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Adrián Pose, el pastor cubano que ‘cura’ la homosexualidad y recarga los celulares
‘He hecho par de liberaciones a homosexuales’

Nota del editor: Tremenda Nota es el medio colaborador del Washington Blade en Cuba. Esta nota salió en su sitio web el 22 de abril.
LA HABANA — Parados frente a sus butacas, unos 100 feligreses escuchan al pastor habanero Adrián Pose mientras agitan el cuerpo violentamente. Algunos jadean con los ojos cerrados, otros dan brincos, giran sobre sí mismos, y elevan las manos al cielo. Enérgico, el pastor grita desde el estrado “¡Fuego! ¡Fuego! Ahora mismo fuera de aquí, demonios” y el movimiento de los cristianos, sobre los bancos, se vuelve más intenso. Después de casi tres horas de culto, el calor adentro del templo Casa de Gloria, en Marianao, La Habana, se hace insoportable.
Los líderes del grupo evangélico, que van y vienen entre los fieles, portan unas sábanas blancas para envolver a “los poseídos”. Una vez que encuentran los cuerpos ocupados por el demonio, los cubren y conducen hasta la parte delantera. En una línea frente al estrado están formados un chico joven y delgado, una anciana con evidentes secuelas de la quimioterapia, y una mujer que anhela “curar” la discapacidad intelectual de su hija pequeña.
En el salón algunos fieles convulsionan, pero la más afectada parece ser una chica muy joven, de cabello recogido y ojos saltones, que acudió por primera vez a Casa de Gloria. Con la vista perdida, le tiembla el cuerpo entero.
La voz del pastor se escucha más fuerte cuando se acerca a la muchacha: “¡En nombre de Jesús yo te salvo ¡En el nombre de Jesús!”, le grita. El sudor empapa la cara de la chica mientras la pastora le pone la mano sobre el abdomen. La joven “poseída” se tira de rodillas al piso y da gritos de espanto, chillidos punzantes que retumban por toda la iglesia. Adrián se acerca: “Sal de ese cuerpo, demonio fornicador”, ordena, y de repente la chica se desploma.

“En nuestros cultos la gente cae como muerta. Echan espuma por la boca, convulsionan. Es por la opresión y liberación de demonios –explica Pose–. Hay muchos en este país”.
Dice él que, por culpa de los abortos y la práctica de religiones afrocubanas, la Isla está “poseída”.
“Los demonios se alimentan de los fetos. Al permitir el asesinato de manera legal y gratuita estamos dándole más poder a estas criaturas del infierno. Los cristianos tenemos que luchar porque regulen el aborto en Cuba”.
Pose explica que hay tres niveles de influencia demoníaca: opresión, demonización y posesión. Para él y sus seguidores son estos seres quienes nos conducen a las tentaciones, enfermedades y adicciones. Por supuesto, también aseguran que los demonios vuelven homosexuales a las personas y las someten a la fornicación.
Y a los demonios, Adrián Pose los expulsa.
“He hecho par de liberaciones a homosexuales. Nosotros no los rechazamos en nuestro templo. Solo queremos introducirles el fuego de Dios y liberar sus ataduras, curarlos”.
Cuando el pastor menciona a un «par de homosexuales» se refiere al Faraón, un mulato de cejas finas y pelo teñido a quien exorcizó en su templo un tiempo atrás –el video aún circula en el paquete–. El otro chico gay “curado” es Alain Maykel, uno de los miembros más activos del culto.
Hoy está casado con una mujer cristiana, trabaja como dulcero y acompaña a Pose cuando viaja a otras provincias a predicar. “Yo era jinetero –confiesa Alain Maykel– porque necesitaba el dinero y porque me gustaba darle placer a otros hombres. El pastor me salvó de todo esa perversión que había en mí. A él debo mi cambio y por eso lo sigo con los ojos cerrados”.

¿Quién es Adrián Pose?
