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EXCLUSIVO: Abogado gana el primer juicio por homofobia en México

Armando Ocampo Zambrano presentó demanda contra firma poderosa

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Armando Ocampo Zambrano es egresado de la UNAM y ostenta una Maestría en Derecho Fiscal y Constitucional. Además, es catedrático de Amparo y Derecho Fiscal en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Actualmente asiste y representa a la comunidad LGBTI con su propio despacho. (Foto cortesía de Armando Ocampo Zambrano)

Armando Ocampo Zambrano nunca imaginó que sería su propio abogado. En la Universidad Autónoma de México (UNAM), donde estudió Derecho, ni luego en su Maestría, le enseñaron cómo mantenerse frío y distante ante un litigio, donde víctima y defensor coinciden en una misma persona. Y es que en el mundo judicial los alegatos de autodefensa son la excepción y no la regla.

Pero Armando era la excepción, así que vivió en carne propia lo que sus clientes solían sentir. La frustración y el desespero lo invadieron cuando demandó por homofobia a la reconocida firma mexicana del mundo fiscal Chevez, Ruiz, Zamarripa y Compañía. El despacho, en vez de promoverlo como se merecía por sus éxitos profesionales, lo despidió por sus “temas personales”, un eufemismo con el cual escondían su acción ilegal e intolerante.

El 5 de septiembre de 2018, tras varios años de lucha, Armando se convirtió en el primer mexicano en vencer un juicio por homofobia contra una de las firmas de abogados más poderosas del país.

“Debía salir, no obstante que había cumplido satisfactoriamente con requerimientos técnicos, de cobranza, de liderazgo, de prestigio en obtención de excelentes resultados, de haber obtenido los mejores casos y sentencias favorables por mi desempeño, de atención a clientes y formación de mi equipo de abogados”, cuenta en exclusiva Ocampo al Washington Blade.

Su “delito”: Unirse en matrimonio con Sergio Bueno Saldívar, el amor de su vida, su compañero y cómplice en cada paso juntos por la vida, según narra. Para la sociedad de abogados, con precedentes misóginos y discriminatorios, era una situación simplemente inadmisible. Ya no lo querían en el equipo.

En noviembre de 2015, Armando Ocampo Zambrano decide casarse con su actual esposo, Sergio Bueno, lo que desata la homofobia del despacho de abogados Chevez, Ruiz, Zamarripa y Compañía, donde laboraba desde 2002. (Foto cortesía de Armando Ocampo Zambrano)

La Encuesta sobre Discriminación por motivos de Orientación Sexual e Identidad de Género 2018, elaborada por el Consejo Nacional para Prevenir y Eliminar la Discriminación (CONAPRED), señala que escenarios discriminatorios como este “y acoso laboral pueden explicar que una de cada dos personas no fuera abierta sobre su orientación sexual y/o identidad de género en su último empleo”.

Armando integra el 27 por ciento de los empleados en México que hablan abiertamente de su homosexualidad en sus centros de trabajo, según indicó la consultora internacional Out Now, especialista en temas de productividad y diversidad sexual.

Esta misma consultora afirmó que, solo en México, los trabajadores que “están fuera del clóset” pueden representar un ahorro de hasta 8 mil 771 millones de pesos para las empresas, y una perdida igual para las compañías en donde sus trabajadores aún esconden su orientación sexual o identidad de género.

Mejor vivir de pie

Originario de la capital mexicana, Armando, 37 años, inició su carrera laboral en un despacho civil, luego trabajó en el Tribunal Federal de Justicia Administrativa y en 2002 ingresó, desde el escalón más bajo, en la prestigiosa firma Chevez, Ruiz, Zamarripia y Compañía.

Allí asesoraba a adinerados clientes en materia fiscal, la especialidad de la compañía. “No cualquiera entra y logra hacer una carrera”, advierte Ocampo. “Su formación técnica y de desarrollo profesional es impecable en formar los mejores abogados en México en dichas materias”.

El día en que se reunió con su socio jefe, noviembre de 2015, creía que iba a ser promovido, pues ya reunía todas las condiciones. En cambio, le notificaron su despido con la amenaza de que, si no aceptaba, se iría sin liquidación y con su prestigio destruido.

BLADE: ¿Cómo repercutió en Ud. ser discriminado por su orientación sexual?

ARMANDO: Se me bloqueó en los grandes corporativos y despachos élites y de alto prestigio, por el poder e influencia en el mercado y en las élites empresariales que tiene la firma. Tuve que empezar de cero en tratar de reconfigurar mi práctica profesional; así inicie casos de discriminación y para con la diversidad sexual, como grupos vulnerables y objeto de violencia de género.

BLADE: ¿Y en el plano personal?

ARMANDO: Catastrófico, de la cúspide al suelo. Perdí en ese momento seguridad personal, económica. Me deprimí. Tuve un desequilibrio familiar, económico, deudas, no estaba preparado para un impacto de este tipo.

BLADE: Ante este injustificado despido Ud. denunció a la firma ante el Consejo Nacional para Prevenir y Eliminar la Discriminación (CONAPRED), sin embargo, esta entidad falló en su contra. ¿Por qué?

ARMANDO: CONAPRED, la autoridad encargada a nivel federal de haberme auxiliado, alteró mi expediente para beneficiar a la firma homofóbica. Quiso desvanecer pruebas para afectar mi defensa. Litigó en mi contra. Intentó dejarme sin una sola prueba para defender a dicha firma. Les gané un amparo ante el Poder Judicial Federal en contra de dicho intento de beneficiar a la Firma, y ahora la Sala Superior falló a mi favor.

