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Aldo Dávila: Un caballo de Troya ha entrado al Congreso de Guatemala
Congresista guatemalteco es hombre gay con VIH


CIUDAD DE GUATEMALA — Contra todo pronóstico, el activista Aldo Dávila consiguió una curul que le permitirá legislar a favor de las poblaciones históricamente excluidas del país.
Lo que para Guatemala representó un paso en dirección a favor de los derechos humanos, para Dávila significó gozar de la felicidad que trae consigo el triunfo, pero también recibió un golpe a puño limpio de la realidad y experimentó el mal sabor de boca que dejan las amenazas.
El 16 de junio de 2019, 22.825 personas asistieron a las urnas para convertirlo en el primer diputado electo abiertamente gay y VIH positivo del país. En otros territorios esta situación no sería trascendental, pero en el país centroamericano, donde las estadísticas evidencian los ataques de odio que sufre la comunidad LGBTQ y la invisibilización a la que están sujeta sus miembros, sí lo es.
Ese domingo Dávila despertó intranquilo a las 5 de la mañana. Se vistió deprisa y fue a Gente Positiva, organización que trabaja en pro de la prevención del VIH y en la que laboró por poco más de 10 años. Es una casa grande y de múltiples espacios ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad, así que como estrategia de sostenibilidad, sus miembros rentan uno de los salones para eventos.
El sitio funcionó como punto metropolitano de fiscales y Dávila formó parte de un grupo de voluntarios que preparó y coordinó la entrega de comida para quienes estarían en los centros de votación.
La actividad lo hizo perder la noción del tiempo. Votó tan solo dos horas antes de que cerraran las urnas acompañado por su hermana Gabriela y volvió a Gente Positiva, donde una televisión transmitía los avances de las elecciones, transformándolo en el protagonista de un thriller.
—Soy muy competitivo, pero esta vez estaba preparado para perder porque la campaña de mi partido fue muy pobre y claro, por la homofobia —en la oficina que ocupó mientras fue director de la institución, el hombre de 42 años, de cabeza rasurada, rostro lampiño de piel morena y una apariencia muy pulcra se dispone a buscar algunos de sus promocionales.
El escritorio lleno de papeles entre los que continúa buscando, tres sofás pequeños y una mesa se distribuyen por el lugar. En las paredes, además de cinco pinturas, todas elaboradas con los colores del arcoíris, hay múltiples marcas que evidencian que antes había decenas de papeles pegados. Ahora esos diplomas de capacitación, relacionados principalmente al tema del VIH, están apilados en su escritorio. Son más de 60.
—Aún estoy considerando rentar este espacio. Así colaboro para que el proyecto llegue a la cuota de alquiler y además tengo una oficina en un lugar que no sea hostil, como el Congreso.
Dávila encuentra uno de los cinco mil volantes y un calendario de bolsillo, de los cuales el partido Winaq, fundado por la líder indígena y Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, imprimió alrededor de 30 mil, tan solo 9 mil más del número de votos que él necesitaba para ser congresista.
—Teníamos poca publicidad, pero en los foros me hartaba a los otros candidatos —dice mientras ríe sin hacer el menor esfuerzo por ocultar la satisfacción que eso le provoca.
El día de las elecciones Dávila recibió una llamada a las 8 de la noche. Un analista político le explicó que después de hacer el conteo de votos del 33 por ciento de las mesas la tendencia era irreversible, por lo que podía ir a dormir tranquilo. El hecho se repitió dos horas y media más tarde, pero se sentía inseguro y respondió que esperaría hasta que se contabilizaran todos los votos.
No quería avivar esperanzas. Por eso volvió a su casa hasta las 2 de la mañana, cuando sabía que Olga, su mamá, y Alex, su pareja, ya estaban durmiendo.
A las 6 de la mañana el 93 por ciento de las mesas habían sido contabilizadas y los medios de comunicación empezaron a divulgar los resultados.
—No podía creerlo. Empecé a sentir que me sofocaba y me quebré en llanto —dice mientras coloca las manos en el centro de su pecho y las extiende, como si se liberara nuevamente de la incertidumbre de aquel día.
Los mensajes de felicitación no tardaron en llegar. Sin embargo, la comunicación con su partido surgió por iniciativa propia, y 72 horas después de las votaciones, ante la ausencia de resultados oficiales por parte del Tribunal Supremo Electoral, hicieron una conferencia exigiendo que apresuraran el proceso.
No tenían idea de lo que vendría después.
Al conocerse los resultados preliminares, organizaciones políticas y candidatos a la presidencia y vicepresidencia hicieron señalamientos públicos de fraude electoral. Los votantes denunciaron inconsistencias en el proceso y se realizaron manifestaciones en distintos puntos del país.
Una semana después de las elecciones el director de informática del tribunal admitió que hubo “un error humano”. En sus declaraciones aseguró que el sistema utilizado para el conteo fue reprogramado, lo que causó problemas, y en algunos casos, duplicó votos. Por primera vez en la era democrática de Guatemala se hizo un recuento total de las actas.
El 11 de julio, casi un mes después de las elecciones, el tribunal dio a conocer el listado oficial de los 160 diputados para el periodo 2020 -2024. Dávila ocupa el puesto 43. Fue hasta en ese momento que agradeció el apoyo de los votantes.
Desde su candidatura recibió advertencias sobre la posible divulgación de aspectos de su vida privada y en efecto, después de su elección circularon en redes sociales unas fotografías originalmente publicadas en su perfil personal de Facebook. En ellas se le puede ver en fiestas de Halloween –su celebración favorita- de años anteriores, en unas disfrazado de diablo y en otras de zombie. Varios usuarios las compartieron junto con comentarios en los que se referían a él como una aberración.
—Hay congresistas que me han atacado por redes sociales debido a mi orientación sexual. Otros usuarios me han escrito lacra y sidoso. Incluso una persona a quien no conozco llegó a comentar que debía conseguir un chaleco antibalas porque no iba a dejar que llegara al 14 de enero, el día de mi toma de posesión. Puse una denuncia en el Ministerio Público y la policía me ha ayudado con algunas medidas de seguridad.
—¿Tenés miedo?
—Sí, tengo miedo —dice inmediatamente. —Estoy seguro de que un activista no será bienvenido en el Congreso pero no me voy a tapar la boca —dice, de nuevo, sin titubear.
Y es que, con altoparlante en mano, Dávila ha participado en marchas a favor de la diversidad sexual desde hace más de 15 años y alzado la voz en contra de la corrupción y la impunidad del Estado en múltiples manifestaciones.
