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Mujer trans de El Salvador competirá para el PARLACEN

Alejandra Menjívar es candidata por el FMLN

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Alejandra Menjívar (Foto cortesía de Alejandra Menjívar)

SAN SALVADOR, El Salvador — Alejandra Menjívar es una mujer trans que comenzó su trabajo en el movimiento social en 2008, en algunas acciones que tenían vinculación directa con el Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional (FMLN), un partido de izquierda en El Salvador. Ahora ella es una candidata para el Parlamento Centroaméricano.

“Hicimos las consultas territoriales y sectoriales para la construcción del plan de gobierno de Mauricio Funes, ‘Nace la esperanza, viene el cambio’, así tuve mis primeros acercamientos con el movimiento LGBTI”,  expresó la candidata al PARLACEN por el FMLN en entrevista con el Washington Blade.

Posterior a ese comienzo, empezó a formarse en derechos humanos y diversidad sexual con organizaciones de mujeres trans y en 2010 trabajó con ellas, para luego en el 2014 comenzó a trabajar de manera independiente en el tema de derechos humanos, optó por salirse del trabajo en organizaciones pues su participación político partidaria ya era más visible. 

“Siempre voy a estar muy agradecida con Aspidh Arcoiris Trans, que fue una escuela donde aprendí muchas cosas y sin lugar a dudas siempre las voy a considerar mi casa, donde aprendí mucho”, comenta al Blade Menjívar.

Desde el año 2012 comenzó a trabajar en esfuerzos por posicionar el tema LGBTQ dentro del FMLN, por ello desde entonces hasta la fecha han logrado que exista una estructura LGBTQ reconocida incluso por la convención nacional del partido, según Menjívar, están trabajando porque sea una secretaría reconocida a nivel nacional.

Desde el 19 de enero de este año 2020, fue electa secretaria de diversidad sexual y género dentro del FMLN; esto ha representado un reto para Menjívar, pues aparte de liderar este esfuerzo, también ha tenido que ir accionando y articulando que el tema de diversidad sexual sea una parte importante dentro de la vida partidaria, “de nada sirve que las convencidas y convencidos estén a favor, si no se avanza con los demás compañeros y compañeras”, agrega Menjívar al Blade.

En el año 2019, en el tercer encuentro nacional con militancia de izquierda de todo el país y a nivel internacional de los diferentes partidos políticos, comienzan a haber conversaciones sobre la necesidad de visibilidad de las personas de diversidad sexual dentro de los espacios de toma de decisión, como también en la participación de cargos de elección popular.  Luego de meses de plantearse la posibilidad Menjívar concluye a inicios de este año que competiría en las elecciones internas del partido.

“No fue una decisión fácil, yo siempre he sido más de construir partido que estar en un puesto de función pública. Pero llegué a conclusión de que tengo la oportunidad desde mi realidad como mujer trans de poder participar en un proceso de elecciones 2021 y competir por un cargo como diputada en el Parlacen”, expresa Menjívar al Blade, quien quedó en quinto lugar en las elecciones internas de su partido, con más de 6,500 votos a finales de julio del presente año.

Menjívar alega que no se puede seguir esperando que los compañeros aliados sigan llevando las voces y necesidades de la población LGBTQ en El Salvador, pues estas necesidades a veces no son tomadas en serio, aunque se denominen aliados de la diversidad sexual, eso no es suficiente para entender el tema y hacer transformaciones políticas; agrega que ya es necesario tomarse los espacios y hacer las transformaciones por ellas mismas y ellos mismos.

“Tomé la decisión de competir por el Parlamento Centroamericano (PARLACEN), porque creo que debemos también visionar más allá de lo nacional, la región está más conectada de lo que creemos, porque sin duda en todos los países de Centro América hay situaciones similares para todas las personas de la diversidad sexual”, asegura Menjívar al Blade, pues no se cuenta con políticas públicas, ni garantía de respeto a los derechos humanos y debido a esto no existe una ciudadanía plena.

