Noticias en Español
Capitalizando el Mes del Orgullo: cómo empresas en Honduras utilizan a las personas LGBTQ para vender sus marcas
Galeano modificó el símbolo patrio Lempira
Por María Alejandra Aguilar y Dunia Orellana
SAN PEDRO SULA, Honduras — Ondeando banderas de arcoíris y organizando marchas caracterizadas por color y júbilo recibimos junio, el Mes del Orgullo LGBTIQ+, alrededor del mundo. Aunque las poblaciones de la diversidad sexual y de género se dedican a concientizar y promover representación igualitaria durante todo el año, el Mes del Orgullo es un tiempo dedicado a visibilizar a la diversidad sexual y su lucha para borrar el estigma que aún existe.
Sin embargo, las personas LGBTIQ+ y sus aliadxs no son lxs únicxs en publicar mensajes de apoyo en redes sociales durante el Mes del Orgullo. Recientemente, corporaciones y empresas también se han unido al movimiento visibilizando su respaldo a través de campañas publicitarias. Tal es el caso de la marca de bebidas alcohólicas Four Loko, que publicó en sus redes sociales la campaña “Four Loko es para TODES” con el fin de visibilizar a la comunidad LGBTIQ+ hondureña.
También lo hizo Barena en el 2020 con una campaña publicitaria denominada “#LevantalaConOrgullo”, en la cual también promocionaron un “kit para apoyar la igualdad” por la compra de sus productos. Esta campaña fue creada por la transnacional AB InBev y dirigida creativamente en Honduras y El Salvador por la compañía publicitaria Ogilvy.
Sin derechos ni oportunidades
Aunque el Mes del Orgullo no es la única ocasión que las empresas y corporaciones utilizan para diversificar sus audiencias y consumidores, este movimiento es objeto de crítica y oposición que, digamos, el mes rosa -mes de concientización sobre el cáncer de mama- no recibe. Este fenómeno de utilizar al movimiento LGBTIQ+ como una herramienta para generar dinero se denomina capitalismo rosa o capitalismo gay.
Según activistas LGBTIQ+ hondureñxs, esa fue la táctica de Galeano, una marca de ropa hondureña que publicó una controversial imagen de Lempira, símbolo patrio nacional, con los colores de la bandera LGBTI+ en redes sociales el pasado 1 de junio. Acompañada de un mensaje ambiguo por parte de la empresa en el que no se expresa abiertamente apoyo hacia la población de la diversidad sexual, la publicación recibió miles de interacciones y comentarios negativos, incluso de personas de la diversidad sexual.
“Prácticamente, el sistema capitalista se ha llegado a adueñar del colectivo LGBTIQ+. Están vendiendo nuestro orgullo y nosotros estamos permitiéndolo”, opinó la activista LGBTIQ+ hondureña Génesis González. “La única manera en la que ellos se están pronunciando a favor de nosotros simplemente es en un día o en un mes, cuando la homofobia, la transfobia, la bifobia y la lesbofobia existen en todo el año”.
En un país donde la diversidad sexual es discriminada y violentada, no basta una publicación con arcoíris cada junio. De acuerdo con el Observatorio de Muertes Violentas de la Red Lésbica Cattrachas, más de 380 personas LGBTI han sido asesinadas desde el 2009, sin contar la cifra de quienes han sufrido amenazas de muerte, violencia física y sexual. Además, según un reporte del 2020 por el Observatorio de los Derechos Humanos, las personas de la diversidad sexual “se ven empujadas a los márgenes sociales y económicos por una vida de discriminación”. Esta marginación sistémica suele comenzar con el rechazo y el abuso por parte de sus familias, agrega el reporte.
¿Dónde está la responsabilidad empresarial?
El problema con el capitalismo rosa es que tal sistema, si bien visibiliza a las personas LGBTIQ+ durante el Mes del Orgullo, también se lucra de su opresión y no permite que estas comunidades logren desarrollos económicos sustentables para sí mismas. “Pensar en alcanzar otras audiencias es violencia capitalista porque es buscar provecho lucrativo y monetario de las vidas y luchas que no te atraviesan y deshumanizar las vidas de a quienes sí”, comentó lu cía Santos, representante del colectivo Luciérnaga Poética.
José, un joven de 24 años, abiertamente gay y migrante de San Pedro Sula, lleva seis meses sin encontrar trabajo. ¿Su mayor obstáculo? Ser homosexual. Personas como José no reciben ningún beneficio por parte de empresas que aparentan ser inclusivas, pero no implementan políticas internas que brindan oportunidades a las personas de la diversidad sexual. Como José, muchxs sufren discriminación con base en su orientación sexual e identidad de género en los lugares de trabajo, lo cual invisibiliza a la comunidad aún más.
“Estoy de acuerdo con que existan marcas comerciales que para estas fechas visibilicen su acompañamiento o su identificación con la comunidad de la diversidad sexual”, opinó el sociólogo hondureño Luis Velásquez. “Yo, como consumidor, sí les exigiría que tuvieran responsabilidad social empresarial en lo interno, que en sus políticas empresariales administrativas sean respetuosas de los derechos humanos y de la diversidad, y que en sus políticas comerciales se exprese esto por el resto del año”.
La publicación de Galeano también recibió críticas por usar la imagen del Indio Lempira, pero la cuenta oficial en Instagram no aclaró el propósito de modificar al símbolo patrio con colores de la bandera LGBTI+. Muchxs tomaron la publicación como una ofensa.
“Usar el símbolo de Lempira, en este caso con la bandera LGBTIQPA+, puede significar muchas cosas dependiendo de donde viene”, comentó Lu Cía. “El caso de Galeano es una ofensa. Usar las fechas que conmemoran de alguna u otra forma las luchas de comunidades y poblaciones violentadas como oportunidades de mercantilización es reafirmar la intención opresiva de los sistemas de opresión”.
