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Primer hombre abiertamente gay competirá para diputado en El Salvador

Erick Iván Ortiz es candidata de partido Nuestro Tiempo

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Erick Iván Ortiz (Foto cortesía de Ortiz)

SAN SALVADOR, El Salvador En el territorio salvadoreño están programadas para el 28 de febrero del 2021, las elecciones para diputados de la Asamblea Legislativa y Parlamento Centro Americano, como también de Gobiernos Municipales; dichas elecciones han sido muy esperadas por todo el pueblo salvadoreño, debido al descontento que se tiene por el supuesto mal actuar de los congresistas que actualmente ocupan los curules en el palacio legislativo.

Por este descontento y en la búsqueda de crear verdaderos cambios desde un puesto en uno de los poderes del Estado, surgieron nuevos partidos políticos y al mismo tiempo dentro de ellos muchas postulaciones como pre candidatos a diputados; en las elecciones internas del nuevo partido Nuestro Tiempo, es electo entre los cinco más votados el primer candidato que se postula hablando abiertamente de su orientación sexual. Erick Iván Ortiz, un hombre gay de 29 años con estudios en economía de la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN), también una especialización en Derechos Humanos por la Universidad Luis Amigó de Medellín y con formación en liderazgo social por George Mason University.

Erick comentó al Washington Blade el contexto por el cual comenzó hace 10 años trabajando en el activismo social, con la defensa de la democracia, la promoción de la institucionalidad y de la transparencia, la participación de las juventudes en política, entre otros temas.

“Se dio en un contexto muy difícil para El Salvador, porque era un momento en el que enfrentábamos un ataque a la democracia, por el intento de maniatar a la sala de lo constitucional; nos unimos diferentes sectores de la población a justamente a articularnos y ahí a mi temprana edad me vi como una persona agente de cambio”, agrega Ortiz.

Luego de la campaña presidencial del año 2014 en donde el tema de la población LGBTQ fue utilizado de manera negativa, Ortiz junto a otras personas con las que coincidía su malestar al respecto de la problemática que se vivía y compartían el pensar de hacer algo para generar cambios, deciden organizarse y para 2015 nace el Colectivo Normal.

“El colectivo nace bajo el análisis en que el problema de nuestra sociedad es cultural, tenemos una sociedad machista, violenta y homofóbica porque esa es la construcción social que se ha hecho”, comenta.

Desde ese momento marcan sus líneas de acción a través de la incidencia cultural y la incidencia política, utilizando como estrategia a las artes para generar nuevas conversaciones, para ir logrando así las narrativas asociadas a la población LGBTQ. Luego de un proceso de deconstrucción y aprendizaje constante junto al colectivo, se unieron a diferentes organizaciones LGBTQ en una mesa de trabajo en la que luego se conformó la Federación Salvadoreña LGBTI.

Ortiz menciona al Blade y se muestra agradecido por ser privilegiado, “he podido formarme y construirme a mí mismo al lado de grandes activistas trans de El Salvador como Karla Avelar, Karla Guevara, Ambar Alfaro, Paty Hernández, entre otras personas”. 

Trabajando una agenda de derechos humanos

El incursionar dentro de un partido político no es nada nuevo para Ortiz, pues en el pasado formó parte de la Dirección Nacional de la Juventud Republicana Nacionalista dentro del partido ARENA, el cual es conocido por su línea conservador, pero Ortiz tenia clara su línea de trabajo.

“El reto no es hablar con los convencidos, sino hablar donde las cosas son más complicadas. Era importante tener una vocería partidaria para generar conversación del tema a lo interno”, asegura Ortiz.

En palabras de Ortiz, explicó que su proyecto dentro de ARENA llegó a su fin y decidió renunciar al mismo, pues sus planes innovadores para generar cambios en la política, no tenían convergencia con la visión que el partido tiene.

“Ahora he decidido incorporarme a Nuestro Tiempo, pues es un partido que dentro de sus principios está la diversidad como uno de los siete ejes de trabajo”, comenta Ortiz al Blade.

“Frente a un Gobierno abiertamente anti derechos, que nos ha invisibilizado y le ha restado importancia a la temática LGBTI. Decido dar el paso y tomar las riendas de nuestra representación e involucrarnos en la primera línea de la política”, agrega.

En El Salvador como en muchos otros países latinoamericanos, hay una invisibilidad histórica en lo que respecta al tema de representación política LGBTQ; Ortiz comenta que no se puede confiar solo en promesas de partidos que no manejan el tema y que dejan de lado el tema de derecho en sus agendas.

“Lo único que estamos pidiendo son todos los derechos por igual, no queremos derechos especiales; se trata de garantizar el acceso a la justicia, combatir la impunidad ante los crímenes por odio, garantizar la no discriminación en el ámbito laboral, en los servicios de salud y en la educación, por mencionar algunos”, expresa Ortiz al Blade.