—Yo amé a ese hijo de puta —dice al referirse a Guillermo, su primera pareja, quien aunque le rompió el corazón en más de una ocasión, también lo hizo descubrir el activismo, algo por lo que asegura, siempre le estará agradecido.
Después de darle el primer sorbo a una taza de té chai que emana un fuerte olor a especias, Dávila lanza una mirada de complicidad, deja la taza a un lado, coloca los codos sobre la mesa, entrelaza los dedos y se inclina ligeramente hacia delante. —Primero de agosto de 1995 —y hace una pausa.
—Cuando estaba en mi último año de colegio quería ser periodista y a veces me salía de clases para ir a leer la prensa a la Biblioteca Nacional. Ese día noté que él se me quedaba viendo. Cuando salí de la biblioteca me siguió y me habló. Me preguntó el nombre y la edad -17-. Él tenía diez más pero no se le notaba.
—Para hacerme el interesante le dije que estaba haciendo una investigación. Él respondió que podía prestarme un libro y me dio la dirección de su casa, que casualmente estaba a minutos de la mía. En ese momento ya me asusté, sentí que me tiraba mucha vibra y no estaba listo para eso. Me fui a mi casa .
Se aclara la garganta dos veces y continúa. —Dejé el bolsón en la sala y le dije a mi mamá que iba a hacer tareas.
—Yo ya sabía a lo que iba. Guillermo me llevó inmediatamente a su cuarto y empezó a besarme. Me quedé inmóvil, pero luego las hormonas me hicieron reaccionar. —hace una pausa—dijo que nos veríamos el viernes de la siguiente semana, a la misma hora. Salí de allí pensando que todo el mundo sabía lo que había pasado. Llegué a mi casa y me bañé. Me sentía sucio. La situación me sobrepasó.
La vergüenza, la culpa y la autocrítica habían estado presentes en la vida de Dávila desde cinco años atrás, cuando fue consciente de orientación sexual.
—No me enamoré de un compañero del colegio ni de un profesor, pero lo sabía.
—Me tomó poco tiempo darme cuenta que cada vez que veía a Guillermo se repetía un patrón. Yo iba a su casa, teníamos relaciones y ya. E igual me colgué —dice mientras ríe, aceptando sonrojado su ingenuidad adolescente. —Conforme pasó el tiempo nos fuimos conociendo, pero durante dos años cortamos y volvimos muchas veces porque él no era capaz de establecer una relación.
—Él iba a una discoteca gay que se llamaba Pandoras Box —a mi todavía no me dejaban entrar—, allí le hablaron de unos talleres sobre prevención de VIH y me invitó. Se hacían en la ONG Oasis. Para mi el lugar significó literalmente eso porque hasta ese momento no conocía a más personas diversas a parte de él y además me capacité en los temas de VIH, autoestima, codependencia y otros.
‘Un chico de barrio’
Dávila era un chico de barrio, el mayor de tres hermanos. Califica su infancia como buena, excepto cuando en el colegio le pegaban “por maricón”.
Su mamá trabajaba como mesera en la cadena de restaurantes Pollo Campero y su papá era jefe de bodega en una tienda de telas.
—Con mi mamá siempre he tenido una relación como de amigos y a mi padre lo quise mucho. Cuando yo tenía 14 años lo atropelló un auto y murió de inmediato. Yo era un niño gay obvio y él era muy machista. A pesar de que era un excelente cocinero no me dejaba entrar a la cocina. Supongo que pensaba que con ese tipo de cosas “me iba a componer”. Creo que por el temor que le tenía, si él siguiera vivo yo sería gay solapado.
Fue hasta ese entonces que Dávila sintió la presión de ser el hermano mayor, de ser el ejemplo a seguir. No quería decepcionar a su mamá, que la gente hablara mal de él por ser gay o -según lo que aprendió en el colegio- irse al infierno.
Su rutina cambió de inmediato. Mientras su mamá trabajaba él preparaba las refacciones de sus hermanos, Gabriela y Kenny, los llevaba a colegios distintos y luego se iba a estudiar. En la tarde, después de recoger a sus hermanos, hacía almuerzo, revisaba tareas y hacía las suyas, y terminaba el día llorando en el jardín para que nadie lo viera.
Grupo de diversidad sexual apoyó a Dávila
Tres semanas después de empezar a asistir a Oasis decidió hablar de su orientación sexual con su mamá. Estaba listo para lo que viniera, incluso para irse de su casa si así se lo ordenaba.
Además de la sensación de liberarse de una carga, Dávila recibió palabras de aceptación y amor —pero también lágrimas y preguntas–.
Lo que empezó como una petición para que declinara ir a Oasis pronto se volvió una prohibición y en su desesperación, fingiendo que era la casa de un amigo, Dávila llevó a su mamá al lugar. Una vez estuvieron frente a la puerta abierta y la mirada atónita del director de la institución, se vieron comprometidos a entrar.
—La llevaron a dar un recorrido por todo el lugar. Era un espacio de tres niveles en el que había un salón para hacer ejercicios, cafetería, una sala con televisión y juegos de mesa y otros espacios, todos con cuadros con información de prevención de VIH. Se portó algo pesada y cortante con todos e hizo muchas preguntas sobre lo que hacíamos allí. Cuando la invitaron a participar se lo tomó como si la estuvieran retando y por eso aceptó. Recuerdo que al salir me maltrató por haberla llevado así, pero también me dijo que parecían personas agradables y que el lugar no era lo que había imaginado.
—La siguiente semana cambió el horario de su turno de trabajo y nos acompañó a repartir preservativos y trifoliares a personas dedicadas al comercio sexual. La mayoría eran fáciles de tratar, pero también estaba Rachael, una mujer trans a la que visitábamos después de esconder nuestras pertenencias porque asaltaba. Nos recibió a la defensiva como siempre, pero en cuanto se enteró que la nueva voluntaria era mi mamá y que me aceptaba la abrazó y empezó a llorar mientras repetía que no pensó que iba a vivir para ver algo así.
—Después de eso mi mamá empezó a entender mejor el rollo de la diversidad y continuó siendo voluntaria en Oasis. A los tres años le ofrecieron una plaza en una organización que trabaja en pro de los derechos humanos de las trabajadoras sexuales. Trabajó allí nueve años, hasta que se jubiló hace cinco.
La carrera laboral de Dávila inició en una agencia de viajes, pero eventualmente se dio cuenta de que no era lo suyo, renunció y confió en que pronto llegaría otro trabajo.
Tenía 18 años pero ya no vivía con su familia, así que eventualmente sus ahorros se esfumaron y las cuentas se acumularon, lo que lo llevó a dedicarse al comercio sexual para sobrevivir.
