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El coronavirus tiene gran impacto en la comunidad LGBTQ salvadoreña
Una cuarentena domiciliar entró en vigor el 21 de marzo

SAN SALVADOR, El Salvador — Desde el 31 de diciembre se ha tenido conocimiento del coronavius, qu comenzó en la ciudad de Wuhan, China. A raíz del crecimiento de dicha pandemia en El Salvador se comenzó las restricciones con la prohibición el ingreso de personas provenientes de China, luego la medida pasó con personas provenientes de Corea del Sur e Italia, de igual manera pasó con las personas provenientes de Irán, Alemania, Francia y España; para el 11 de marzo pese a no contar con ningún caso de coronavirus para esa fecha, el Gobierno a través de un decreto Ejecutivo dictó cuarentena a nivel nacional, agregó que todas las actividades económicas seguían igual, es decir que todos seguirían trabajando igual.
Por el lado de los estudiantes, se suspendieron todas las actividades educativas durante 21 días; esas medidas entre otras que dictaba el decreto ejecutivo No. 4 fueron tomados para bien por unos y para mal por otros; el 14 de marzo la Asamblea Legislativo aprobó dos decretos que de alguna manera ayudarían a sobre llevar esta emergencia que se estaba comenzando a vivir en el país, también la Ley de restricción temporal de Derechos Constitucionales, mientras dure la pandemia.
Entre los derechos constitucionales que quedaban restringidos estaban: Libertad de tránsito, reunirse pacíficamente sin armas y se harían detenciones administrativas por desobedecer a las autoridades. Para el 17 de marzo se estaba cerrando toda operación en el Aeropuerto Internacional de El Salvador, al igual que el servicio en mesas de todos los restaurantes, cafeterías, comedores, pupuserías y similares, únicamente funcionarían en modalidad “para llevar” y a domicilio, y pese a esto insistían en que si no era necesario no se saliera de sus casas y los lugares nocturnos comenzaron a cerrar.
El 18 de marzo se dio a conocer el primer caso de coronavirus en el territorio salvadoreño y junto a ello, una serie de medidas de suspensión temporal de ciertos pagos a personas que se vean afectadas en sus trabajos por la emergencia; pasadas las 8 p.m. del 21 de marzo del presente el presidente decretó cuarentena domiciliar a nivel nacional, en vista de la irresponsabilidad que estaban viendo en personas que en lugar de estar en sus casas salieron de paseo a centros turísticos; quien no acate las indicaciones de estar en casa será llevado a un centro contención en donde tendrá que pasar la cuarentena.
Esto generó incertidumbre y descontento en organizaciones LGBTQ, pues el tener a Policía Nacional Civil y Fuerzas Armadas en las calles, a cargo de velar por el cumplimiento de la cuarenta, se pueden incrementar las violaciones de Derechos Humanos con el afán de “hacer cumplir la ley”.
“Como COMCAVIS TRANS, hasta el momento no hemos registrado casos de violencia a personas LGBTI; sin embrago se ha podido documentar 16 casos de mujeres trans y cuatro hombres gay que han denunciado discriminación y estigmatización al momento de presentar su documento de identidad en los diferentes retenes o agentes en la vía pública que les han solicitado sus documentos de identidad”, comenta al Washington Blade, Bianca Rodríguez, directora ejecutiva de la organización, además afirma que las personas denunciantes externan que esta situación se da mayormente por agentes de la Fuerza Armada.
Empresarios LGBTQ ante la cuarentena nacional
Las empresas a nivel nacional en El Salvador han sufrido muchos cambios en su funcionamiento a partir de la cuarentena decretada por el presidente Bukele, algunas como los call center y maquilas de textiles únicamente están laborando con el 20 por ciento de su personal en las instalaciones, las empresas que tienen las posibilidades han destacado el trabajo desde casa de sus empleados; pero hay otras como los negocios LGBTQ que se verán muy afectados por estos días sin trabajar.
“Fuimos de los primeros grupos afectados, ya que al cerrar definitivamente nuestros negocios fueron cortados nuestros ingresos, lo que a su vez género que no pudiéramos pagar nómina, local, gastos fijos, ya que al ser pequeños empresarios dependemos del flujo constante de efectivo y ventas”, comenta al Blade, Gustavo Reyes, propietario del Club Baby.