La finalidad de su candidatura al PARLACEN, es poder incidir en este espacio de deliberación de las normativas internacionales, poder generar acciones de incidencia para que los Estados hagan vinculantes las resoluciones como una la Ley de Identidad de Género, el fallo de la CIDH sobre el matrimonio igualitario en Costa Rica, sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, la salud sexual y reproductiva, el derecho a migrar, entre otras. 

“Por ello decido mi candidatura al Parlamento Centroamericano y no para la Asamblea Legislativa”, menciona contundentemente Menjívar.  

Menjívar externó su interés en trabajar directamente dentro del PARLACEN, en comisiones como las de Seguridad, Paz y Derechos Humanos, la de Poblaciones, también acompañando a la de Mujer, la de Pueblos Originarios y Afrodescendientes; “son las comisiones en donde yo me sentiría más conforme, pues tienen que ver con la inclusión social, derechos humanos y las garantías constitucionales de cada Estado en materia de derechos”, asegura Menjívar al Blade.

“He hecho énfasis que desconocemos el trabajo que se hace en el PARLACEN, porque nuestros diputados y diputadas al ser electos, se olvidan de comunicar estas acciones en el territorio” menciona Menjívar. “A lo mejor se ha hecho trabajado, pero no se comunica a la población. Esto debe cambiar. El estar en el Parlamento debe dejar de ser un hotel de retiro para los políticos que ya han cumplido sus periodos dentro de la Asamblea Legislativa de cada país, en realidad debe volverse una plataforma que busque una integración centroamericana”, asegura la candidata por el FMLN.

“Mi línea principal de trabajo será la defensa de los derechos humanos, la inclusión y la igualdad como eje transversal dentro del PARLACEN”, aseguró Menjívar.

Campaña y apoyo en tiempos de coronavirus

La pandemia ha frenado mucho, porque para las personas en la política, siempre está la necesidad de acercarse a las bases, dialogar y conocer las necesidades de la población, “tenemos ese reto de idear maneras para llegar a conocer esas necesidades en el territorio”, comenta Menjívar. 

“Para ello hemos tenido reuniones vía teléfono, vía zoom y en algunos lugares si hemos tenido que acercarnos, pero siempre teniendo las medidas y protocolos para evitar la propagación del COVID19”, asegura.

Un método que ha sido muy utilizado por todos los partidos políticos, han sido las redes sociales, Menjívar comentó al Blade que por medio de flyers en las diferentes plataformas en línea, compartiendo su hoja de vida, sus propuestas, fotografías, enunciando algunas acciones hechas y otras que se han planteado, ha sido hasta el momento la manera más viable de darse a conocer con las bases del FMLN. Alega que esta situación ha complicado todo, porque no se ha podido tener el contacto directo con la gente.

La candidata asegura al Blade que es muy destacable que el FMLN ha desarrollado los mecanismos, también ha garantizado la participación de todas y todos los militantes de manera igualitaria, siempre y cuando se cumpla con los requisitos establecidos por los estatutos partidario, el reglamento interno de elecciones y por supuesto las leyes de la república.

La comisión especial electoral del FMLN garantizó a través de sus mecanismos que como mujer trans, pudiera utilizar el nombre con el que se identifica, aunque no coincida con el documento único de identidad (DUI). 

“Esto es un gran paso en el proceso político, me siento motivada porque esto quiere decir qué desde la estructura de diversidad sexual y género, se está haciendo un gran trabajo en cuanto a construir un partido más incluyente, diverso e igualitario”, asegura Menjívar al Blade.

En las elecciones internas del FMLN hubo 41 personas LGBTQ que participaron en las elecciones internas, para cargos como regidores propietarios, regidores suplentes, diputados suplentes, diputados propietarios y para alcaldes.

Al cuestionar sobre el apoyo de las organizaciones LGBTQ, Menjívar nos comentó que ha recibido palabras de apoyo de algunas compañeras y compañeros activistas de algunas organizaciones e independiente, más la reacción no ha sido de total apoyo con todas y todos. 

“No me debo a organizaciones o punteos en específico, sino a la población en general y eso me motiva, porque no solo voy a responder a unos” afirmó la candidata.