—Los trabajadores del “Callejón del Amor” ya me conocían porque yo mismo les repartía preservativos. Se sorprendieron cuando llegué, pero comprendieron mi situación. Me pasaron muchas cosas feas en esa época —dice sin expresión, mientras mantiene el contacto visual-. Fueron ocho meses, hasta que llegó la oportunidad de trabajar en Oasis como educador.
Dávila fue diagnosticado con VIH cuando tenía 24 años
—Un día después de regresar de un viaje me sentía muy mal. Me dolía la cabeza y tenía fiebre de 40 grados. Le había dado las llaves de mi apartamento a un vecino mientras estuve fuera y me encontró tirado en el piso.
—Cuando desperté noté un letrero de XX en mi cama. Tenía una sonda y tubos aquí y aquí –dice mientras presiona su dedo índice en una de sus muñecas y el antebrazo—. Me diagnosticaron meningitis bacteriana pero no reaccioné al medicamento. Se me cayó el pelo y estaba flaquísimo.
—Me había hecho una prueba de VIH un año atrás. Sabía que después de infectarse una persona pasa un tiempo siendo indetectable y finalmente llegaba a la etapa de sida. ¡Era lo que yo enseñaba! Pero de igual forma acepté que me hicieran un análisis.
—Enterarme de que era portador me dejó en shock —dice mientras asiente con la cabeza varias veces—.
Tenía 24 años.
—Estuve en coma varios días. Recuerdo pocas cosas, pero tengo claro que le pedí perdón a mi mamá y que mi cuadro clínico estaba tan mal que pensé que me iban a mandar a morir a mi casa.
Después de 21 días Dávila logró superar la meningitis, salió del hospital e inició su tratamiento contra el VIH, que consistía en tomar 16 pastillas diarias.
—Siempre fui empático, pero ser portador me cambió aún más la perspectiva. Cuando tratás con gente con VIH debés tener presente que estás hablando con un humano y no con una cifra. No importa cuántas veces tengas que repetir la misma información, debés ser paciente. A la fecha hay gente que me habla para contarme de su diagnóstico y noto que no les han dado el acompañamiento correcto. Es algo que realmente me molesta.
Dávila se especializa en los temas de VIH y diversidad sexual, pero asegura que llevará la agenda del Congreso basándose en los derechos humanos.
—Claro que trabajaré por una ley de identidad de género, pero me preocupan mucho las niñas, las mujeres, la juventud y los pueblos indígenas.
Para entender la dimensión del interés de Dávila en los derechos humanos y las poblaciones históricamente excluidas basta echarle un vistazo a los 25 años de experiencia laboral plasmados en su currículum. Educador en materia de VIH, profesor de jóvenes con problemas de conducta y encargado de pre y post consejería para la prueba de VIH en trabajadoras sexuales son algunas de las funciones en las que se ha desempeñado.
Dávila es un hombre accesible, de muchas palabras, pero también de acciones.
Cuando le ponen una cámara enfrente abre más los ojos y casi siempre junta los labios y los mueve hacia la izquierda para esbozar una sonrisa.
Le gusta Mafalda y los animales. Tiene un perro Schnauzer llamado Valentino.
No le gusta el fútbol.
Tampoco la ropa formal, pero ya fue a varias tiendas de segunda mano en busca de sacos para su nuevo trabajo.
Cuando habla de Alex, su pareja desde hace 18 años, le resulta imposible no sonreír. Lo describe como un hombre inteligente, responsable y muy trabajador. Es comerciante en el mercado La Terminal y un excelente cocinero.
No cree en las casualidades.
Cree en Dios. También cree en la numerología.
Suele contestar los mensajes de inmediato y siempre devuelve las llamadas.
Después de ser activista se involucró en la política partidaria porque quiere hacer cambios sociales desde adentro. Recibió la invitación para unirse a tres partidos políticos distintos. Sabiendo que normalmente está comprometida a los dueños o financistas, pidió la casilla 1 para la capital. Era la única forma de tener posibilidades razonables de conseguir el éxito. Dos partidos declinaron.
El pasado 14 de enero inició su trabajo legislativo.
Tiene dudas, pero no se arrepiente.
El Salvador
El Salvador conmemora el 17M bajo un clima de miedo y retroceso en derechos LGBTQ
Activistas denunciaron al gobierno de Nayib Bukele

El 17 de mayo se conmemora a nivel mundial el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia, recordando la eliminación de la homosexualidad como enfermedad mental por parte de la Organización Mundial de la Salud en 1990. Sin embargo, esta fecha también se ha convertido en un espacio de denuncia ante la violencia estructural e institucional que sigue afectando a la población LGBTQ en muchos países, incluido El Salvador.
Este año, la marcha conmemorativa del 17 de mayo en San Salvador fue más reducida que en ocasiones anteriores. Decenas de personas se reunieron para alzar su voz a pesar del temor creciente entre quienes integran la diversidad sexual y de género.
Las amenazas no son nuevas, pero sí más frecuentes en el contexto actual.
Activistas, colectivas y organizaciones de derechos humanos denuncian que el gobierno de Nayib Bukele ha profundizado un discurso y una práctica anti-derechos. Para muchas de estas personas, la visibilidad se ha vuelto sinónimo de riesgo.
Desde la Asociación ASPIDH, Valeria Mejía, coordinadora de monitoreo y evaluación, expresó que “a inicios de 2025, el presidente Nayib Bukele y su gobierno oficializaron una postura anti-derechos, profundizando las amenazas estructurales contra los derechos humanos en El Salvador”. Alegan que esto ha generado retrocesos concretos para la comunidad LGBTQ.
Mónica Hernández, directora ejecutiva de ASPIDH, ha sido enfática en sus declaraciones.
“Se está silenciando a las organizaciones defensoras de derechos humanos a través de amenazas o restricciones legales”, afirmó. Y exigió al gobierno restituir los mecanismos que protegían a la población diversa.
Una de las luchas históricas aún sin respuesta es la aprobación de una ley de identidad de género. Actualmente, las personas trans no pueden modificar su nombre y género en sus documentos legales, lo que las expone a tratos humillantes en hospitales, centros educativos, juzgados y otras instituciones públicas.
La falta de una legislación que apoye a las personas trans sobre su identidad de género sigue siendo una afectación, por lo que sufren discriminación institucionalizada, en hospitales, centros educativos, juzgados, entre otros, donde suelen enfrentar trato discriminatorio o negación de servicios por no coincidir su identidad de género con sus documentos legales, mencionó una vocera de la Mesa por Una Ley de Identidad.