Reyes agrega que “por el momento han sido mencionadas algunas medidas, sin embargo, no es claro el cómo aplicar a ellas, no hay claridad en el tema como pagos de locales por ejemplo y gastos fijos”.
Agustín Linares, propietario de la Diska Scape, comenta al Blade, “desde el 14 de marzo no hemos podido operar, por lo que nos hemos visto afectados por los compromisos financieros que la empresa tiene, así como compromisos laborales con nuestros empleados”, mostrando su preocupación ante la situación, “Sin embargo, sabemos la necesidad de acatar las medidas por el presidente de la República, las respetamos y estamos cumpliendo con el decreto de no abrir discoteca Scape”, agregó Linares.
La incertidumbre y los constantes cambios de la situación, no permiten a los empresarios LGBTQ a tener un plan estratégico para solventar sus realidades luego de la emergencia nacional, “Aún no tenemos un plan definido, como esto ha ido cambiando día a día, no podemos determinar cuándo terminará o cuánto tiempo tendremos que esperar con los negocios cerrados”, menciona al Blade, Reyes.
“Con las medidas que se han dado a beneficio de los negocios de no pagar alquiler durante tres meses, si nos hemos visto beneficiados porque es una descarga grande de compromiso de pago; la empresa donde alquilamos el local ha tomado a bien las instrucciones de esperarnos esos tres meses a los que alquilamos en su centro comercial”, comenta al Blade Linares, pero esto no quiere decir que no le preocupa lo que a futuro esto implica, “aunque abramos el negocio, sabemos el déficit financiero que tendremos todos los ciudadanos y el presupuesto para “salir a distraerte” será limitado o cero”, agrega.
Las mujeres trans que ejercen el trabajo sexual también se ven afectadas con esta situación, en declaraciones al Blade la directora ejecutiva de COMCAVIS TRANS, aseguraba que se ha registrado y documentado casos sobre mujeres trans que han sido desalojadas en la zona central de San Salvador, “el propietario de los locales, las están desalojado, lo cual les genera temor de ser capturadas; ante esto se están haciendo gestiones necesarias para la interposición de la denuncia”, aseguró Rodríguez.
Esta emergencia tomo a todos por sorpresa y al no tener medidas claras de apoyo por parte del Gobierno, por su parte, algunos empresarios tendrán que tomar decisiones drásticas, “la única opción en caso de no poder negociar o asumir costos de todos estos días sin ingresos, será cerrando definitivamente”, agrega Reyes en sus declaraciones.
En la ayuda que ha hecho más énfasis el Gobierno es la que se les otorgará a algunas familias, “Las viviendas que consumen menos de 250 kilowatt (en energía eléctrica), van a recibir una transferencia de $300 dólares por parte del Gobierno. Esto representa a más de un millón y medio de familias. Si en el hogar hay un salario, esos hogares no van a recibir ese dinero”, dijo en conferencia de prensa el presidente Bukele.
La salud de personas LGBTQ ante el coronavirus
Organizaciones LGBTQ en El Salvador han publicado en sus redes sociales información directa para personas viviendo con VIH, invitándoles a mantenerse informadas sobre el virus y sobre todo haciendo un llamado a las personas que tienen problemas cardiacos o pulmonares, ya que podrían tener un mayor riesgo de infectarse y sufrir mayores síntomas.
La Asociación Entre Amigos en una de sus publicaciones, invitaba a las personas LGBTQ viviendo con VIH a estar preparadas, “deberá tener suficientes suministros médicos necesarios a la mano, idealmente para 30 días o más si es posible”; al mismo tiempo a saber cómo comunicarse con su clínica a través del teléfono por cualquier asesoría y pusieron a disposición uno de sus teléfonos para cualquier emergencia.
Por su parte COMCAVIS TRANS, brinda atención legal y psicológica a las personas con VIH que han sufrido violaciones a sus derechos humanos, “en casos de emergencia o situaciones de vulnerabilidad a las personas LGBTI o viviendo con VIH se le brindara asistencia económica según sea el caso”, comenta al Blade Rodríguez.