“Al final de lo que se trata la lucha LGBTI, es de avanzar por un El Salvador que sea más inclusivo, más justo y más pacífico”, agrega.

Ante la nueva realidad que se está viviendo a nivel mundial en donde El Salvador no es la excepción, el comenzar una campaña política para dar a conocer su plataforma, puede ser un reto para Ortiz y su equipo, por ello todo será de manera digital una propuesta programática, en donde dará a conocer sus propuestas legislativas. Entre ellas Ortiz menciona al Blade una ley nacional contra la discriminación, en la que se incluyen a todos los sectores de la población históricamente excluidos.

Otra propuesta es la legalización de la marihuana, esto como una opción para generar nuevos ingresos y así equilibrar las finanzas públicas y al mismo tiempo desmontando un mercado negro; también propone trabajar el tema de la salud mental, dado la historia conflictiva que ha vivida el país y la inseguridad con la que se ha vivido por años, Ortiz considera que es necesario apostarle a la reconstrucción del tejido social de una forma integral y así fomentar las convivencias ciudadanas. Y también entre sus propuestas está el trabajar y apoyar la aprobación de una ley de identidad.

“La propuesta programática va a ser consultiva, algo que se construirá con otras personas y así lograr identificar cuáles son las ideas que la ciudadanía necesita que se implemente”, expresa Ortiz.

Retos a corto y largo plazo

“Mi mayor preocupación en la actualidad es el empoderamiento de la población LGBTI respecto a la coyuntura; pues mi propuesta es poner en el centro de una propuesta política electoral a la población LGBTI, algo que no se ha dado antes.”, dice Ortiz, “Esto solo será posible con el acompañamiento y la unidad del movimiento LGBTI”.

Ortiz identifica este momento como el tiempo justo de dejar a un lado nuestras diferencias como movimiento, y construir así sobre la base de las coincidencias, entre ellas identifica la no discriminación y para aclarar dudas que haya al respecto, se compromete a generar espacios de diálogo para superar diferencias y que esto se vuelve un proyecto fuerte y apoyado por el movimiento LGBTQ.

“A largo plazo me preocupa que en la conformación de la Asamblea Legislativa 2021, tengamos una relación más conservadora que la que se tiene actualmente, porque se estima según las encuestas que entrará un partido que se ha mostrado abiertamente anti derechos como Nuevas Ideas y que estos sean mayoría, y esto se le suma el conservadurismo tradicional de ARENA, del PCN, del PDC y ahora también de VAMOS como partido político”, comenta Ortiz.

Este escenario dejaría en una marcada minoría a los partidos y propuestas que están en contra de la propuesta anti derechos que se está configurando. Por lo que Ortiz expresa que será un gran reto al momento de estar en la Asamblea Legislativa y enfrentar a un bloque ultra conservador que de paso sería demasiado articulado. A lo cual agrega que hay canales de comunicación construidos y los cuales se pueden retomar para hacer incidencia ahora desde un curul dentro de la Asamblea.

Erick Iván Ortiz ayuda a una mujer trans en su hogar en San Salvador durante la cuarentena nacional para controlar el coronavirus. (Foto cortesía de Ortiz)

Ortiz contará dentro de su fórmula como diputada suplente a Gabriela Martino, una mamá orgullosa de un hijo gay, activista por los derechos de la población LGBTQ, quien ha vivido en carne propia como es de dolorosa la discriminación que un hijo puede enfrentar en los ámbitos educativos, familiares, entre otros.

“Gabriela es una mujer muy comprometida con nuestro proyecto, porque ella también tiene una voz que habla desde ser una mamá heterosexual que está orgullosa de sus hijos, de su familia y que cree y está convencida que ningún niño o niña debe pasar una infancia de discriminación o violencia”, comenta Ortiz.

Ortiz expresa que cuenta con el apoyo del partido político Nuestro Tiempo, dado que en las elecciones internas junto a otras candidaturas no terminó en mala posición en la lista, por lo que demuestra así la apuesta que el partido tiene por la temática y la inclusión.   

“Siento una enorme responsabilidad con esta candidatura, porque esto será un termómetro para la sociedad y así calibrar como estamos. Posiblemente no voy a representar a cabalidad a todos los segmentos de la población LGBTI, pero sí, mi voz va a representar en la agenda política a la voz LGBTI,” dice Ortiz.

“Nosotras y nosotros debemos romper este techo de cristal que rompieron las mujeres hace décadas y que mi candidatura no sea la última y que cada liderazgo que hay, tome el empoderamiento y puedan ser esos agentes de cambio que la sociedad necesita”, finaliza.

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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Doble exclusión, misma dignidad

Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.

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El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México (Foto de Michael K. Lavers por el Washington Blade)

En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.

Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.

Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.

La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.

El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.

Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.

Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.

La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.

Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.

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