En la marcha de este año, las calles no se llenaron como en otras ocasiones. El miedo a la criminalización fue evidente.
“Los agentes del CAM me dijeron que con este régimen me podían acusar de ser pandillera solo por ser trans y andar tatuada”, declaró una participante, temblorosa, al Washington Blade.
A pesar del temor, hubo presencia. Algunas organizaciones de base y colectivos de clase trabajadora mostraron su solidaridad. Entre ellas, el Movimiento por la Defensa de los Derechos Humanos de la Clase Trabajadora, quienes acompañan el caso de Carolina Escobar, una mujer trans despedida injustamente del ISDEMU.
Escobar también estuvo en la marcha.
“Hay que permanecer unidas las minorías, yo estoy acá a pesar de que he sufrido persecución por parte de la Policía Nacional Civil, por dar seguimiento a los casos de despidos injustificados del ISDEMU”, comentó.
La analista política y activista Bessy Ríos de la organización De La Mano Contigo no se mostró optimista con el panorama.
“Hay que prepararse para el peor de los escenarios y crear redes de apoyo entre nosotros”, recalcó durante la jornada conmemorativa.
La colectiva feminista también acompañó la marcha y compartió con otros colectivos mensajes de unidad.
“En tiempos difíciles, es cuando debemos unirnos más”, dijo una joven activista con una pañoleta verde en su rostro.
La represión no solo se percibe en las calles. Desde hace meses, muchas organizaciones LGBTQ han denunciado bloqueos al financiamiento internacional que sostenía proyectos de apoyo, atención psicológica y asesoría legal. Sin esos fondos, la lucha se vuelve más cuesta arriba.
Además, la anunciada Ley de Agentes Extranjeros —todavía en discusión— amenaza con imponer un impuesto del 30 por ciento a las donaciones provenientes del extranjero. Esto pondría en jaque a decenas de ONG que trabajan directamente con poblaciones vulnerables, incluida la diversidad sexual.
La consigna en esta fecha ha sido clara: la lucha no se detiene. Incluso con menos recursos y bajo amenazas, quienes se organizaron para conmemorar el 17 de mayo lo hicieron con la firme convicción de que los derechos humanos no se negocian.
Desde las pancartas hasta las intervenciones públicas, el mensaje fue contundente: el Estado salvadoreño debe cesar toda forma de discriminación hacia las personas LGBTQ y garantizar políticas inclusivas que aseguren su acceso a la salud, la educación, la justicia y el empleo.
En cada paso, se entretejía el recuerdo de quienes ya no están, y el deseo ferviente de un futuro distinto.
“Marchamos por quienes no pudieron llegar hoy, por quienes tienen miedo, por quienes ya no están. Seguiremos exigiendo respeto y dignidad”, expresó una activista.

La Joven Cuba se publicó esta nota en su sitio web el 12 de mayo
Por NORGE ESPINOSA MENDOZA | En el calendario cubano, mayo es un mes cargado de fechas singulares y múltiples celebraciones. Desde su primer día, marcado por el tradicional desfile que recuerda a los mártires de Chicago como tributo a los trabajadores del mundo, pasando por el Día de las Madres, el Día Internacional de los Museos y el Día de África, entre muchas otras fechas. Se trata de una agenda cargada de memorias, consignas, festejos públicos o más domésticos que se concentran en esas cinco semanas.
La incorporación a todo ello del reconocimiento en nuestro país del 17 de mayo como Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia removió ese panorama, sobre todo porque se trata de la misma fecha en la que se celebra el Día del Campesino y la Reforma Agraria. Entre las diversas reacciones que desencadenó todo ello, sirva como ejemplo del estupor con el que parte de la población cubana reaccionó, este fragmento de las décimas humorísticas creadas por Ángel Rámiz, muy popular gracias a su personaje El Cabo Pantera:
«Que esto no es chisme ni brete
y me da genio, compay,
¡con tantos días que hay
escoger el 17!
Quiero que se me respete,
se me dé una explicación:
¿Ese día mis amistades
me dicen felicidades
por guajiro o maricón?»
La elección de ese día molestó, irritó, generó controversias, en las cuales algunos rememoraron que para el calendario nacional ese día fue distinguido en favor del campesinado por conmemorarse en tal fecha el asesinato de Niceto Pérez, en 1946. La supuesta contradicción entre la imagen del campesino viril, líder y símbolo del trabajador agrícola, fue un detonante que no hallaba justificación ni siquiera en el hecho de que se trataba de resaltar desde nuestro país algo fijado internacionalmente por la Organización Mundial de la Salud.
Como señala la nota que presenta en el Decimerón esos versos de Ángel Rámiz, no faltó quien rebautizara al 17 de mayo, en tono despectivo pero también desde los límites de nuestro incontenible choteo, como Día del Maricón. Y más allá de esa anécdota, hacer memoria sobre este asunto nos permite recalibrar las tensiones que, entre consignas, mitos, épica y sexualidad, han marcado la aparición, visibilidad o invisibilidad de las llamadas minorías que también componen el entramado social del país, así sea al borde o en los márgenes de la historia oficial.
En esos territorios opacos, borrosos, ambiguos, a los que solo en fechas recientes se ha empezado a mirar y estudiar sin los prejuicios que sigue padeciendo la mirada de regla y cartabón de la narrativa oficial, aún perduran incomodidades, interrogantes y tabúes, que cada vez que nos acercamos al 17 de mayo resucitan o recobran interés en las agendas y los debates acerca de política, historia, sexualidad y cuerpo nacional. Un cuerpo que ha aprendido a saberse diverso, no solo porque desde esas agendas se le brinde tal posibilidad, sino porque las condiciones extremas a las que ha sobrevivido le han permitido hallar sus propias armas y herramientas para tal hazaña.
La memoria de los cuerpos disidentes
La historia de los cuerpos sexuados ha ido emergiendo lentamente ante nosotros, gracias al empeño de investigadores, historiadores, activistas, artistas, y finalmente, gracias a la irrupción de esas voluntades y biografías en los espacios gubernamentales donde por años se pensó únicamente desde el prisma heteronormativo y patriarcal, que también fue abrazado por la Revolución.
Las normativas y la preocupación por el deslinde de esos cuerpos, por las prácticas no re/productivas ni de ganancia inmediata para la nueva causa, estallaron desde el inicio. Es el elemento que dispara sus dardos lo mismo contra los cuerpos negros y mulatos que se divierten la madrugada del puerto habanero durante los pocos minutos del documental PM (cuya censura en 1961 provocó las Palabras a los intelectuales), que contra los pasajes eróticos de El mundo alucinante, la novela que presentó Reinaldo Arenas al concurso de la UNEAC en 1967, y que no solo no ganó al premio, sino que aún no ha sido publicada en Cuba. Ese recelo también fue el que activó las redadas en la Rampa habanera, la Noche de las Tres P en 1961, o las expulsiones de las universidades y escuelas de arte de aquellos que vivían una sexualidad disidente en la misma década.