Agregó que las organizaciones son expresiones grupales que buscan la defensa de los derechos humanos, pero es importante que las organizaciones se mantengan trabajando en sus áreas y no vincularse a partidos políticos, por lo que asegura que estas mismas serán las encargadas en un futuro de reorientar o rencausar hacia donde debemos seguir el trabajo, si este se pierde de vista en algún momento.

La candidata por el FMLN explicó al Blade que de no ganar las elecciones en el 2021, siempre habrá un compromiso político partidario, pues seguirá siendo la secretaria nacional de diversidad sexual y género. 

“Esta estructura está desarrollando diferentes acciones en pro de las personas LGBTI, una de ellas es la revisión de las ordenanzas contravencionales, para presentar a la secretaría de municipalismo y el consejo de alcaldes, todo con el fin de prohibir la discriminación por lo menos en las alcaldías que tenga el FMLN”, asegura Menjívar.

“No podemos seguir esperando que otros y otras hagan los cambios sociales y políticos, en esta oportunidad que tengo de participar y tal vez poder ganar, el compromiso es ese, dar un paso firme ejecutar, transformar y desarrollar acciones que busquen consolidar y construir un mejor país y región para todas y para todos”, ella finalizó.  

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Noticias en Español

Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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Cuba

Celia Cruz, la eterna reina del azúcar

La Guarachera de Cuba fue más que una cantante

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Celia Cruz (Foto pública)

Hace un siglo nació en Cuba una mujer que transformó el mapa sonoro del mundo. Celia Cruz fue más que una cantante: fue una embajadora de la alegría, una voz que rompió muros, y un símbolo de identidad para generaciones enteras que encontraron en su grito de ¡Azúcar! una manera de resistir y de celebrar la vida.

Desde sus inicios en Las Mulatas de Fuego hasta su consagración con La Sonora Matancera, su voz se volvió sinónimo de fiesta, de nostalgia y de dignidad. Con su risa grande y su presencia arrolladora, Celia enseñó que el arte no solo entretiene: sana, consuela y redime. “Mi voz quiere volar, quiere atravesar…” cantaba, y lo hizo. Atravesó océanos, dictaduras, fronteras y lenguas. Voló desde La Habana hasta Nueva York, desde el Caribe hasta los escenarios del mundo entero, llevando consigo el eco de una isla que amó hasta el último suspiro.

En los años 90, cuando la crisis de los balseros desgarraba el corazón de Cuba, Celia regresó a su tierra. Lo hizo cantando en la Base Naval de Guantánamo, suelo cubano bajo control estadounidense. Allí, frente a hombres, mujeres y niños que habían huido del dolor, su voz se alzó como un himno de esperanza. No fue una visita política: fue un regreso espiritual. Fue su manera de besar la tierra que la vio nacer, de cantar por quienes no podían hacerlo y de abrazar a su pueblo con el poder de su música. En ese escenario, cuando pronunció “Por si acaso no regreso…”, el aire se llenó de lágrimas y tambor.

Decir Celia Cruz es hablar de Cuba, incluso cuando Cuba no podía pronunciar su nombre. En cada salsa, guaracha o rumba, vibraba el latido de una patria que vivía en su garganta. Fue nominada a trece Premios Grammy y seis Latin Grammy, de los cuales ganó cinco, y recibió doctorados honoris causa de universidades como Yale y Florida. Pero más allá de los premios, su verdadero reconocimiento fue el amor del pueblo que la hizo inmortal.

Y es que Celia no cantaba solo para divertir: cantaba para levantar el espíritu. “Oh, no hay que llorar, porque la vida es un carnaval…”, nos dejó como legado, recordándonos que el dolor también puede bailarse, que las lágrimas pueden convertirse en tambor, y que mientras exista un poco de música en el alma, habrá esperanza.