BLADE: ¿Cómo fue el proceso del juicio?

ARMANDO: El peor desgaste de mi vida. Es terrible ser tu propio abogado y víctima; difícil mantener los sentimientos encapsulados y no perder objetividad; plantear una ruta y estrategia legal para recrear la realidad de las cosas. Es complicado en Tribunales contar una historia que no están acostumbrados a sentenciar, pues la verdad México no estaba listo para esto, sino hasta el día 5 de septiembre de 2018, fecha en que la Sala Superior del Tribunal Federal de Justicia Administrativa, y 7 Magistrados me dieron la razón.

Increíble que dos Magistrados establecieron que Chevez tenía todo el derecho a correrme, pues no tenía derechos humanos en el trabajo. Afortunadamente, no prosperó su criterio. Ganó la razón, la interseccionalidad, universalidad en los derechos humanos y justicia”.

BLADE: Imagino que el apoyo de su esposo fue vital en esa época…

ARMANDO: Único. Sin él jamás lo hubiera logrado. Es un pilar, amigo y hombro para aguantar todo el estrés y desgaste personal, psicológico y económico que ha implicado en un litigio de tres años.

BLADE: Durante ese tiempo, ¿dónde trabajó?

ARMANDO: Por mi cuenta. Tengo mi despacho, en el que atiendo asuntos de índole familiar, laboral, administrativo y civil, asociados o incluyendo a población LGBTTTI, pero también en personas en situación de vulnerabilidad.

BLADE: ¿Qué representa para Ud. ser la primera persona en México que gana un juicio por homofobia?

ARMANDO: Histórico; orgullo; abrir brecha; prevenir estos eventos en el futuro; generar visibilización en la sociedad; que tenemos derechos humanos y el no discriminar es un principio de rango constitucional, que aplica no solo en el gobierno, sino a particulares. Es particularmente placentero haber vencido a una de las firmas de abogados en Materia Fiscal, como Chevez, Ruiz, Zamarripa y Compañía, S.C., con toda su hegemonía, poder e influencia. No me bastó más que contar una verdad y defenderme con el uso de la razón, el derecho y la justicia. Sigo Feliz.

BLADE: Sin embargo, esta firma lo ha denunciado por difamación en Nuevo León, único territorio mexicano que condena con cárcel este tipo de delitos. ¿En qué estado se encuentra esa denuncia?

ARMANDO: La denuncia se encuentra pendiente de integrarse. Ya me notificaron su existencia y rendí mi declaración, sosteniendo la incompetencia e improcedencia del delito.

BLADE: ¿Teme que pueda ser encarcelado? ¿Qué posibilidades tiene para ganar este pleito?

ARMANDO: No temo ser encarcelado por buscar justicia, si lo logra Chevez, pues que así sea. Mejor vivir de pie y manteniendo tu dignidad, a ser objeto de burlas, como ahora, con un acoso penal en mi contra. Las posibilidades de ganar son altas para mí, ya que se sentenció discriminación por homofobia a cargo de esa firma de abogados. En cualquier estado de derecho, el ejercer mi libertad de expresión no puede ser objeto de acoso penal ni criminalización por el Estado. Me defenderé en la vía penal, así me cueste mi libertad, pero no me vencerá Chevez y así mostraremos que a la población LGBTTTI no nos doblan ya.

BLADE: ¿Cuáles son los próximos pasos?

ARMANDO: Chevez ha interpuesto un amparo en contra de la sentencia favorable de la Sala Superior. Mi expectativa es, que al ser algo inédito en México, el caso sea atraído también por la Suprema Corte de Justicia de México, el máximo órgano judicial en nuestro país. De vencer en la Corte, habré definitivamente ganado y se desvanecerá (espero) la fabricación del delito por parte de Chevez, Ruiz, Zamarripa y Cía, S.C. Incluso, por qué no: iniciar una nueva acción legal en lo personal a cada socio por torcer la ley penal con tal de acallarme.

BLADE: ¿Qué enseñanzas le ha dejado todo esto?

ARMANDO: Creer en mí, en mi esposo y familia. Jamás perder la fe, en tus capacidades y nunca agachar la cabeza con y ante nadie.

BLADE: Ud. además fue el primer hombre gay en postularse a la presidencia del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED), sin embargo, no fue nombrado. ¿Qué cambios cree que necesita esta institución para seguir defendiendo la igualdad?

ARMANDO: Faltan dientes, falta prevenir, educación, tejer redes reales de sociedad civil, empresariado y comunidad. No me fue favorable el proceso, pero confío en que vendrán cambios positivos.

BLADE: ¿Es cierto que su historia podría ser contada en un audiovisual de Netflix o tal vez en el cine? ¿Puede darnos detalles?

ARMANDO: Por el momento no puedo, pero ya vendrán sorpresas en su momento. Confío en que los tiempos toman su camino en el momento que sea correcto y tengo mucho qué contar, veremos.

BLADE: En su opinión, ¿Cuánto ha logrado México y cuánto falta por lograr en materia de derechos LGTBIQ?

ARMANDO: Ha habido grandes avances, pero hay aun resistencia a la incorporación en la vida pública y social de la comunidad en puestos claves, en cambiar mentalidades, en aplicar la justicia. Veo muchos retos aún por vencer.

BLADE: ¿Qué mensaje les daría a todas las personas que han sido y son discriminadas por su orientación sexual o identidad de género?

ARMANDO: No se rindan, luchen, defiéndanse, asesórense. No están solos, ni son los únicos que lamentablemente les pasa esto. Solo soy un caso de perseverancia y terquedad en no dejar impune el acto, no más. Ni un paso atrás.

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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