Al pastor Adrián Pose el Espíritu Santo se le apareció en 2017, cuenta él mismo. Le puso la mano sobre la cabeza, lo bañó en polvo de oro y le dijo que él traería el poder sobrenatural de Dios a este país. A partir de ahí Casa de Gloria, su templo, comenzó a expandirse y sus «milagros» a multiplicarse.
Impulsados por el misterio que a veces produce lo sobrenatural pero, sobre todo, por la desesperación, hasta él han llegado cientos de personas que buscan sanidad. Algunos solo hallaron un simple espejismo y no volvieron. Otros como Ayunay Vega y su esposo aseguran que Adrián curó las corneas de su hija y ahora ellos lo siguen con vehemencia. “Un día después de que el pastor oró por la niña, sus ojos tuvieron una secreción y luego sanaron”, relatan ambos padres, sentados en la primera fila del templo.
Como carta de presentación Pose recita una sorprendente lista de milagros: “Un cáncer terminal desaparece. Sordos comienzan a escuchar. Huesos deformes que sanan. Bebés en vientres infértiles. Ovarios que resurgen”.
Adrián Pose tiene 27 años, el cabello corto, los ojos oscuros y achinados, y el cuerpo fornido. Admira a Jair Bolsonaro, el presidente brasileño, y sobre todo a Donald Trump, quien es –dice– precursor de los ideales cristianos. Podría, además, decirse que es un hombre atractivo y de lujoso vestir.
A sus servicios siempre llega con elegantes camisas de puños cerrados y zapatos en combinación. Una imagen perfectamente producida, aunque a ratos se le escapen ciertos ademanes y frases de hijo de barrio. Junto a él llega su esposa, Neylis Rojas, y sus dos hijos pequeños. Él asegura que se conocieron en una iglesia de Bauta adonde ambos asistían. Ella, en cambio, no recuerda el nombre de esa iglesia y espera la aprobación de su esposo antes de contestar cada pregunta. Él tiene en su teléfono un bloc de notas donde ha apuntado algunos versículos recurrentes en sus cultos, y los revisa para contestar varias veces. Ella apenas responde con monosílabos.

Casa de Gloria es un movimiento protestante que no pertenece a ninguna denominación cristiana en particular. Entre las 57 denominaciones evangélicas reconocidas en el país, la que dirige el pastor no está legitimada. Podría decirse que es un movimiento autónomo que ha creado el propio Pose, aunque sus principios se asemejan a las prácticas pentecostales.
Adrián toma en sus prédicas dos principios de esta teología: el Espíritu Santo sana enfermedades del “alma, la mente y el cuerpo”, porque cualquier padecimiento es originado por un “mal espiritual”; y el éxito económico es el resultado de un vínculo con Dios. A sus seguidores el pastor promete “milagros, prodigios, prosperidad y expulsión de demonios”, un eslogan que aparentemente no agradó al gobierno cubano.
En 2017 el pastor fue condenado a arresto domiciliario por “realizar reuniones y cultos prohibidos”. Hoy aclara que esa medida ya le fue retirada y puede salir del país y moverse por la Isla libremente. Una semana atrás, por ejemplo, viajó hasta Oriente para predicar sus jornadas de milagros y curaciones. Dice que allí, un hombre sordo volvió a escuchar.
“El matrimonio igualitario acabará con la especie cubana”
El templo Casa de Gloria se encuentra en el municipio habanero de Marianao. Es un viejo teatro desahuciado por la Central de Trabajadores de Cuba que el pastor alquiló porque “cada día tenía más seguidores y necesitaba un espacio más amplio”. El teatro es un hueco oscuro que huele a cerrado y a polvo. Las paredes están cubiertas de pedazos de madera y cartones húmedos. Las sillas rotas por todos lados dan un aspecto desastroso al lugar.
Cada domingo sobre las 10:00 de la mañana Adrián ofrece su servicio a los fieles de Casa de Gloria. Después del proceso de reforma constitucional –que inicialmente abría de manera rotunda el camino a la aprobación del matrimonio igualitario en la Isla–, la ideología de género y la unión entre personas del mismo sexo se convirtieron en los temas que más exorbitan los ánimos de los feligreses.