El 16 de julio de 2003, Celia se despidió del mundo desde su hogar en Fort Lee, Nueva Jersey, pero su voz no se apagó. Viajó primero a Miami para recibir el homenaje de su gente del exilio y reposa finalmente en el Bronx, donde los suyos le llevan flores y canciones. Sin embargo, la verdad es que nunca se fue: Celia Cruz sigue viviendo en cada fiesta, en cada radio, en cada rincón donde suena una clave y alguien grita ¡Azúcar!

Celia fue más que una reina. Fue un puente entre lo que fuimos y lo que soñamos ser. Nos enseñó que se puede triunfar sin olvidar las raíces, que se puede cantar sin perder la fe, y que la alegría también es una forma de resistencia. Su voz no solo atravesó el tiempo: lo conquistó.

Porque donde hubo Celia, hubo luz. Donde hubo Celia, hubo vida. Y mientras el mundo siga bailando al compás de su “carnaval”, la Reina seguirá reinando… por siempre.

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El Salvador

Discriminación transfóbica en la BIANES de El Salvador

Mujer trans denuncia agresión por parte del personal de seguridad

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Daniela Alfaro (Foto cortesia de Daniela Alfaro)

La Biblioteca Nacional de El Salvador (BINAES), considerada un símbolo del desarrollo cultural y tecnológico del país, se ha visto envuelta en una denuncia de discriminación que pone en el centro del debate los derechos humanos de las personas trans en el país.

Daniela Alfaro, activista independiente y estudiante de la Universidad de El Salvador, asegura haber sido víctima de un acto de violencia verbal y discriminación el 13 de octubre, cuando el personal de seguridad de la institución le prohibió el uso del baño de mujeres, a pesar de que —según relata— lo ha utilizado en múltiples ocasiones sin inconvenientes.

“Un vigilante me dijo que yo tenía que entrar al baño de hombres y decidí decirle que quería hablar con el jefe. Llegó tanto el jefe de la BINAES como el jefe de seguridad, y ambos se pusieron a estarme humillando por mi condición de mujer trans”, declaró Alfaro al medio Washington Blade.

Según su testimonio, los encargados le argumentaron que “no existe ninguna ley que les obligue a respetar” su identidad de género. Además, le advirtieron que, si insistía en usar el baño de mujeres, podría ser detenida. 

“Me dijeron que había una orden desde arriba que nos prohibía a nosotras ingresar a los baños de mujeres. Entonces me amenazaron que si volvía y no usaba los baños de hombres me iban a llevar detenida”, añadió.

El incidente, ocurrido en un espacio público de carácter nacional, expone la falta de garantías legales hacia la población LGBTQ y evidencia cómo la ausencia de una Ley de Identidad de Género continúa vulnerando la dignidad y los derechos fundamentales de las personas trans en El Salvador.

Una denuncia por dignidad y derechos humanos

Tras el suceso, Alfaro presentó una denuncia formal ante la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), en la que relata con detalle los hechos acontecidos y solicita la intervención del Estado para garantizar su derecho a la igualdad y a la no discriminación.

En su denuncia, Alfaro escribió:

“El señor Iván Baires (Coordinador de Servicios de Información) ratificó que yo tengo que utilizar el baño de hombres, menospreciando en todo momento mi identidad y expresión de género ya que dijo que ellos no están en la obligación de respetar tratados internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos que El Salvador firmó, comprometiéndose en el trato digno de sus ciudadanos”, relató.

Alfaro le explicó a las autoridades de la biblioteca que estas acciones ponían en riesgo su integridad y su imagen, ya que los prejuicios sociales pueden provocar malentendidos o incluso agresiones físicas y sexuales. Sin embargo, la respuesta fue aún más hostil.

La activista denuncia que en ese momento fue rodeada por aproximadamente diez personas, quienes la intimidaron “como si fuera una delincuente”, solo por ejercer su derecho al uso de los espacios públicos. 

Una biblioteca moderna con prácticas excluyentes

La BINAES fue inaugurada en noviembre de 2023 como parte del megaproyecto impulsado por el gobierno salvadoreño con apoyo de la Embajada de China. Con modernas instalaciones, espacios de estudio, zonas tecnológicas y acceso a internet gratuito, el proyecto fue presentado como un ejemplo del desarrollo cultural y educativo del país.

