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A 47 suben personas LGBTQ asesinadas en Honduras en 2023

Mataron a dos mujeres trans en menos de tres días

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(Foto de Michael Key por el Washington Blade)

Reportar sin Miedo es el socio mediático del Washington Blade en Honduras. Esta nota salió en su sitio web el 14 de noviembre.

SAN PEDRO SULA, Honduras — El 2023 terminará como uno de los peores años para las personas LGBTIQ+ y las mujeres en el país. En menos de tres días, dos mujeres trans han sido asesinadas. 

Las víctimas son Mónica Santos en La Ceiba, Atlántida, y Abigaíl Zelaya en Guaimaca, Francisco Morazán.

Las organizaciones de derechos humanos LGBTIQ+ de Honduras exigen que ambos crímenes no queden impunes. Además, condenan la falta de acciones concretas del gobierno de Xiomara Castro para disminuir estas violencias.

Durante la presidencia de Castro, por segundo año se disparó la cantidad de víctimas LGBTI+, denunció la Red Lésbica Cattrachas. 

En el 2022, la cifra de asesinatos fue 46. Este año se superó ese número cuando aún no ha finalizado la primera quincena de noviembre. 

Indyra Mendoza, coordinadora de Cattrachas, expresó a Reportar Sin Miedo que el gobierno no ha hecho nada para que disminuyan, se investiguen o criminalicen la violencia y los asesinatos contra las disidencias sexuales.

Indyra Mendoza, coordinadora de Cattrachas.

Asimismo, Mendoza denunció que funcionarios del gobierno regalan biblias en los centros educativos. 

En el departamento de Atlántida, la departamental de Educación prometió 32 mil ejemplares de este libro para la población estudiantil. 

“Hay una hiperviolación del Estado laico. Los feminicidios se incrementan, la impunidad se mantiene y como siempre a nadie le importa”, reflexiona Mendoza con enojo por la falta de voluntad política de funcionarios y operadores de justicia del actual gobierno. 

En el 2023, según el Observatorio de la Red Lésbica Cattrachas, 47 personas LGBT+ han sido  asesinadas; 18 de ellas son personas trans, 17 gays y 12 lesbianas.

Estadísticas hasta el viernes 10 de noviembre del 2023, según el Observatorio de la Red Lésbica Cattrachas. 

Mónica migró a La Ceiba para encontrarse con la muerte

Dos balazos en el tórax acabaron con la vida de Mónica Santos, de 32 años. Su muerte violenta se produjo en la zona conocida como La Atenea en La Ceiba, donde mujeres trans ejercen el comercio sexual. 

Mónica, a la izquierda con el turbante en la cabeza.

Cuando murió, Mónica no tenía documento de identidad. Su caso es como el de todas las personas trans en Honduras, a quienes el Estado no les reconoce su identidad asumida, a pesar de que hay una condena internacional impulsada por la sentencia de la Corte IDH en el caso de la activista trans Vicky Hernández. 

Mónica hablaba misquito, inglés y garífuna. Desde hace más de ocho años vivía en La Ceiba, dice la líder trans Sasha Rodríguez de la organización Oprouce, quien la recuerda con mucho cariño, ya que pertenecía a su agrupación. 

La líder de Oprouce, Sasha Rodríguez.

“Mónica a veces se sentía excluida, ella tuvo una vida muy marcada, su situación de pobreza era extrema y muchas veces no tenía ni alimentos”, recuerda Rodríguez. 

En 2020, Mónica fue privada de su libertad en la penitenciaría masculina de Támara, pero después de dos años la liberaron por falta de pruebas.  

“La conocí y sufrió una serie de vejámenes”, relata Rihanna Ferrera, directora de Cozumel Trans. 

Rihanna Ferrera, directora de Cozumel Trans.

Ferrera lamentó que integrantes de la Policía Nacional especularan en las redes sociales sobre las razones del asesinato de Mónica sin haber realizado las investigaciones. 

“Es alarmante la situación, escalofriante porque sabemos que la semana anterior asesinaron en diferentes lugares a tres personas trans. El gobierno se ha llamado al silencio. Esta situación es un llamado para que los colectivos estemos más unidos”, expresó Ferrera a Reportar Sin Miedo.

Dolor en Guaimaca por Abigaíl

La noche del sábado 11 de noviembre, el cuerpo sin vida de Abigaíl Zelaya Vásquez, de 27 años de edad, fue encontrado en un solar de la colonia San Juan, en el municipio de Guaimaca, departamento de Francisco Morazán, zona central de Honduras.

La información preliminar mostrada en las imágenes es que el cadáver presentaba heridas de arma blanca, sobre todo en el cuello. 

Abigaíl Zelaya Vásquez.

Abigaíl llevaba puesto vestido azul. En la escena se encontraron sus tacones. 

Al lugar donde estaba tendido el cuerpo llegó su madre, quien imploró que la levantaran para trasladarla a un centro médico, pero Abigaíl ya había expirado.

