza Cenesex, todavía no prosperaba la campaña de algunas iglesias evangélicas contra el matrimonio igualitario. Fue en junio, un mes después, cuando la Asamblea Nacional de Cuba aprobó un proyecto de Constitución que asumía el matrimonio como “la unión de dos personas”.

Para fin de año, al final de los debates parlamentarios, el artículo sobre el matrimonio se había diluido en una fórmula técnica. Encima, se anunció otra consulta popular para aprobar o rechazar el Código de Familia, la ley que finalmente podría implementar las uniones LGBTI+ en un plazo de dos años.

La Constitución fue aprobada por notable mayoría en un referendo celebrado el 24 de febrero pasado, aunque las cifras de abstenciones y votos negativos es la mayor en la historia de la Revolución Cubana.

Desde San Francisco, Petrelis alentó a sus colegas en las redes sociales y se interesó públicamente en los intentos del activismo por ir a las calles y rechazar el discurso de las iglesias. Ninguna de las salidas proyectadas reunió a mucha gente. Como le sucedió al estadounidense en enero, la policía intervino para contener a los activistas.  

“Mientras algunos pastores vienen a este país y dan sus discursos en los templos evangélicos, a este hombre le ponen el dedo y ahora es una amenaza”, comentó a Tremenda Nota Roberto Ramos Mori, un diseñador y activista.

Ramos Mori confirmó que Petrelis quiso reunirse con un grupo LGBTI+ en una de las vías más famosas de La Habana y desistió tras las presiones de la Seguridad del Estado.

El diseñador asegura que también intentaron contactarlo a él para evitar la reunión. Finalmente, sin el norteamericano, los activistas se fueron al parque Lennon, un sitio más discreto.

Lo mismo pasó en Matanzas, según Yadiel Cepero, otro de los colegas cubanos de Petrelis. “Él nunca estuvo presente en las acciones por los problemas que tuvo con la Seguridad”, dijo a Tremenda Nota.

Isbel Díaz Torres cree que prohibir la entrada del activista “es una muestra más del conservadurismo instalado en la policía política cubana”.

Michael e Isbel se conocieron en San Francisco por noviembre de 2018. Eran amigos de Facebook y decidieron verse, dar un paseo por el famoso barrio gay de Castro y asistir a la celebración por el Día de los Muertos. Aprovecharon la fiesta para exhibir una piñata con el rostro de Donald Trump, acusarlo de homofobia y pedir su impugnación como presidente de Estados Unidos.

Díaz Torres recuerda aquella protesta y dice que Petrelis “es más revolucionario que los propios líderes en la Isla”.

Isbel Díaz Torres, izquierda, y Michael Petrelis en Cuba. (Captura de pantalla de Facebook)

Cepero supone que la prohibición de entrar a Cuba contra Michael evidencia la preocupación de las autoridades cubanas ante el fortalecimiento del activismo LGBTI+.

“Algo debemos estar haciendo bien para que se desencadene tal reacción. Podrán negarle la entrada a Petrelis pero eso no hará que la ciudadanía LGBTI+ deje de salir a la calle”, dijo.

Los activistas intentarán otra salida este 31 de marzo para celebrar el Día de la visibilidad transexual. Michael Petrelis no podrá acompañarlos, pero estará pendiente a las redes sociales desde San Francisco. Allí espera la respuesta de las autoridades cubanas, a quienes dirigió algunas preguntas por correo electrónico sobre su estatus.   

“¿Por qué un hombre gay de sesenta años, que es amigo de Cuba, no puede compartir arcoíris, construir solidaridad, pedir la eliminación del horrible bloqueo estadounidense, hacer amigos y gastar dinero durante tres semanas [en Cuba]? ¿Por qué les parece tan peligroso [hasta el punto] que acabé rechazado?”, cuestionó el activista.

Tremenda Nota preguntó al Ministerio de Relaciones Exteriores sobre las razones del gobierno cubano para impedir la entrada de Petrelis y hasta el momento no tiene respuesta.    

“Tal vez están enojados porque ayudé a organizar el 14 de febrero en solidaridad con los cubanos LGBTI+, o porque comparto fotos y noticias sobre el activismo independiente en La Habana y Matanzas”, supone el activista.

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Noticias en Español

Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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Cuba

Celia Cruz, la eterna reina del azúcar

La Guarachera de Cuba fue más que una cantante

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Celia Cruz (Foto pública)

Hace un siglo nació en Cuba una mujer que transformó el mapa sonoro del mundo. Celia Cruz fue más que una cantante: fue una embajadora de la alegría, una voz que rompió muros, y un símbolo de identidad para generaciones enteras que encontraron en su grito de ¡Azúcar! una manera de resistir y de celebrar la vida.