El I Congreso de Educación y Cultura formalizó ese rechazo, en 1971, y aseguró durante los años 70 un periodo de oscurecimiento y pobreza en numerosos espacios de la vida nacional durante el decenio. Esos recelos volvieron a aflorar durante los días del Mariel y la Embajada de Perú: declararse lesbiana u homosexual (el término gay no era frecuente en el habla cubana de esos días aún) era una especie de salvoconducto inmediato para quienes querían abandonar el país rumbo a los Estados Unidos, a pesar de la amenaza de golpiza, o tener que avanzar a través de una muchedumbre que gritaba ofensas homofóbicas con la misma intensidad con la que lanzaba huevos podridos contra esos «desafectos». La memoria tarda en sanar. La memoria del cuerpo también tiene su propio canal de biografías.
La memoria tarda en sanar. La memoria del cuerpo también tiene su propio canal de biografías.
Esas memorias han demorado en añadirse a la narrativa que repasa esos acontecimientos. Los libros y testimonios que en su mayoría dan fe de esos rechazos y traumas comenzaron a aparecer fuera de Cuba, ya en los 80, y la llegada de la generación de los marielitos a Estados Unidos de América abrió una brecha de información que dio pie a volúmenes y documentales (Improper Conduct, de 1984, sigue siendo el más famoso y debatido), y que desde nuestro aparato partidista se leyó o denunció como una maniobra difamatoria contra la Revolución.
Ha sido un proceso arduo, doloroso, en el que las zonas de apertura o la desaparición de leyes que criminalizaban la homosexualidad y la existencia de «seres extravagantes», fluctuaba entre períodos de flexibilidad intermitentes y la insistencia en recordar que el cuerpo revolucionario de ese Hombre Nuevo imaginado por Ernesto Ché Guevara era, sobre todo, un cuerpo impenetrable.
De la marginación al «activismo oficial»
A fines de esa década, en el albor mismo de los años 90, una nueva generación de artistas había empezado a quebrar esas nociones tan rígidas, y mediante el quehacer de poetas, narradores, teatristas y figuras de la plástica, el valor de lo ambiguo, de la duda, de la necesidad de saltar sobre vetos y censuras, así como la posibilidad de que los cuerpos fueran celebrados más allá de las campañas de la zafra, las misiones internacionalistas, y otras imágenes aprobadas por el discurso oficial, consiguió hacer más respirable al país para aquellas personas que habían tenido que reprimir palabras y gestos a fin de evitar la estigmatización que, en no pocos casos, incluía el no poder optar por determinadas carreras universitarias o puestos de trabajo.
En 1989 se crea, precisamente, el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), derivado del Grupo Nacional de Trabajo de Educación Sexual, fundado a instancias de la Federación de Mujeres Cubanas, en 1974. Durante esos últimos años de la década, el rostro del doctor Celestino Lajonchere y de la doctora alemana Monika Krause se habían ido abriendo paso en programas televisivos y en otros medios, como principales voceros de la campaña de educación sexual que en sus primeros momentos estaba más enfocada en la instrucción acerca del uso de métodos anticonceptivos o la prevención del embarazo en edad adolescente, hasta llegar al gran tema tabú que era el homosexualismo.
La publicación de libros como En defensa del amor y ¿Piensas ya en el amor? convirtieron a esos títulos en best-sellers, confirmando la necesidad de una variante menos anticuada, pacata y moralizante de la sexualidad, que vino acompañada por otros materiales y películas (como Siete pecas, el filme de Hermann Zschoche sobre el amor juvenil que incluía una feliz escena de desnudos de la pareja protagónica, producido en la República Democrática Alemana en 1978) que apuntaban a un relajamiento y mejor comprensión de estos asuntos en nuestra cotidianidad. Los años 90 fueron de dureza inimaginada hasta entonces, tras la caída del Socialismo del Este. En ese nuevo ámbito de carencias, Cuba se tuvo que reinventar. Y sus cuerpos también lo hicieron.
Los años 90 fueron de dureza inimaginada hasta entonces, tras la caída del Socialismo del Este. En ese nuevo ámbito de carencias, Cuba se tuvo que reinventar.
En mayo de 2008, el CENESEX sale definitivamente del clóset. La institución, ya bajo la dirección de Mariela Castro Espín, lanza ese año su segunda celebración del Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, con una campaña de alcance nacional que va más allá de los muros de su sede en el Vedado, e inunda la Rampa y el Pabellón Cuba en un acontecimiento sin precedentes.
Las reacciones fueron también diversas y apasionadas, incluidas esas que pensaron que se le arrebataba al campesinado su fecha más importante. Pero se comenzó ahí a naturalizar un concepto que sin dudas relocalizó al homosexual, a la lesbiana, a las personas trans, a los pacientes de VIH/Sida y a todo ese conjunto de cuerpos diversos en el imaginario nacional.
Lo que habían logrado poco a poco los artistas y creadores, desde los primero cuentos y poemas sobre el asunto y luego Senel Paz con «El lobo, el bosque y el hombre nuevo» y su versión cinematográfica: Fresa y chocolate, hasta los atrevimientos de Ramón Silverio y su Centro Cultural El Mejunje (en Santa Clara), obtenía otro nivel de legitimidad otorgado por el peso político del linaje de la directora del CENESEX, y el apoyo logrado por ella de diversas entidades e instituciones para gestar lo que en aquel 17 de mayo apareció en los titulares no solo de Cuba, sino en numerosas partes del mundo.
De ese paso de avance, podía esperarse más. Y en cierta medida, con discusiones, aperturas, tibiezas y desafíos, eso fue lo que la comunidad cubana LGBTIQ del país vivió, dentro y fuera de los márgenes del CENESEX, hasta mayo de 2019, cuando lo conseguido y lo aún por lograr se estremeció, se detuvo, y desde mi perspectiva, no ha logrado conciliar sus extremos tras lo ocurrido aquel 11 de mayo.
Los silencios del presente
A seis años de aquella marcha convocada por los activistas LGBTIQ de Cuba como respuesta a la suspensión de la Conga por la Diversidad —versión reducida del Gay Pride que el CENESEX desde el 2008 había implantado como un pequeño desfile a lo largo de varias cuadras de la Rampa— estoy leyendo el libro que el investigador y activista puertorriqueño Wilfred Labiosa publicó en 2024 bajo el título La Revolución LGBT en Cuba, aparecido por el sello Deletrea en Estados Unidos de América.