El ministerio de salud por su parte, a través de un memorándum emitido el 16 de marzo del presente, expresaba indicaciones de la atención que se dará a las personas viviendo con VIH desde las consultas hasta los controles que estas mismas requieran, “entre las medidas se resaltan la distribución de la Terapia Antirretroviral y las condiciones en las cuales deben presentarse, así mismo a los diferentes hospitales del país se les dio a conocer estas medidas, las citas se han designado cada cuatro meses”, agrega al Blade, Rodríguez.
Pero no solo a las personas viviendo con VIH hay que ponerles control, recientemente la activista independiente LGBTQ, Ambar Alfaro, expuso en sus redes sociales el caso de Nikol Osorio, una mujer trans de muy escasos recursos, que ejerce el trabajo sexual, ella necesita una operación muy delicada por problemas en un riñón y solo cuenta con un poco de apoyo de la mamá que trabaja en el mercado, por lo que ante la crisis que se vive no están recibiendo suficientes ingresos.
“Nikol ya pasa de los 50 años, ya supera las expectativas de vida en El Salvador para las personas trans, el sustento más fijo es el negocio de la mamá y con el tema del COVID19 esto se ha detenido, pues la mamá de igual forma tiene que cuidar de su hija para la movilidad y hacerle sus alimentos”, comentó en sus redes Alfaro.
Aunque esté en tratamiento, Osorio necesita la operación; las citas están paradas por la emergencia y ella necesita hacerse una serie de exámenes en laboratorios privados. Este tipo de casos no son conocidos por el Gobierno y no han sido contemplados como solventar en esta emergencia. Se ha logrado recaudar un pequeño fondo para Osorio, pero este no solventará al 100 por ciento todas sus necesidades.
Con el tema de la emergencia nacional que se vive, casos como el de Osorio corren mucho más riesgo y deben tener las condiciones necesarias para no sumarse al índice de personas afectadas por el mismo. Pese a las críticas de alarmistas y posibles daños al comercio del país y al turismo, el Gobierno seguirá con su plan y modificando las medidas de acuerdo al progreso que la emergencia vaya teniendo en el territorio salvadoreño; al cierre de esta nota el pequeño país de Centroamérica, registraba 13 casos positivos con coronavirus.
Noticias en Español
Doble exclusión, misma dignidad
Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.
En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.
Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.
Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.
La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.
El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.
Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.
Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.
La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.
Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.
Hace un siglo nació en Cuba una mujer que transformó el mapa sonoro del mundo. Celia Cruz fue más que una cantante: fue una embajadora de la alegría, una voz que rompió muros, y un símbolo de identidad para generaciones enteras que encontraron en su grito de ¡Azúcar! una manera de resistir y de celebrar la vida.
Desde sus inicios en Las Mulatas de Fuego hasta su consagración con La Sonora Matancera, su voz se volvió sinónimo de fiesta, de nostalgia y de dignidad. Con su risa grande y su presencia arrolladora, Celia enseñó que el arte no solo entretiene: sana, consuela y redime. “Mi voz quiere volar, quiere atravesar…” cantaba, y lo hizo. Atravesó océanos, dictaduras, fronteras y lenguas. Voló desde La Habana hasta Nueva York, desde el Caribe hasta los escenarios del mundo entero, llevando consigo el eco de una isla que amó hasta el último suspiro.
En los años 90, cuando la crisis de los balseros desgarraba el corazón de Cuba, Celia regresó a su tierra. Lo hizo cantando en la Base Naval de Guantánamo, suelo cubano bajo control estadounidense. Allí, frente a hombres, mujeres y niños que habían huido del dolor, su voz se alzó como un himno de esperanza. No fue una visita política: fue un regreso espiritual. Fue su manera de besar la tierra que la vio nacer, de cantar por quienes no podían hacerlo y de abrazar a su pueblo con el poder de su música. En ese escenario, cuando pronunció “Por si acaso no regreso…”, el aire se llenó de lágrimas y tambor.
Decir Celia Cruz es hablar de Cuba, incluso cuando Cuba no podía pronunciar su nombre. En cada salsa, guaracha o rumba, vibraba el latido de una patria que vivía en su garganta. Fue nominada a trece Premios Grammy y seis Latin Grammy, de los cuales ganó cinco, y recibió doctorados honoris causa de universidades como Yale y Florida. Pero más allá de los premios, su verdadero reconocimiento fue el amor del pueblo que la hizo inmortal.