Sin embargo, Alfaro denuncia que ese mismo espacio que promueve la inclusión tecnológica, reproduce prácticas de exclusión social.

“La Biblioteca Nacional de El Salvador es una donación de la Embajada China para nosotros los salvadoreños, pero los dueños actuales generan mucho maltrato a las personas transgénero”, expone en su denuncia.

Daniela explica que asiste frecuentemente a la biblioteca para utilizar las computadoras, ya que no cuenta con una propia y las necesita para redactar su tesis universitaria, requisito indispensable para su graduación en la Universidad de El Salvador.

“Actualmente no tengo los recursos para tener una computadora en mi casa, por ello asisto a la BINAES para elaborar mi trabajo de tesis y poder graduarme. Este trato hostil y denigrante me lleva a abandonar las oportunidades que me permitan crecer y desarrollarme plenamente.”

El acceso a espacios públicos sin discriminación forma parte del derecho universal a la educación, la cultura y la libertad de expresión. Sin embargo, en El Salvador, este derecho parece condicionado por la identidad de género.

“La discriminación y un trato injusto son barreras a mi derecho a ser tratada con respeto y dignidad, y poder acceder a los servicios públicos sin temor a ser discriminada”, enfatiza Alfaro.

Daniela solicita que las autoridades competentes tomen medidas inmediatas para restituir sus derechos como ciudadana salvadoreña, y advierte que la amenaza de ser encarcelada por ejercer su identidad en espacios públicos representa una forma grave de persecución.

“Sin duda, esto es una persecución desde la imposición y la coacción, lo cual repercute gravemente en mi salud física y mental”, escribió en su denuncia.

Violencia institucional y miedo cotidiano

El caso de Alfaro no es aislado. 

Las personas trans en El Salvador enfrentan un contexto de violencia estructural y estigmatización que atraviesa la vida cotidiana, desde el acceso a la educación y el empleo, hasta la atención en salud y el uso de espacios públicos.

“Una vez, en el Centro Histórico, un agente de la Policía Nacional Civil solo por estar sentada en un parque me dijo que en este gobierno no se está respetando a las personas LGBT y me tiró mis pertenencias al piso”, relata Alfaro, recordando otro episodio de agresión.

Este tipo de acciones, según organizaciones defensoras de derechos humanos, constituyen una forma de violencia institucional, donde agentes del Estado o personal de instituciones públicas refuerzan prejuicios que vulneran los derechos fundamentales.

El Salvador, a diferencia de otros países de la región, no cuenta con una Ley de Identidad de Género ni con políticas públicas específicas que protejan a la población trans. La ausencia de marcos legales y la falta de reconocimiento administrativo de la identidad autopercibida agravan la vulnerabilidad de este grupo.

Según Alfaro y activistas consultados, existe un clima de impunidad y desinterés gubernamental frente a estos hechos. “La violencia institucional no solo nos quita derechos, también nos quita esperanza”, reflexionó la joven.

Una deuda pendiente: la Ley de Identidad de Género

En 2022, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia emitió una resolución en la que ordenaba a la Asamblea Legislativa legislar sobre una Ley de Identidad de Género, que permita a las personas trans adecuar su nombre y género en los documentos legales de acuerdo con su identidad autopercibida.

Sin embargo, a la fecha, el gobierno de Nayib Bukele y la actual Asamblea —con mayoría oficialista— no han avanzado en la discusión ni en la aprobación de dicha ley.

Para las organizaciones que acompañan a la población trans, esta omisión es una forma de violencia estructural. “El Estado salvadoreño sigue sin reconocer nuestra existencia jurídica. No tener documentos que reflejen quiénes somos nos expone a humillaciones, exclusión laboral y vulneraciones constantes”, explicó un representante de la organización Comcavis Trans en declaraciones recientes.