Ese día, el 11 de mayo de 2019, no existe en tal volumen, a pesar de que su autor reconoce en su epílogo que lo culminó «sentado junto a la ventana de uno de los nuevos hoteles de La Habana», en mayo de 2022. En el prólogo, firmado por Camilo García López-Trigo y Alberto Roque, ligados en un determinado momento al CENESEX, tampoco puede localizarse esa fecha.
Pareciera que, como afirmé hace un par de años, ese día nunca existió, a la manera en que Dulce María Loynaz hablaba de otra fecha en uno de sus poemas. Pero sí existió, sucedió. Y curiosamente, la ausencia en un libro como este, que se supone una guía para quien quiera conocer el devenir de las personas LGBTIQ en la historia de Cuba, lo hace mucho más visible.
Pareciera que, como afirmé hace un par de años, ese día nunca existió, a la manera en que Dulce María Loynaz hablaba de otra fecha en uno de sus poemas.
El volumen de Labiosa, quien ha visitado nuestro país con el auspicio y beneplácito del CENESEX, es su carta de agradecimiento a esta institución. Desde la propia narrativa de blanqueamiento a conveniencia de ciertos aspectos de esa línea histórica que pretende abordar, anula la existencia de libros previos e investigaciones que lo preceden para evitar enumerar conflictos y tensiones que sí han evidenciado otros estudios sobre el tema como los realizados por Víctor Fowler, Jesús J. Barquet, Alberto Abreu, Jesús Jambrina, Francisco Morán, Yoandy Cabrera, Mabel Cuesta, y otros investigadores como José Quiroga, Carlos Espinosa, Rubén Ríos Ávila o Daniel Balderston.
El título se trata de una elección cuidadosa y suspicaz que elimina referentes, se ahorra citar ciertos autores y anécdotas, y así como se extiende en tratar de explicar qué fueron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, adelantándole al CENESEX la investigación prometida sobre esos campos de trabajo forzado en los que fueron recluidos entre 1965 y 1968 homosexuales, disidentes políticos y religiosos.
Lo esbozado se limita a un mapa que incluye no pocos agujeros negros, a fin de que otras probabilidades de activismos gestados fuera de esa institución sean al menos mencionados en este libro: una visión edulcorada y suavizante que recuerda la del documental En marcha con Mariela Castro, producido por HBO durante el breve idilio entre Cuba y Estados Unidos durante la administración Obama.
No hay aquí mención, digamos, de lo que revelaron los números de la revista Mariel, de la cual fue parte Reinaldo Arenas, o de un libro como Gays under Cuban Revolution, publicado por Young Allen en 1981 y que cuenta con traducción al español de 1984. Asegura no haber encontrado libros sobre las UMAPS, aunque existan varios sobre el tema: desde la novela Un ciervo herido, de Félix Luis Viera o La mueca de la paloma negra, de Jorge Ronet, hasta otros como La UMAP. El gulag castrista, de Enrique Ros (2004), o por supuesto, El cuerpo nunca olvida, de Abel Sierra Madero, el estudio más amplio sobre ese doloroso asunto, aparecido en 2022 por el sello Rialta Ediciones. Del mismo autor, Labiosa cita un artículo, pero no Del otro lado del espejo, ganador del Premio Casa de las Américas en 2006, que cubre zonas de las que asegura tampoco halló referencias.
A partir de ello, Labiosa asegura que su libro «es único, en la medida en que se enfoca únicamente en la comunidad LGBT viviendo en Cuba desde su fundación, durante la Revolución y bajo el liderato de los hermanos Castro». Asegura de inmediato que «muchos (tal vez todos) los libros y proyectos anteriores han tratado la homosexualidad como datos secundarios en entrevistas, o con aquellos que huyeron de Cuba y viven en España o en los Estados Unidos, específicamente en Nueva Jersey o la Florida». Al parecer no se detuvo, en la redacción de este libro que es parte de su investigación académica, en lo que como testimonio directo de su experiencia en la Isla apuntó, por ejemplo, Ernesto Cardenal sobre estos asuntos en las páginas de su muy conocido libro En Cuba, fechado en 1974.
Tal afirmación hubiera sido creíble a mediados o fines de los 80. Ya no. De entonces a acá han aparecido testimonios, libros, artículos y documentales que amplían ese circuito de referencias, que Labiosa desconoce o prefiere eludir. Habla de Fresa y chocolate, y de documentales como Mariposas en el andamio y Gay Cuba, pero ignora otros documentales previos, como No porque lo diga Fidel Castro (1988), el primero acerca de estos asuntos que produjo la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, o En busca de un espacio, estrenado en 1993, o los de Lizette Vila en ese periodo.
El encomiable trabajo de Ramón Silverio en El Mejunje ocupa aquí todo un capítulo, pero más allá de las simpatías de ese gestor cultural y comunitario, otros espacios y creadores también han hecho su obra, contra viento y marea, para incluir esas temáticas y discusiones, no pocas veces enfrentado censura y recelos que culminaron empujándolos al exilio, no simplemente «huyendo» de Cuba.
Labiosa desconoce o prefiere no comprometerse, y «olvida» eventos, exposiciones, proyectos, obras teatrales, la rehabilitación de autores como Lezama o Piñera y Arrufat, poemas, cuentos, antologías ya imprescindibles en este tipo de repaso. Habla de la aparición en Cuba del VIH Sida y de la reclusión a la que fueron sometidos sus primeros pacientes, pero no da referencia acerca de los soldados internacionalistas que trajeron de regreso el virus, historia revelada en obras como el filme El acompañante (Pavel Giroud, 2015) o en libros de Miguel Ángel Fraga.
Labiosa desconoce o prefiere no comprometerse, y «olvida» eventos, exposiciones, proyectos, obras teatrales, la rehabilitación de autores como Lezama o Piñera y Arrufat, poemas, cuentos, antologías ya imprescindibles en este tipo de repaso.
Varias de sus afirmaciones no vienen de pruebas documentales o referencias precisas, acerca de la célebre canción «Siboney», asegura, por ejemplo: «compuesta por Ernesto Lecuona se considera como una de las primeras sobre amor gay», añadiendo que esa fue la «canción principal» de Esther Borja, como si «Damisela encantadora» jamás hubiese existido en el repertorio de dicha cantante, en el que fue su imborrable carta de presentación. Menciona además a Pablo Milanés por su canción «El pecado original», a Amaury Pérez y a Silvio Rodríguez pero no a iconos como Bola de Nieve, Luis Carbonell, Sara González o Teresita Fernández.