Desde sus inicios en Las Mulatas de Fuego hasta su consagración con La Sonora Matancera, su voz se volvió sinónimo de fiesta, de nostalgia y de dignidad. Con su risa grande y su presencia arrolladora, Celia enseñó que el arte no solo entretiene: sana, consuela y redime. “Mi voz quiere volar, quiere atravesar…” cantaba, y lo hizo. Atravesó océanos, dictaduras, fronteras y lenguas. Voló desde La Habana hasta Nueva York, desde el Caribe hasta los escenarios del mundo entero, llevando consigo el eco de una isla que amó hasta el último suspiro.

En los años 90, cuando la crisis de los balseros desgarraba el corazón de Cuba, Celia regresó a su tierra. Lo hizo cantando en la Base Naval de Guantánamo, suelo cubano bajo control estadounidense. Allí, frente a hombres, mujeres y niños que habían huido del dolor, su voz se alzó como un himno de esperanza. No fue una visita política: fue un regreso espiritual. Fue su manera de besar la tierra que la vio nacer, de cantar por quienes no podían hacerlo y de abrazar a su pueblo con el poder de su música. En ese escenario, cuando pronunció “Por si acaso no regreso…”, el aire se llenó de lágrimas y tambor.

Decir Celia Cruz es hablar de Cuba, incluso cuando Cuba no podía pronunciar su nombre. En cada salsa, guaracha o rumba, vibraba el latido de una patria que vivía en su garganta. Fue nominada a trece Premios Grammy y seis Latin Grammy, de los cuales ganó cinco, y recibió doctorados honoris causa de universidades como Yale y Florida. Pero más allá de los premios, su verdadero reconocimiento fue el amor del pueblo que la hizo inmortal.

Y es que Celia no cantaba solo para divertir: cantaba para levantar el espíritu. “Oh, no hay que llorar, porque la vida es un carnaval…”, nos dejó como legado, recordándonos que el dolor también puede bailarse, que las lágrimas pueden convertirse en tambor, y que mientras exista un poco de música en el alma, habrá esperanza.

El 16 de julio de 2003, Celia se despidió del mundo desde su hogar en Fort Lee, Nueva Jersey, pero su voz no se apagó. Viajó primero a Miami para recibir el homenaje de su gente del exilio y reposa finalmente en el Bronx, donde los suyos le llevan flores y canciones. Sin embargo, la verdad es que nunca se fue: Celia Cruz sigue viviendo en cada fiesta, en cada radio, en cada rincón donde suena una clave y alguien grita ¡Azúcar!

Celia fue más que una reina. Fue un puente entre lo que fuimos y lo que soñamos ser. Nos enseñó que se puede triunfar sin olvidar las raíces, que se puede cantar sin perder la fe, y que la alegría también es una forma de resistencia. Su voz no solo atravesó el tiempo: lo conquistó.

Porque donde hubo Celia, hubo luz. Donde hubo Celia, hubo vida. Y mientras el mundo siga bailando al compás de su “carnaval”, la Reina seguirá reinando… por siempre.

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El Salvador

Discriminación transfóbica en la BIANES de El Salvador

Mujer trans denuncia agresión por parte del personal de seguridad

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Daniela Alfaro (Foto cortesia de Daniela Alfaro)

La Biblioteca Nacional de El Salvador (BINAES), considerada un símbolo del desarrollo cultural y tecnológico del país, se ha visto envuelta en una denuncia de discriminación que pone en el centro del debate los derechos humanos de las personas trans en el país.

Daniela Alfaro, activista independiente y estudiante de la Universidad de El Salvador, asegura haber sido víctima de un acto de violencia verbal y discriminación el 13 de octubre, cuando el personal de seguridad de la institución le prohibió el uso del baño de mujeres, a pesar de que —según relata— lo ha utilizado en múltiples ocasiones sin inconvenientes.

“Un vigilante me dijo que yo tenía que entrar al baño de hombres y decidí decirle que quería hablar con el jefe. Llegó tanto el jefe de la BINAES como el jefe de seguridad, y ambos se pusieron a estarme humillando por mi condición de mujer trans”, declaró Alfaro al medio Washington Blade.

Según su testimonio, los encargados le argumentaron que “no existe ninguna ley que les obligue a respetar” su identidad de género. Además, le advirtieron que, si insistía en usar el baño de mujeres, podría ser detenida. 

“Me dijeron que había una orden desde arriba que nos prohibía a nosotras ingresar a los baños de mujeres. Entonces me amenazaron que si volvía y no usaba los baños de hombres me iban a llevar detenida”, añadió.

El incidente, ocurrido en un espacio público de carácter nacional, expone la falta de garantías legales hacia la población LGBTQ y evidencia cómo la ausencia de una Ley de Identidad de Género continúa vulnerando la dignidad y los derechos fundamentales de las personas trans en El Salvador.