El que las empresas y corporaciones utilicen sus marcas y plataformas para visibilizar a la comunidad de la diversidad sexual no es la causa del disgusto y ofensa por parte del público LGBTI+, según Luis Velásquez. Pero existen formas de actuar como aliadxs en vez de capitalizar el Mes del Orgullo.
“No les podemos exigir que se unan a la causa de las personas de la diversidad sexual de forma totalmente desinteresada porque no está en su naturaleza”, opinó Velásquez. “Lo que sí podemos exigirles es la responsabilidad social empresarial para que no utilicen la bandera de la diversidad o la apropiación de símbolos sin que eso sea coherente con su actividad diaria”.
Orgullo critico
El cofundador de la organización Honduras Diversa, Néstor Hernández, dice que en este mes están promoviendo el Orgullo Crítico que promueve la memoria histórica desde un espectro crítico contra las violencias capitalistas, racistas, clasistas y patriarcales. “Buscamos que todas las personas puedan estar representadas, ya que la invisibilización es segregación y discriminación. En conclusión, buscamos fomentar un espíritu de apoyo ante las diversas luchas disidentes que se dan en nuestro colectivo”, apunta el activista.
“Como personas LGBTIQ+ no debemos olvidar que orgullo es protesta. Para poder conmemorar esta fecha hubo personas que lucharon, dejando lágrimas, sudor, sangre e incluso sus vidas. Como para permitir que se comercialice esta lucha, ni Marsha P. Jonhson ni Sylvia Rivera tuvieron patrocinadores y aún así salieron a las calles y organizaron un movimiento revolucionario por la liberación sexual y de género”, manifiesta.
Para Hernández, las empresas se benefician y “nos controlan” con sus productos supuestamente inclusivos, pero los fondos recaudados en la mayoría de los casos son destinados a campañas de políticos ultraconservadores quienes se dedican a bloquear los derechos LGBTIQ+.
Desde su organización están promoviendo el Orgullo Crítico que busca recordar la revolución y reivindicación de lo que significa el Día del Orgullo. Busca la igualdad colectiva de todas las disidencias sexuales y de género.
Pinkwashing
El término pinkwashing se usa para describir la acción de usar temas relacionados con poblaciones LGBTIQ+ de manera positiva para distraer la atención de las acciones negativas de una organización, país o gobierno. La palabra fue acuñada por Breast Cancer Action para identificar a las empresas que aseguraban apoyar a las mujeres con cáncer de mama, mientras que en realidad pretendían obtener mayores beneficios y mejorar su imagen de marca al incorporar a su publicidad una causa benéfica.
Un buen ejemplo de esto fue la campaña de Pepsi en 2017, cuando se vio obligada a retirar un spot relacionado con el movimiento #BlackLivesMatter por considerarse “muy insensible” con lo que estaba sucediendo.
A raíz de estas prácticas nació la palabra pinkwashing. Se refiere, en el contexto de los derechos LGBTI, a la variedad de estrategias de marketing dirigidas a promocionar productos o empresas apelando a su condición de simpatizante con la causa, con el objetivo de ser percibidos como progresistas, modernos y tolerantes.
“Las compañías deben de referirse a las poblaciones de la diversidad sexual el resto del año y somos una población vulnerada, subatendida, y creo que las corporaciones deben tener el deber ético y moral de hacer mucho más allá de vender mercancías que solo los lucren a ellos y por lo menos deberían hacer campañas de concientización”, dice el fotoperiodista Danny Barrientos.
“La capitalización del orgullo es un problema muy global porque se utiliza a una comunidad que históricamente ha sido marginada. En las últimas décadas está siendo incluida en primer mundo y las corporaciones lo incluyen para lucrarse», enfatiza Barrientos.
Junio es un mes para hablar abiertamente de los temas diversos, afirma el periodista. Además, es un tiempo para promover contenido y actividades no lucrativas, sino que provean información sobre “el amplio espectro de la comunidad LGBTIQA+”. Se necesitan “narrativas dignas no sexualizantes ni misóginas, destinadas a informar a las personas”, dice Barrientos.
“Necesitamos comenzar a informar sobre los temas relevantes y asuntos que nos aquejan. A las autoridades que por décadas nos han marginado y ni siguiera nos mencionan y también al resto de la población que, si nos conoce o desconoce, nos mira desde una representación visual burlesca y sórdida y esa representación es poco real”.
El Salvador
El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ
Entidades estatales son los agresores principales
En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.
Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.
El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.
Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor
El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.
Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:
- 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
- 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
- 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.
A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.
Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:
“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”
Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.
El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.
El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso
El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.
“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.
La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.
Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.
Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.
Educación negada, derechos anulados
Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:
“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”
Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.
Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.
Organizaciones en resistencia
Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.
Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”
Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.
Matar sin balas: la anulación de la existencia
“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.
Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.
En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.
El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.
Noticias en Español
Un país que vota desde el miedo y la esperanza
Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país
Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.
Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.
El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.
“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.
Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.
Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.
Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.
La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.
Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.
Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.
Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.
Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.
Noticias en Español
Doble exclusión, misma dignidad
Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.
En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.
Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.
Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.
La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.
El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.
Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.
Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.
La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.
Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.
-
Movies4 days agoIn solid ‘Nuremberg,’ the Nazis are still the bad guys
-
Books4 days agoNew book highlights long history of LGBTQ oppression
-
Theater3 days agoGay, straight men bond over finances, single fatherhood in Mosaic show
-
Chile3 days agoChilean presidential election outcome to determine future of LGBTQ rights in country