“A mis hijos en la escuela no pueden enseñarles la idiotología de degeneración” –dice el pastor para referirse a la ideología de género.
Sus interlocutores, anonadados, exclaman “Amén”. “¿Cómo a un niño varón le van a decir que está bien sentirse hembra? Asquerosos”, dice exaltado mientras su público asiente enardecido. Una mujer que carga a su bebé dibuja en su rostro una mueca de repugnancia y agrega: “Horrible”.

Durante el culto pueden oírse frases del pastor como: “Y ahora quieren casar a los homosexuales. ¿Qué diría Fidel de esto? Porque cuando él estaba vivo nunca permitió tal degeneración”. Luego agrega con un dejo lapidario: “No saben todas las consecuencias que tendrá eso”.
De la primera fila se levanta un señor, se voltea al público y en una ráfaga de palabras suelta, a su juicio, las posibles consecuencias: “Si los dejan casarse va a disminuir la natalidad. ¡Y eso es muy serio y peligroso! Por culpa de los gais que no quieren tener hijos se tuvo que aumentar la edad de retiro laboral en Cuba”.
Por insólito que pueda sonar, otros líderes religiosos han sostenido declaraciones semejantes. El exarzobispo de Guadalajara, sacerdote Juan Sandoval Íñiguez, en una entrevista publicada en la revista Gatopardo declaró que la homosexualidad era un “arma estratégica del primer mundo” para “reducir la población” y evitar que se consumieran “los recursos de la Tierra”. En Casa de Gloria también se enarbolan argumentos semejantes; solo que los cristianos no responsabilizan al primer mundo, sino a Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) e hija del exmandatario Raúl Castro Ruz. Según ellos, la diputada quiere presentar esas “perversiones” como “normales” y transmitirlas a los niños y niñas.
El debate en el templo no cesa. Ahora una mujer rubia y pequeña agrega que también se dispararán las infecciones de transmisión sexual (ITS) y los suicidios “porque esa gente es muy trágica”, acota Adrián. “La mayoría fueron abusados en la infancia y tienen trastornos. No son normales”, insiste él.
El señor que había alertado sobre el peligro que representan los gais para la tasa de natalidad vuelve a ponerse de pie, ahora más categórico: “Van a provocar que desaparezca la especia cubana. Yo creo que a quienes promueven el matrimonio homosexual hay que acusarlos de atentar contra la seguridad nacional”, suelta él con una certeza que asombra. Luego ya nadie agrega nada más sobre el tema. El hombre preocupado por la preservación de los cubanos es el padre de Adrián.
En su familia hoy todos son cristianos: su esposa, su hermano, su cuñada, sus padres. Algunos, incluso, trabajan con él en el templo y reciben ayudas monetarias derivadas de las donaciones de los creyentes. La mayoría de ellos siempre profesaron alguna fe, pero no siempre fueron cristianos.
Durante la mayor parte de su vida el padre de Adrián fue palero y su madre espiritista. En la casa donde viven se hacían ritos para “bajar santos” y se anunciaba el futuro a los creyentes. El propio Adrián también profesó las religiones afrocubanas hasta que con 17 años, según cuenta, aceptó a Cristo y comenzó a predicar de manera independiente. En 2016 abrió su templo tras enderezar la costilla de un niño con solo poner la mano en su abdomen y orar por él.
Del templo al paquete (con polvo de ángel)
―Filma aquí –indica Pose a su hermano, que va acercándose con una tableta hacia una niña en el salón del culto. “Que se vea como le brillan las manos”, especifica él.
Cada domingo en su servicio, después de alabar a Dios, las personas encienden las linternas de sus celulares y se iluminan unas a otras buscando partículas brillantes sobre la piel. “Revísense y busquen el polvo de oro y piedras preciosas que lanzan los ángeles”, se le oye a Pose desde el estrado. Según él, algunos de sus fieles han llegado al templo con empastes ordinarios y han salido con oro en sus dientes.