Una denuncia por dignidad y derechos humanos

Tras el suceso, Alfaro presentó una denuncia formal ante la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), en la que relata con detalle los hechos acontecidos y solicita la intervención del Estado para garantizar su derecho a la igualdad y a la no discriminación.

En su denuncia, Alfaro escribió:

“El señor Iván Baires (Coordinador de Servicios de Información) ratificó que yo tengo que utilizar el baño de hombres, menospreciando en todo momento mi identidad y expresión de género ya que dijo que ellos no están en la obligación de respetar tratados internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos que El Salvador firmó, comprometiéndose en el trato digno de sus ciudadanos”, relató.

Alfaro le explicó a las autoridades de la biblioteca que estas acciones ponían en riesgo su integridad y su imagen, ya que los prejuicios sociales pueden provocar malentendidos o incluso agresiones físicas y sexuales. Sin embargo, la respuesta fue aún más hostil.

La activista denuncia que en ese momento fue rodeada por aproximadamente diez personas, quienes la intimidaron “como si fuera una delincuente”, solo por ejercer su derecho al uso de los espacios públicos. 

Una biblioteca moderna con prácticas excluyentes

La BINAES fue inaugurada en noviembre de 2023 como parte del megaproyecto impulsado por el gobierno salvadoreño con apoyo de la Embajada de China. Con modernas instalaciones, espacios de estudio, zonas tecnológicas y acceso a internet gratuito, el proyecto fue presentado como un ejemplo del desarrollo cultural y educativo del país.

Sin embargo, Alfaro denuncia que ese mismo espacio que promueve la inclusión tecnológica, reproduce prácticas de exclusión social.

“La Biblioteca Nacional de El Salvador es una donación de la Embajada China para nosotros los salvadoreños, pero los dueños actuales generan mucho maltrato a las personas transgénero”, expone en su denuncia.

Daniela explica que asiste frecuentemente a la biblioteca para utilizar las computadoras, ya que no cuenta con una propia y las necesita para redactar su tesis universitaria, requisito indispensable para su graduación en la Universidad de El Salvador.

“Actualmente no tengo los recursos para tener una computadora en mi casa, por ello asisto a la BINAES para elaborar mi trabajo de tesis y poder graduarme. Este trato hostil y denigrante me lleva a abandonar las oportunidades que me permitan crecer y desarrollarme plenamente.”

El acceso a espacios públicos sin discriminación forma parte del derecho universal a la educación, la cultura y la libertad de expresión. Sin embargo, en El Salvador, este derecho parece condicionado por la identidad de género.

“La discriminación y un trato injusto son barreras a mi derecho a ser tratada con respeto y dignidad, y poder acceder a los servicios públicos sin temor a ser discriminada”, enfatiza Alfaro.

Daniela solicita que las autoridades competentes tomen medidas inmediatas para restituir sus derechos como ciudadana salvadoreña, y advierte que la amenaza de ser encarcelada por ejercer su identidad en espacios públicos representa una forma grave de persecución.

“Sin duda, esto es una persecución desde la imposición y la coacción, lo cual repercute gravemente en mi salud física y mental”, escribió en su denuncia.

Violencia institucional y miedo cotidiano

El caso de Alfaro no es aislado. 

Las personas trans en El Salvador enfrentan un contexto de violencia estructural y estigmatización que atraviesa la vida cotidiana, desde el acceso a la educación y el empleo, hasta la atención en salud y el uso de espacios públicos.

“Una vez, en el Centro Histórico, un agente de la Policía Nacional Civil solo por estar sentada en un parque me dijo que en este gobierno no se está respetando a las personas LGBT y me tiró mis pertenencias al piso”, relata Alfaro, recordando otro episodio de agresión.

Este tipo de acciones, según organizaciones defensoras de derechos humanos, constituyen una forma de violencia institucional, donde agentes del Estado o personal de instituciones públicas refuerzan prejuicios que vulneran los derechos fundamentales.

El Salvador, a diferencia de otros países de la región, no cuenta con una Ley de Identidad de Género ni con políticas públicas específicas que protejan a la población trans. La ausencia de marcos legales y la falta de reconocimiento administrativo de la identidad autopercibida agravan la vulnerabilidad de este grupo.

Según Alfaro y activistas consultados, existe un clima de impunidad y desinterés gubernamental frente a estos hechos. “La violencia institucional no solo nos quita derechos, también nos quita esperanza”, reflexionó la joven.

Una deuda pendiente: la Ley de Identidad de Género

En 2022, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia emitió una resolución en la que ordenaba a la Asamblea Legislativa legislar sobre una Ley de Identidad de Género, que permita a las personas trans adecuar su nombre y género en los documentos legales de acuerdo con su identidad autopercibida.