Y es que Celia no cantaba solo para divertir: cantaba para levantar el espíritu. “Oh, no hay que llorar, porque la vida es un carnaval…”, nos dejó como legado, recordándonos que el dolor también puede bailarse, que las lágrimas pueden convertirse en tambor, y que mientras exista un poco de música en el alma, habrá esperanza.
El 16 de julio de 2003, Celia se despidió del mundo desde su hogar en Fort Lee, Nueva Jersey, pero su voz no se apagó. Viajó primero a Miami para recibir el homenaje de su gente del exilio y reposa finalmente en el Bronx, donde los suyos le llevan flores y canciones. Sin embargo, la verdad es que nunca se fue: Celia Cruz sigue viviendo en cada fiesta, en cada radio, en cada rincón donde suena una clave y alguien grita ¡Azúcar!
Celia fue más que una reina. Fue un puente entre lo que fuimos y lo que soñamos ser. Nos enseñó que se puede triunfar sin olvidar las raíces, que se puede cantar sin perder la fe, y que la alegría también es una forma de resistencia. Su voz no solo atravesó el tiempo: lo conquistó.
Porque donde hubo Celia, hubo luz. Donde hubo Celia, hubo vida. Y mientras el mundo siga bailando al compás de su “carnaval”, la Reina seguirá reinando… por siempre.
El Salvador
Discriminación transfóbica en la BIANES de El Salvador
Mujer trans denuncia agresión por parte del personal de seguridad
La Biblioteca Nacional de El Salvador (BINAES), considerada un símbolo del desarrollo cultural y tecnológico del país, se ha visto envuelta en una denuncia de discriminación que pone en el centro del debate los derechos humanos de las personas trans en el país.
Daniela Alfaro, activista independiente y estudiante de la Universidad de El Salvador, asegura haber sido víctima de un acto de violencia verbal y discriminación el 13 de octubre, cuando el personal de seguridad de la institución le prohibió el uso del baño de mujeres, a pesar de que —según relata— lo ha utilizado en múltiples ocasiones sin inconvenientes.
“Un vigilante me dijo que yo tenía que entrar al baño de hombres y decidí decirle que quería hablar con el jefe. Llegó tanto el jefe de la BINAES como el jefe de seguridad, y ambos se pusieron a estarme humillando por mi condición de mujer trans”, declaró Alfaro al medio Washington Blade.
Según su testimonio, los encargados le argumentaron que “no existe ninguna ley que les obligue a respetar” su identidad de género. Además, le advirtieron que, si insistía en usar el baño de mujeres, podría ser detenida.
“Me dijeron que había una orden desde arriba que nos prohibía a nosotras ingresar a los baños de mujeres. Entonces me amenazaron que si volvía y no usaba los baños de hombres me iban a llevar detenida”, añadió.
El incidente, ocurrido en un espacio público de carácter nacional, expone la falta de garantías legales hacia la población LGBTQ y evidencia cómo la ausencia de una Ley de Identidad de Género continúa vulnerando la dignidad y los derechos fundamentales de las personas trans en El Salvador.
Una denuncia por dignidad y derechos humanos
Tras el suceso, Alfaro presentó una denuncia formal ante la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), en la que relata con detalle los hechos acontecidos y solicita la intervención del Estado para garantizar su derecho a la igualdad y a la no discriminación.
En su denuncia, Alfaro escribió:
“El señor Iván Baires (Coordinador de Servicios de Información) ratificó que yo tengo que utilizar el baño de hombres, menospreciando en todo momento mi identidad y expresión de género ya que dijo que ellos no están en la obligación de respetar tratados internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos que El Salvador firmó, comprometiéndose en el trato digno de sus ciudadanos”, relató.
Alfaro le explicó a las autoridades de la biblioteca que estas acciones ponían en riesgo su integridad y su imagen, ya que los prejuicios sociales pueden provocar malentendidos o incluso agresiones físicas y sexuales. Sin embargo, la respuesta fue aún más hostil.
La activista denuncia que en ese momento fue rodeada por aproximadamente diez personas, quienes la intimidaron “como si fuera una delincuente”, solo por ejercer su derecho al uso de los espacios públicos.