La Ley de Identidad de Género no solo busca el reconocimiento nominal, sino también garantizar el acceso a servicios básicos, educación, salud y empleo sin discriminación. En la práctica, la falta de esta ley permite que situaciones como la ocurrida en la BINAES se repitan con frecuencia, sin mecanismos de reparación efectivos.

La invisibilidad legal se traduce en exclusión social. Al no contar con documentos que correspondan a su identidad, las personas trans enfrentan obstáculos para inscribirse en universidades, obtener empleo o incluso acceder a atención médica sin ser expuestas o ridiculizadas.

Un país que sigue vulnerando derechos

La situación de Alfaro pone rostro a una realidad más amplia: la falta de garantías para vivir con dignidad siendo una persona trans en El Salvador. Su testimonio refleja cómo la discriminación no siempre se manifiesta con violencia física, sino también con gestos institucionales de exclusión, humillación y negación de derechos.

A pesar de los compromisos internacionales asumidos por el Estado salvadoreño —como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Principios de Yogyakarta, que reconocen la identidad de género como parte de la dignidad humana—, las políticas nacionales siguen sin incorporar una visión inclusiva y de respeto hacia la diversidad.

Organismos internacionales como la ONU y la CIDH han advertido que la discriminación basada en identidad de género constituye una forma de violencia que puede derivar en daños psicológicos, pérdida de oportunidades y, en los casos más extremos, crímenes de odio.

En ese contexto, el caso de Alfaro no solo evidencia un acto de discriminación individual, sino también un síntoma de un problema estructural. 

“Es triste que en un lugar donde uno va a estudiar, a prepararse y superarse, te humillen por ser quien sos. No pedimos privilegios, solo respeto”, expresó Daniela con tono de frustración.

El retroceso académico tras la censura del lenguaje inclusivo

El caso de Alfaro también puede entenderse dentro de un contexto más amplio: el retroceso institucional que ha comenzado a experimentarse en el sistema educativo salvadoreño tras la reciente disposición gubernamental de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en todos los niveles de enseñanza.

Aunque la medida fue presentada por el Ministerio de Educación como una forma de “mantener la pureza del idioma”, especialistas en derechos humanos advierten que esta decisión envía un mensaje de exclusión hacia las personas LGBTQ, especialmente hacia estudiantes y docentes que trabajan por ambientes más respetuosos y diversos.

En la práctica, la censura del lenguaje inclusivo puede profundizar el miedo a hablar sobre temas de género y diversidad en el ámbito académico, limitando la libertad de expresión y el derecho a la educación inclusiva. “Cuando se prohíben palabras, se prohíben existencias”, expresó una docente universitaria consultada, aludiendo a que el lenguaje no solo comunica, sino que reconoce identidades y realidades sociales.

Para jóvenes como Alfaro, que viven en carne propia la discriminación en espacios públicos, esta política representa un nuevo obstáculo en su formación profesional. La falta de apertura institucional no solo afecta la seguridad física de las personas trans, sino también su desarrollo académico y su posibilidad de proyectarse en igualdad de condiciones.

Una lucha por existir y ser reconocida

La historia de Alfaro es la de muchas personas trans en El Salvador que, pese a los avances sociales, continúan enfrentando un sistema que las invisibiliza y excluye. Su denuncia ante la PDDH representa un acto de valentía, pero también de desesperación frente a un Estado que no reconoce plenamente su humanidad.

Mientras no exista una Ley de Identidad de Género ni políticas que garanticen el respeto a la diversidad, las personas trans seguirán expuestas a humillaciones, amenazas y exclusión institucional.

El incidente en la BINAES no debería verse como un hecho aislado, sino como un recordatorio urgente de que la igualdad y la dignidad deben ser una realidad vivida, no solo un discurso.

El Salvador, país que se precia de ser “el país de la libertad y la fe”, sigue en deuda con quienes, como Alfarpo, buscan simplemente estudiar, trabajar y vivir sin miedo.

La justicia y la igualdad no deberían depender de una “orden desde arriba”, sino del reconocimiento de que toda persona —sin importar su identidad o expresión de género— merece respeto, dignidad y la oportunidad de construir su vida plenamente.

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