A la escena acudieron algunos vecinos y familiares de la joven que lloraban por su deceso. Indicaron que era una persona alegre y muy conocida en la zona.

Los antiderechos de Libre y el BOC

Mientras aumentan los asesinatos de disidencias sexuales en Honduras, el Congreso Nacional está dividido por la elección del fiscal general y la derogación de las ZEDE.

Además, la ciudadanía hondureña afronta la polarización entre las personas que apoyan al gobierno de Castro y quienes participan en el Bloque de la Oposición (BOC).

El BOC es un grupo formado por fuerzas del Partido Salvador de Honduras, Partido Liberal y Partido Nacional para denunciar la concentración en la familia Castro Zelaya de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. A estos se suma ahora el Ministerio Público.

“Nos siguen matando y la gente no reacciona. No reacciona la Policía, no reacciona nadie. Todo tiene que ver con política exterior. No tiene nada que ver con lo nacional, con lo que realmente está pasando aquí con las mujeres y personas LGBTI+”, expresó la directora de Cattrachas, Indyra Mendoza. 

No sólo los funcionarios del gobierno de Xiomara Castro actúan contra las disidencias sexuales. 

El esposo y asesor presidencial de Castro, Manuel Zelaya Rosales, se mofó en abril de este año de los diputados gays del Congreso Nacional. 

La burla de Zelaya se produjo durante una aparición pública divulgada por el canal de televisión del Estado en el parqueo de la Casa Presidencial. 

Zelaya se burló de las poblaciones LGBTIQ+ junto con el diputado suplente Manuel Rodríguez. Ambos pertenecen al Partido Libertad y Refundación (Libre), en el poder.

“Manuel es famoso en el Congreso porque él dice, a mí no me consta, él dice que tiene una lista de género en el Congreso y que en el Congreso no hay dos géneros, hay más. Él puede dar testimonio de cuáles son los géneros que hay en el Congreso, nunca me la ha querido dar”, dijo Zelaya con tono burlón.

Con esas frases incitó al diputado Manuel Rodríguez a hablar de una supuesta lista de Libre en la que aparecen todos los congresistas pertenecientes a más de “dos géneros”. 

A continuación, Manuel Rodríguez se unió a la “broma” iniciada por Zelaya. “Hay tres géneros, los homosexuales, los bisexuales y las lesbianas”, dijo mientras él y Mel Zelaya se reían.

“Ahí le di la lista original a usted, lo que pasa es que no quiere decirla, la tiene escondida”, agregó, dirigiéndose de nuevo al asesor presidencial. 

Parte del público presente en la reunión de bases se rio a carcajadas de las palabras de los funcionarios.

Tampoco podemos olvidar los ataques de Roberto Contreras, quien el 12 de abril del 2023 dijo: “Prefiero cien mil veces portar esta bandera garífuna que una bandera de la diversidad sexual”. 

Contreras, alcalde de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, dio esas declaraciones cuando se celebraban 226 años de presencia garífuna en el país.

Más discursos de odio

Por otro lado, el secretario de Salud, José Matheu, expresó que, si se aprueban las pastillas anticonceptivas de emergencia (PAE), habría “desenfreno sexual” en las mujeres. 

Asimismo, el ministro de Educación, Daniel Sponda, rompió las guías de educación Ciudadano mi salud y mi vida creadas en el gobierno de Juan Orlando Hernández. 

Los antiderechos no sólo están dentro del gobierno de Xiomara Castro. También el llamado “archienemigo de la presidenta”, Salvador Nasralla, marchó con los grupos fundamentalistas. 

“Yo me crié en un hogar cristiano, así que yo no apoyo el matrimonio gay”, dijo Nasralla cuando habló con Reportar Sin Miedo en junio de 2023. 

Este tipo de manifestaciones tenían un claro objetivo: evitar que el Ejecutivo aprobara la ley de prevención de embarazo en adolescentes que permitiría por primera vez incluir educación sexual en las escuelas de forma laica e integral. 

Xiomara Castro cedió ante las presiones el 29 de julio, día que en Tegucigalpa se conmemoraba la marcha del orgullo. Castro vetó la ley que actualmente se encuentra en el Congreso Nacional. 

Mientras tanto, madres y padres de familia, en su mayoría de alumnos de escuelas privadas, están redactando, con apoyo de líderes de las iglesias Católica y Evangélica, una nueva ley para evitar que se enseñe la “ideología de género” a sus descendientes. 

Por otra parte, grupos de mujeres y disidencias denuncian las incongruencias del veto presidencial debido a la fecha en que se produjo y se anunció públicamente. Asimismo critican la injerencia de grupos fundamentalistas en las principales secretarías del Estado. 

Sin embargo, no sólo los oficialistas pronuncian discursos de odio. 

También integrantes del Partido Nacional como Tomás ZambranoMario Pérez y David Chávez han hecho campaña con mensajes contra los derechos de las mujeres y disidencias sexuales. 

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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