Alineado a la narrativa del CENESEX, el libro de Labiosa, participante frecuente en las Jornadas de esa entidad, elude hablar del 11 de mayo de 2019, pero menciona de paso las manifestaciones de julio de 2021: «Curiosamente, miembros de la comunidad LGBT participaron en las protestas contra el gobierno cubano liderado por Miguel Díaz-Canel, en el verano de 2021, donde fueron encarceladas cientos de personas, muchas de las cuales siguen en prisión». Y se apresura en aclarar: «Las manifestaciones, que se llevaron a cabo en Estados Unidos, Europa y Cuba, fueron organizadas y subvencionadas por personas que residen fuera de Cuba. Los participantes ondearon banderas del orgullo LGBT y varios líderes llamaron la atención de noticieros de todo el mundo, pero no representan la totalidad y complejidad del movimiento LGBT en la patria».
Labiosa, a quien conocí en La Habana durante una de esas visitas, trata de simplificar la dimensión de lo ocurrido en 2021 mediante una comparación poco feliz con las protestas y represalias sufridas por quienes salieron a las calles durante los días del Black Lives Matter. El asunto es mucho más complicado y exige ir más allá en su análisis, tal y como dije a quienes intentaron etiquetar a lo sucedido en mayo del 2019 como un «Stonewall a la cubana».
El asunto es mucho más complicado y exige ir más allá en su análisis, tal y como dije a quienes intentaron etiquetar a lo sucedido en mayo del 2019 como un «Stonewall a la cubana».
Haciendo algunos ajustes mínimos, Labiosa apela a la misma narrativa que ante las cámaras de la Mesa Redonda del 13 de mayo de 2019 empleó Mariela Castro, junto a otros representantes del CENESEX para inferiorizar y demeritar a quienes bajaron desde el Parque Central hasta Malecón, movilizados por el simple anhelo de no perder el espacio público, el de la calle, tan simbólico en nuestro país, y que el propio CENESEX había ganado en su salida del clóset.
La intervención de la policía, la violencia de ese momento, la detención de varios activistas a los que ni siquiera se les permitió llegar a ese punto de convocatoria (el mismo en el cual, el 1 de mayo de 1995, marchamos algunos con la Rainbow Flag junto a activistas norteamericanos, para total sorpresa de los dirigentes que no nos esperaban en tal acto), y la salida posterior del país de algunos a los cuales ese cerco los llevó a esa decisión tan dolorosa, es parte de un momento que no puede invisibilizarse porque sí[9].
A seis años de ese 11 de mayo, sigo sintiendo que algo se quebró ahí que no ha podido resolverse en diálogos posteriores, ni siquiera con la aprobación del matrimonio igualitario en Cuba. Bastó ese momento, frente al malecón, para desencadenar varios síntomas: la comunidad LGBTIQ, tan preterida y silenciada, podía organizarse en una aparición de ese tipo sin la anuencia oficial; el espacio de la calle podía, de pronto, ser un canal de otras demandas y símbolos.
En el libro de Labiosa, que intenta incluso reducir a un diagrama de power point el complejo proceso de lo que han vivido las personas LGBTIQ de Cuba, agradezco la aparición de algunos testimonios, porque insisto en creer que eso es lo que más necesitamos: reconocer las voces de los otros, de las otras personas que han vivido en su biografía estos años de un modo íntimo, con su dosis individual de épica, a despecho de quienes no les consideran parte de un modelo de vida donde la ideología y la moral pretenden limitar los derechos del cuerpo y el deseo.
Ello no aparece en su libro, donde hay testimonios de quienes se reconozcan como parte de ese núcleo de personas, pero no de quienes trabajan y crean fuera de los límites de la institución a la que él halaga sin recatos. Fiel al título de su libro, como si parafraseara al vuelo las célebres Palabras a los intelectuales, este es un repaso en tono generalmente didáctico a la idea de «Dentro de la Revolución LGBT en Cuba todo, fuera de la Revolución LGBT en Cuba, nada». Aunque ya sabemos que la frase literal pronunciada en la Biblioteca Nacional, no es exactamente esa.
En una línea, su autor afirma algo con lo cual, al menos, estoy de acuerdo: «El futuro de la comunidad LGBT en Cuba es incierto». Pero podemos decir eso acerca de muchas otras zonas de la sociedad cubana. Por encima de la disidencia o la normatividad del deseo, la pregunta que Cuba tiene ahora mismo ante sí y toda su sociedad incluye esa incertidumbre. Las loas a la directiva del Cenesex, escritas desde la comodidad del nuevo hotel donde se hospeda el autor, no logran disimular esas tensiones que hoy nos acompañan.
Recordar este día no es insistir en la herida abierta, en el momento incómodo, ni en la maniobra de hacerle el trabajo a ninguno de los extremos aquí enfrentados. La memoria dicta su propia noción de historia y sobrevivencia, y genera su propio activismo de cuerpos y recuerdos. En mi calendario personal, el 11 de mayo contiene numerosos significados y sobre todo, muchos nombres. Los de quienes me han acompañado en el activismo desde que aparecieron mis primeros textos y desde esa comunidad me hicieron sentir menos solo, hasta los de quienes, más allá de acuerdos y disensos, han jugado roles importantes en el rostro múltiple que ahora somos, y que tras ese 2019, el 2021, la pandemia y tantas nociones de la crisis interna y externa, multiplican estos ecos en las Cubas del mundo. En esa incertidumbre, recuerdo y vivo. Esa es la batalla. De la memoria, la del presente. Y la de nuestro futuro.
Norge Espinosa Mendoza es poeta, crítico y dramaturgo. Asesor teatral de la compañía El Público desde hace 20 años. Editor de las memorias del coreógrafo Ramiro Guerra y coautor del volumen dedicado a los Premios Nacionales de Teatro, que aún esperan por papel y tinta para ver la luz.
El Salvador
Artistas drag marchan por derechos laborales, visibilidad LGBTQ en El Salvador
Lady Drag y Wila la Icónica participaron en el desfile del 1 de mayo

Dos artistas drag desfilaron este 1 de mayo por las principales calles de San Salvador como parte del recorrido de la marcha del Día Internacional del Trabajo, visibilizando realidades en la vulneración de los derechos humanos. La presencia de Lady Drag y Wila la Icónica destacó en medio de una movilización que, si bien contó con diversos sectores sindicales y sociales, registró escasa participación de organizaciones LGBTQ.