Luego, cualquier destello sobre los cuerpos será filmado con varias cámaras. Cada acción que transcurre en el templo es grabada, editada y más tarde compartida en la sección de religión del paquete semanal. Su carpeta se llama momentos wao.
“Tuve la luz de ponerme en el paquete. Mucha gente que viene hoy al culto nos vio por ahí”.

Pose disfruta sentirse conocido y mide empíricamente su rating. Cada vez que llega alguien nuevo al templo la primera pregunta del pastor será: ¿Cómo supo de la existencia de Casa de Gloria? ¿Fue por el paquete? Aunque pueda resultar inusual, Pose es un líder religioso hambriento de fama. E, incluso, no se limita al paquete semanal.
Con la creación de zonas wifi y la posibilidad de conectarse a la red de redes desde los teléfonos móviles, el acceso de los cubanos a Internet creció notablemente. Y, con ello, las redes sociales se convirtieron en una nueva plataforma de divulgación que permite traspasar los límites del templo y llegar a una mayor comunidad evangélica. Consciente de los beneficios de la tecnología Pose se creó un perfil personal en Facebook y una fan page para él y otra para Casa de Gloria. También tiene dos canales de YouTube, una cuenta en Instagram, y se encarga de repartir entre sus fieles DVDs con “milagros, señales y maravillas”.
Su presencia en las redes sociales no ha pasado inadvertida por los constantes mensajes que divulga contra el derecho al aborto, el matrimonio igualitario y la ideología de género. Sus publicaciones generan una eterna confrontación entre creyentes y “mundanos”.
Para Pose la gran crisis de moralidad que hoy golpea a Cuba pronto podría colmar la paciencia de Dios (“ya está dando señales”), y Él podría convertirnos en una nación aún más pobre e infortunada. Quizás como Haití, reflexiona él. El Pastor cree que los idólatras, las políticas que han desplazado a Dios, los homosexuales y las mujeres que abortan, son culpables del tornado que atravesó La Habana el 27 de enero de 2019, las recurrentes inundaciones costeras y el meteorito que cayó en Viñales.
Casi al final del servicio el pastor Adrián Pose pide a sus feligreses que compartan los milagros que han vivido durante la semana.
El primero en levantarse es un hombre gordo, con un pulóver a rayas y gorra sobre la cabeza, que agradece porque finalmente pudo arreglar su refrigerador. A su lado, una señora de pelo rizado cuenta que su sobrino aprobó un examen en la escuela. Luego otra mujer agradece que su dolor de columna desapareció. Y así la lista de “prodigios” se hace infinita.
Como colofón, el pastor toma el micrófono y empieza a pedir a Dios curaciones y milagros financieros. Si dice la Biblia que Jesús multiplicó panes y peces, Adrián Pose hoy pretende multiplicar acceso a “Internet, saldo y dinero”.
―Y sus celulares serán recargados. Y vendrá la prosperidad económica a sus hogares –exclama–. Podrán navegar por Internet sin dinero en la cuenta Nauta. Revisen el saldo de sus tarjetas bancarias cuando salgan, que el señor lo aumentará.
A quien no tenga cuenta, especifica Adrián, “Dios le creerá una”.
El Salvador
El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ
Entidades estatales son los agresores principales
En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.
Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.
El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.
Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor
El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.
Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:
- 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
- 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
- 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.
A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.
Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:
“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”
Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.
El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.
El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso
El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.
“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.
La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.
Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.
Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.
Educación negada, derechos anulados
Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:
“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”
Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.
Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.
Organizaciones en resistencia
Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.
Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”
Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.
Matar sin balas: la anulación de la existencia
“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.
Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.
En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.
El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.
Noticias en Español
Un país que vota desde el miedo y la esperanza
Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país
Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.
Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.
El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.
“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.
Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.
Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.
Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.
La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.
Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.
Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.
Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.
Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.
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Doble exclusión, misma dignidad
Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.
En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.
Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.
Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.
La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.
El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.
Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.
Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.
La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.
Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.
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