Una biblioteca moderna con prácticas excluyentes
La BINAES fue inaugurada en noviembre de 2023 como parte del megaproyecto impulsado por el gobierno salvadoreño con apoyo de la Embajada de China. Con modernas instalaciones, espacios de estudio, zonas tecnológicas y acceso a internet gratuito, el proyecto fue presentado como un ejemplo del desarrollo cultural y educativo del país.
Sin embargo, Alfaro denuncia que ese mismo espacio que promueve la inclusión tecnológica, reproduce prácticas de exclusión social.
“La Biblioteca Nacional de El Salvador es una donación de la Embajada China para nosotros los salvadoreños, pero los dueños actuales generan mucho maltrato a las personas transgénero”, expone en su denuncia.
Daniela explica que asiste frecuentemente a la biblioteca para utilizar las computadoras, ya que no cuenta con una propia y las necesita para redactar su tesis universitaria, requisito indispensable para su graduación en la Universidad de El Salvador.
“Actualmente no tengo los recursos para tener una computadora en mi casa, por ello asisto a la BINAES para elaborar mi trabajo de tesis y poder graduarme. Este trato hostil y denigrante me lleva a abandonar las oportunidades que me permitan crecer y desarrollarme plenamente.”
El acceso a espacios públicos sin discriminación forma parte del derecho universal a la educación, la cultura y la libertad de expresión. Sin embargo, en El Salvador, este derecho parece condicionado por la identidad de género.
“La discriminación y un trato injusto son barreras a mi derecho a ser tratada con respeto y dignidad, y poder acceder a los servicios públicos sin temor a ser discriminada”, enfatiza Alfaro.
Daniela solicita que las autoridades competentes tomen medidas inmediatas para restituir sus derechos como ciudadana salvadoreña, y advierte que la amenaza de ser encarcelada por ejercer su identidad en espacios públicos representa una forma grave de persecución.
“Sin duda, esto es una persecución desde la imposición y la coacción, lo cual repercute gravemente en mi salud física y mental”, escribió en su denuncia.
Violencia institucional y miedo cotidiano
El caso de Alfaro no es aislado.
Las personas trans en El Salvador enfrentan un contexto de violencia estructural y estigmatización que atraviesa la vida cotidiana, desde el acceso a la educación y el empleo, hasta la atención en salud y el uso de espacios públicos.
“Una vez, en el Centro Histórico, un agente de la Policía Nacional Civil solo por estar sentada en un parque me dijo que en este gobierno no se está respetando a las personas LGBT y me tiró mis pertenencias al piso”, relata Alfaro, recordando otro episodio de agresión.
Este tipo de acciones, según organizaciones defensoras de derechos humanos, constituyen una forma de violencia institucional, donde agentes del Estado o personal de instituciones públicas refuerzan prejuicios que vulneran los derechos fundamentales.
El Salvador, a diferencia de otros países de la región, no cuenta con una Ley de Identidad de Género ni con políticas públicas específicas que protejan a la población trans. La ausencia de marcos legales y la falta de reconocimiento administrativo de la identidad autopercibida agravan la vulnerabilidad de este grupo.
Según Alfaro y activistas consultados, existe un clima de impunidad y desinterés gubernamental frente a estos hechos. “La violencia institucional no solo nos quita derechos, también nos quita esperanza”, reflexionó la joven.
Una deuda pendiente: la Ley de Identidad de Género
En 2022, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia emitió una resolución en la que ordenaba a la Asamblea Legislativa legislar sobre una Ley de Identidad de Género, que permita a las personas trans adecuar su nombre y género en los documentos legales de acuerdo con su identidad autopercibida.
Sin embargo, a la fecha, el gobierno de Nayib Bukele y la actual Asamblea —con mayoría oficialista— no han avanzado en la discusión ni en la aprobación de dicha ley.
Para las organizaciones que acompañan a la población trans, esta omisión es una forma de violencia estructural. “El Estado salvadoreño sigue sin reconocer nuestra existencia jurídica. No tener documentos que reflejen quiénes somos nos expone a humillaciones, exclusión laboral y vulneraciones constantes”, explicó un representante de la organización Comcavis Trans en declaraciones recientes.
