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Jancel Moreno, el pájaro ‘most wanted’ de Matanzas

La Seguridad del Estado ha apuntado al influencer matancero

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Jancelito, el más buscado (Ilustración de Polifemo, cortesía de Tremenda Nota)

Nota del editor: Tremenda Nota es el medio socio del Washington Blade en Cuba. Esa nota salió en su portal el 18 de octubre.

MATANZAS, Cuba — Jancel Moreno, con sus pantalones cortos, los muslos al aire, su cara de niño que va a la escuela y se porta bien, es el pájaro más buscado por la policía de Matanzas, una ciudad empastillada de somníferos en el occidente de Cuba. Jancelito no es matancero, no está dormido. Es un influencer.

“Todo comenzó con mis transmisiones para ADN Cuba desde la ciudad, he pasado casi todo el año aquí”, explica. “Mi presencia fue algo nuevo para la Seguridad matancera”.

El periódico donde trabaja Jancel se edita en la Florida y ha centrado su producción en los audiovisuales. Él se levanta en Versalles, un barrio de Matanzas con un nombre muy camp, a la altura de Jancel, y prepara sus transmisiones en vivo. Revisa las redes sociales, lee noticias y toma apuntes para sus guiones. También lava, cocina, friega, porque vive con su marido, que trabaja fuera de la casa y es un tipo desgraciadamente matancero, según la policía de allí. Por culpa de Wilfredo, piensan los oficiales, Jancel salió con una mochila de Alamar, en La Habana, y la colgó en Matanzas hasta hoy.

“Mi marido es mi principal respaldo, cuando llega una citación o cualquier amenaza él está ahí”, dice Jancel. Este 14 de octubre, Wilfredo estuvo sentado en un banco fuera de la unidad de policía que queda en La Playa, un barrio al otro lado de la bahía. Llegaron en taxi desde Versalles. Jancel entró al edificio, “muy sucio, de arquitectura posrevolucionaria”, dice, y Wilfredo lo esperó por 7 horas.

Hace un mes, a mediados de septiembre, ya habían estado aquí. La Seguridad del Estado citó a Jancel para advertirle que si seguía transmitiendo desde Matanzas tendría que descolgar la mochila y pasar tres o cuatro años en la cárcel, no hay certeza de cuántos, años más, años menos, y le enseñaron las pruebas en su contra. Abrieron una carpeta con muchísimos posts que copiaron de su perfil de Facebook, en los que llama “Machi” al presidente Miguel Díaz-Canel, como si fuera su marido, en lugar de Wilfredo, o mejor, para que la escena sea creíble, su sugar daddy. Jancel tiene 21 años, Miguel tiene 60.

“El oficial que me cuidó durante las 7 horas detenido, realmente no sabía ni a quién estaba cuidando, me preguntaba que de qué yo vivía, como hacía para comer”, cuenta Jancel.

Jancel ha engordado en los últimos años. Sus seguidores lo notan, se lo dicen. El propio Jancel hace alguna selfie cada rato para que vean cuánto ha engordado y prometer que no parará en barril, que va a comer lechuga cuando la encuentre. Él come bien. El policía no comprende de dónde saca tantas calorías que, de seguro, no se merece y probablemente sean indebidas, malversadas y hasta subversivas. Engordaste sin autorización. Ese cuerpo no es el tuyo, explícate. 

“Ahí le dije que tenía un canal de YouTube y cuando le mencioné eso abrió los ojos como quien veía en estos momentos cinco paquetes de pechuga juntos”, dice Jancel que le dijo, y que el oficial no entendía qué cosa es un canal de esos.

“Tuve entonces que contarle que hasta él mismo se puede abrir un canal y cuando llegue a los 1000 suscriptores y 4000 horas de reproducción podría cobrar por sus videos”.

El policía se molestó mucho. Estaba de civil, como acostumbran a vestirse los que trabajan para la Seguridad del Estado, con pulóver a rayas. Un tipo cincuentón y chiquito como Jancel. Más gordo que Jancel. “Un barrigón con cara de militar”, dice.

“Él no entendía que los contenidos de YouTube son libres, YouTube viene siendo para él algo como lo que les enseñan a ellos que es la NED”, se burla.

NED (Fondo Nacional para la Democracia por sus siglas en inglés) es, para los policías de pueblo, algo como una agencia de noticias o un sindicato de periodistas. A veces, si se ven obligados a pensar mucho qué es, creen que debe ser el castillo perverso de un cuento, que se ha llenado de pájaros últimamente, cuervos saca ojos criados por la Revolución, como este mismo Jancelito.

A la Seguridad del Estado no le gustan los pájaros. El 10 de octubre, unos días antes de que citaran a Jancel, un policía que dijo llamarse Darío, le gritó a Alfredo Martínez “¡De pinga la pájara esta!”. Lo soltó con despecho, porque Alfredo, uno de los veinte arrestados ese día cuando iban a un concierto convocado por un grupo de artistas independientes, no quiso oírle una charla incómoda y aburridísima, previsible, que Darío quería echarle por atrevido.