Con vestuarios llamativos y maquillaje escénico, las artistas se integraron a la marcha junto a otras expresiones ciudadanas. Durante todo el recorrido, desde el Parque Cuscatlán hasta el Monumento al Divino Salvador del Mundo, ambas realizaron un performance que buscó denunciar el desempleo, la precarización laboral y la exclusión de las diversidades sexuales y de género en el ámbito laboral.
“El Salvador necesita reformas no solamente en el código de trabajo, sino que también reformas en el sistema educativo”, expresó Lady Drag. “O sea, que nuestras autoridades también velen porque se nos respeten”, agregó refiriéndose a la población LGBTQ.
El performance incluyó desplazamientos performativos en donde el artista Wila la Icónica, rompió una constitución de la República de El Salvador. La representación culminó en El Salvador del Mundo, donde las artistas realizaron una pose simbólica frente al monumento, emulando una escena inspirada en “La Piedad”, como acto de denuncia y resistencia.
La participación de ambas artistas se produjo en un contexto de creciente precarización laboral para las personas LGBTQ en El Salvador, también en memoria de los detenidos injustamente por el régimen de excepción y como sus madres sufren por las negligencias del sistema. También mencionaron ser una pronunciación por los aumentos a las AFP y a la canasta básica ya que se avecina el aumento al salario mínimo.
De acuerdo con informes de organizaciones de derechos humanos, el sector LGBTQ enfrenta barreras estructurales para el acceso a empleos dignos, así como altos niveles de discriminación y violencia.
“Siempre hay ataques de intimidación, yo he sido víctima de ataques de intimidación de este gobierno, ataques de amenaza por hacer lo que hago y, sin embargo, no me han logrado doblegar y no me van a lograr doblegar”, concluyó Lady Drag.
Pocas propuestas, mucha propaganda: críticas al gobierno marcan la jornada
La marcha del 1 de mayo no solo fue escenario de demandas laborales, sino también de fuertes críticas al gobierno del presidente Nayib Bukele.
Diversos sectores denunciaron la falta de propuestas efectivas para atender el desempleo, la informalidad y la precarización del trabajo en El Salvador, especialmente en sectores vulnerables. Al igual que los despidos masivos que se han realizado en entidades gubernamentales.
Aunque el país ha registrado una aparente estabilidad macroeconómica, organizaciones sociales aseguran que esta no se traduce en mejoras reales para la mayoría de la población.
“El gobierno presume crecimiento, pero en las comunidades la gente sigue sin empleo, sin acceso a salud y sin garantías laborales. Lo que hay es más propaganda que soluciones”, manifestó activista de Resistencia Popular.
Según datos del Banco Central de Reserva, más del 60 por ciento de la población económicamente activa se encuentra en el sector informal, una cifra que ha variado poco en los últimos años. Activistas señalan que, en vez de generar políticas de empleo inclusivo, el Ejecutivo ha priorizado megaproyectos como Bitcoin City o la promoción del turismo, sin garantizar condiciones laborales dignas en esos sectores.
La ausencia de una propuesta concreta para atender las desigualdades laborales fue uno de los puntos más señalados durante la marcha.
“El gobierno habla de seguridad, pero guarda silencio ante el hambre, la migración forzada por falta de empleo y la discriminación laboral”, reclamó un representante sindical del sector docente.
Asimismo, existieron muchas críticas sobre las medidas estatales que continúan ignorando las violencias estructurales que enfrentan las mujeres y las personas de la diversidad sexual, muchas de las cuales sobreviven en economías informales, trabajos de cuidado no remunerados o el arte callejero como último recurso.
Visibilidad fragmentada: la diversidad sexual marchó sin acompañamiento colectivo
A diferencia de años anteriores, la presencia organizada de personas LGBTQ fue escasa en la marcha del Día del Trabajo de 2025. Aunque la representación artística de “La Piedad” logró captar la atención de centenares de personas durante el recorrido, no hubo una participación masiva de colectivos LGBTQ como bloque articulado.
Nicola Chávez, parte del equipo de AMATE El Salvador, mencionó que participar en esta marcha para AMATE implica poner temas de la población LGBTQ sobre la palestra de discusiones sobre condiciones laborales en El Salvador.
“Nuestra población generalmente tiene trabajos sumamente precarizados, sufren de bajos niveles de escolaridad”, comentó.

Chávez también asegura que para las personas que tienen expresiones de género diferentes a la norma u orientaciones sexuales diferente a la norma, es urgente que existan leyes de protección laboral y así las pocas personas que puedan entrar a un empleo más formal, no tengan que pasar por estas experiencias de no ser contratadas por su expresión de género o ser despedidas por lo mismo.
El decreto 56, fue un decreto emblemático que es mencionado siempre por activistas LGBTQ, ya que fue la primera vez que se tuvo la oportunidad de tener algún respaldo jurídico contra la discriminación en el ámbito laboral que lastimosamente solo tenía cobertura en el sector público, con empleados de gobierno.
Por su parte, una activista independiente de la diversidad sexual, que prefirió no revelar su nombre por razones de seguridad, lamentó la fragmentación actual del movimiento LGBTQ en El Salvador.
“Estamos en un contexto político donde las organizaciones tienen miedo o están cooptadas. Hay silencio, no hay propuestas, no hay diálogo. La comunidad diversa está siendo relegada también desde dentro”, señaló.
Ambas voces coinciden en que, hay mucho trabajo pendiente por hacer en favor de una población históricamente excluida, preocupa la situación en un país donde los discursos oficialistas y religiosos aún promueven la discriminación y la invisibilidad de las realidades LGBTQ en las agendas públicas.
La marcha del 1 de mayo volvió a ser un espacio donde convergieron múltiples voces, cuerpos y luchas. Desde sindicatos históricos hasta organizaciones estudiantiles, pasando por expresiones artísticas y personas independientes, la movilización dejó claro que las calles siguen siendo un escenario vital para demandar justicia social.
Aunque marcada por ausencias, como la escasa participación visible de colectivos LGBTQ, la marcha demostró que existen ganas de seguir alzando la voz, aunque sea desde distintas formas de expresión. Ya sea a través de pancartas, consignas o performances, las y los participantes coincidieron en una demanda central: respeto a los derechos laborales, condiciones dignas de trabajo y una vida libre de explotación.
En un contexto donde se criminaliza la protesta, se debilita la negociación colectiva y se precariza el empleo, el Día Internacional de las y los Trabajadores no fue solo una conmemoración, sino una reafirmación de que la lucha continúa. Una lucha plural, creativa y persistente que no se detendrá hasta que cada persona trabajadora, sin importar su identidad o condición, pueda vivir con dignidad.
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