Sin embargo, a la fecha, el gobierno de Nayib Bukele y la actual Asamblea —con mayoría oficialista— no han avanzado en la discusión ni en la aprobación de dicha ley.

Para las organizaciones que acompañan a la población trans, esta omisión es una forma de violencia estructural. “El Estado salvadoreño sigue sin reconocer nuestra existencia jurídica. No tener documentos que reflejen quiénes somos nos expone a humillaciones, exclusión laboral y vulneraciones constantes”, explicó un representante de la organización Comcavis Trans en declaraciones recientes.

La Ley de Identidad de Género no solo busca el reconocimiento nominal, sino también garantizar el acceso a servicios básicos, educación, salud y empleo sin discriminación. En la práctica, la falta de esta ley permite que situaciones como la ocurrida en la BINAES se repitan con frecuencia, sin mecanismos de reparación efectivos.

La invisibilidad legal se traduce en exclusión social. Al no contar con documentos que correspondan a su identidad, las personas trans enfrentan obstáculos para inscribirse en universidades, obtener empleo o incluso acceder a atención médica sin ser expuestas o ridiculizadas.

Un país que sigue vulnerando derechos

La situación de Alfaro pone rostro a una realidad más amplia: la falta de garantías para vivir con dignidad siendo una persona trans en El Salvador. Su testimonio refleja cómo la discriminación no siempre se manifiesta con violencia física, sino también con gestos institucionales de exclusión, humillación y negación de derechos.

A pesar de los compromisos internacionales asumidos por el Estado salvadoreño —como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Principios de Yogyakarta, que reconocen la identidad de género como parte de la dignidad humana—, las políticas nacionales siguen sin incorporar una visión inclusiva y de respeto hacia la diversidad.

Organismos internacionales como la ONU y la CIDH han advertido que la discriminación basada en identidad de género constituye una forma de violencia que puede derivar en daños psicológicos, pérdida de oportunidades y, en los casos más extremos, crímenes de odio.

En ese contexto, el caso de Alfaro no solo evidencia un acto de discriminación individual, sino también un síntoma de un problema estructural. 

“Es triste que en un lugar donde uno va a estudiar, a prepararse y superarse, te humillen por ser quien sos. No pedimos privilegios, solo respeto”, expresó Daniela con tono de frustración.

El retroceso académico tras la censura del lenguaje inclusivo

El caso de Alfaro también puede entenderse dentro de un contexto más amplio: el retroceso institucional que ha comenzado a experimentarse en el sistema educativo salvadoreño tras la reciente disposición gubernamental de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en todos los niveles de enseñanza.

Aunque la medida fue presentada por el Ministerio de Educación como una forma de “mantener la pureza del idioma”, especialistas en derechos humanos advierten que esta decisión envía un mensaje de exclusión hacia las personas LGBTQ, especialmente hacia estudiantes y docentes que trabajan por ambientes más respetuosos y diversos.

En la práctica, la censura del lenguaje inclusivo puede profundizar el miedo a hablar sobre temas de género y diversidad en el ámbito académico, limitando la libertad de expresión y el derecho a la educación inclusiva. “Cuando se prohíben palabras, se prohíben existencias”, expresó una docente universitaria consultada, aludiendo a que el lenguaje no solo comunica, sino que reconoce identidades y realidades sociales.

Para jóvenes como Alfaro, que viven en carne propia la discriminación en espacios públicos, esta política representa un nuevo obstáculo en su formación profesional. La falta de apertura institucional no solo afecta la seguridad física de las personas trans, sino también su desarrollo académico y su posibilidad de proyectarse en igualdad de condiciones.

Una lucha por existir y ser reconocida

La historia de Alfaro es la de muchas personas trans en El Salvador que, pese a los avances sociales, continúan enfrentando un sistema que las invisibiliza y excluye. Su denuncia ante la PDDH representa un acto de valentía, pero también de desesperación frente a un Estado que no reconoce plenamente su humanidad.

Mientras no exista una Ley de Identidad de Género ni políticas que garanticen el respeto a la diversidad, las personas trans seguirán expuestas a humillaciones, amenazas y exclusión institucional.

El incidente en la BINAES no debería verse como un hecho aislado, sino como un recordatorio urgente de que la igualdad y la dignidad deben ser una realidad vivida, no solo un discurso.

El Salvador, país que se precia de ser “el país de la libertad y la fe”, sigue en deuda con quienes, como Alfarpo, buscan simplemente estudiar, trabajar y vivir sin miedo.

La justicia y la igualdad no deberían depender de una “orden desde arriba”, sino del reconocimiento de que toda persona —sin importar su identidad o expresión de género— merece respeto, dignidad y la oportunidad de construir su vida plenamente.

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