Este Darío debe ser uno de los principales oficiales a cargo de vigilar a la comunidad LGBTI+ y es, por lo que contó Alfredo, un capitán antipájaro. El 11 de mayo de 2019 estuvo flanqueando la marcha gay, lesbiana y trans que fue sofocada por la policía en el Prado de La Habana. En febrero de este año, cuando los activistas convocaron una protesta frente a la televisión cubana, Darío también asistió con su pelotón disuasorio. Se paró en la entrada del edificio a mirar a los pájaros y las tuercas que se acercaron a hacer una foto de grupo con unas banderitas del arcoíris. Ahí Darío estaba pensando que esos pájaros, incansables, qué manera de joder tienen.

El oficial que entrevista a Jancel debe pensar que no va a dejarse arrebatar este pájaro por esa organización estadounidense llamada YouTube. Entonces lo citó y le hizo compañía ese día, para que no se metiera en una reunión de influencers pagada por una universidad colombiana al servicio de esa misma entidad subversiva, YouTube. Hasta lo invitaron a almorzar “un arroz amarillo con pedacitos de jamón y dos malangas hervidas”, detalla Jancel, que miró el plato pero no quiso comer, “para que no se hicieran los buenos”.

Cuando lo soltaron, Jancel recogió a Wilfredo y se fueron a Versalles. Iba con su adicción a las calorías torturándolo. Tremenda hambre tenía como para ponerse a cocinar. “No me dejaron tiempo para hacer mucho en los fogones”, y dice también que recalentó un poco de arroz, un par de cucharones de frijoles y puso a freír cuatro croquetas. 

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Colombia

Colombia anunció la inclusión de las categorías ‘trans’ y ‘no binario’ en los documentos de identidad

Registraduría Nacional anunció el cambio el 28 de noviembre

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(Foto via Bigstock)

OrgulloLGBT.co es el socio mediático del Washington Blade en Colombia. Esta nota salió en su sitio web.

Ahora los ciudadanos colombianos podrán seleccionar las categorías ‘trans’ y ‘no binario’ en los documentos de identidad del país.

Este viernes la Registraduría Nacional del Estado Civil anunció que añadió las categorías ‘no binario’ y ‘trans’ en los distintos documentos de identidad con el fin de garantizar los derechos de las personas con identidad diversa.

El registrador nacional, Hernán Penagos, informó que hizo la inclusión de estas dos categorías en los documentos de: registro civil, tarjeta de identidad y cédula de ciudadanía.

Según la registraduría: “La inclusión de estas categorías representa un importante avance en materia de garantía de derechos de las personas con identidad de género diversa”.

Estas categorías estarán en el campo de ‘sexo’ en el que están normalmente las clasificaciones de ‘femenino’ y ‘masculino’ en los documentos de identidad.

En 2024 se inició la ejecución de diferentes acciones orientadas implementar componentes “‘NB’ y ‘T’ en el campo ‘sexo’ de los registros civiles y los documentos de identidad”.

Las personas trans existen y su identidad de género es un aspecto fundamental de su humanidad, reconocido por la Corte Constitucional de Colombia en sentencias como T-236/2023 y T-188/2024, que protegen sus derechos a la identidad y no discriminación. La actualización de la Registraduría implementa estos fallos que ya habían ordenado esos cambios en documentos de identidad.

Por su parte, el registrador nacional, Penagos, comentó que: “se trata del cumplimiento de unas órdenes por parte de la Corte Constitucional y, en segundo lugar, de una iniciativa en la que la Registraduría ha estado absolutamente comprometida”. Y explicó que en cada “una de las estaciones integradas de servicio de las más de 1.200 oficinas que tiene la Registraduría Nacional se va a incluir todo este proceso”.

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El Salvador

El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ

Entidades estatales son los agresores principales

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(Foto de Ernesto Valle por el Washington Blade)

En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.

Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.

El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.

Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor

El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.

Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:

  • 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
  • 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
  • 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.

A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.

Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:

“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”

Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.

El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.

El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso

El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.

“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.

La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.

Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.

Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.

Educación negada, derechos anulados

Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:

“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”

Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.

Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.

Organizaciones en resistencia

Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.

Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”

Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.

Matar sin balas: la anulación de la existencia

“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.

Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.

En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.

El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.

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Noticias en Español

Un país que vota desde el miedo y la esperanza

Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país

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La ciudad de Miami en 2020. Los resultados de las elecciones del 4 dfueron una llamada de atención para los candidatos anti-LGBTQ y antiinmigrantes.(Foto de by Yariel Valdés González por el Washington Blade)

Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.

Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.

El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.

“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.

 Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.

Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.

Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.

La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.

Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.

Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.

Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.

Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.

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