La Ley de Identidad de Género no solo busca el reconocimiento nominal, sino también garantizar el acceso a servicios básicos, educación, salud y empleo sin discriminación. En la práctica, la falta de esta ley permite que situaciones como la ocurrida en la BINAES se repitan con frecuencia, sin mecanismos de reparación efectivos.
La invisibilidad legal se traduce en exclusión social. Al no contar con documentos que correspondan a su identidad, las personas trans enfrentan obstáculos para inscribirse en universidades, obtener empleo o incluso acceder a atención médica sin ser expuestas o ridiculizadas.
Un país que sigue vulnerando derechos
La situación de Alfaro pone rostro a una realidad más amplia: la falta de garantías para vivir con dignidad siendo una persona trans en El Salvador. Su testimonio refleja cómo la discriminación no siempre se manifiesta con violencia física, sino también con gestos institucionales de exclusión, humillación y negación de derechos.
A pesar de los compromisos internacionales asumidos por el Estado salvadoreño —como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Principios de Yogyakarta, que reconocen la identidad de género como parte de la dignidad humana—, las políticas nacionales siguen sin incorporar una visión inclusiva y de respeto hacia la diversidad.
Organismos internacionales como la ONU y la CIDH han advertido que la discriminación basada en identidad de género constituye una forma de violencia que puede derivar en daños psicológicos, pérdida de oportunidades y, en los casos más extremos, crímenes de odio.
En ese contexto, el caso de Alfaro no solo evidencia un acto de discriminación individual, sino también un síntoma de un problema estructural.
“Es triste que en un lugar donde uno va a estudiar, a prepararse y superarse, te humillen por ser quien sos. No pedimos privilegios, solo respeto”, expresó Daniela con tono de frustración.
El retroceso académico tras la censura del lenguaje inclusivo
El caso de Alfaro también puede entenderse dentro de un contexto más amplio: el retroceso institucional que ha comenzado a experimentarse en el sistema educativo salvadoreño tras la reciente disposición gubernamental de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en todos los niveles de enseñanza.
Aunque la medida fue presentada por el Ministerio de Educación como una forma de “mantener la pureza del idioma”, especialistas en derechos humanos advierten que esta decisión envía un mensaje de exclusión hacia las personas LGBTQ, especialmente hacia estudiantes y docentes que trabajan por ambientes más respetuosos y diversos.
En la práctica, la censura del lenguaje inclusivo puede profundizar el miedo a hablar sobre temas de género y diversidad en el ámbito académico, limitando la libertad de expresión y el derecho a la educación inclusiva. “Cuando se prohíben palabras, se prohíben existencias”, expresó una docente universitaria consultada, aludiendo a que el lenguaje no solo comunica, sino que reconoce identidades y realidades sociales.
Para jóvenes como Alfaro, que viven en carne propia la discriminación en espacios públicos, esta política representa un nuevo obstáculo en su formación profesional. La falta de apertura institucional no solo afecta la seguridad física de las personas trans, sino también su desarrollo académico y su posibilidad de proyectarse en igualdad de condiciones.
Una lucha por existir y ser reconocida
La historia de Alfaro es la de muchas personas trans en El Salvador que, pese a los avances sociales, continúan enfrentando un sistema que las invisibiliza y excluye. Su denuncia ante la PDDH representa un acto de valentía, pero también de desesperación frente a un Estado que no reconoce plenamente su humanidad.
Mientras no exista una Ley de Identidad de Género ni políticas que garanticen el respeto a la diversidad, las personas trans seguirán expuestas a humillaciones, amenazas y exclusión institucional.
El incidente en la BINAES no debería verse como un hecho aislado, sino como un recordatorio urgente de que la igualdad y la dignidad deben ser una realidad vivida, no solo un discurso.
El Salvador, país que se precia de ser “el país de la libertad y la fe”, sigue en deuda con quienes, como Alfarpo, buscan simplemente estudiar, trabajar y vivir sin miedo.
La justicia y la igualdad no deberían depender de una “orden desde arriba”, sino del reconocimiento de que toda persona —sin importar su identidad o expresión de género— merece respeto, dignidad y la oportunidad de construir su vida plenamente.
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