Noticias en Español
El ‘manotazo’ ministerial, la negociación ‘secreta’, un ‘cumpleaños’ violento: Todo sobre la última protesta de La Habana
Ministro de Cultura atacó a periodista durante manifestación pacífica

LA HABANA — El ministro Alpidio Alonso apartó de un golpe el teléfono de un periodista independiente que lo tenía enfocado. El suceso, ocurrido en la mañana de este miércoles frente al Ministerio de Cultura (Mincult), desató la violencia contra un grupo de artistas y activistas que se manifestaba pacíficamente.
“Otra vez sabotean el diálogo. El Ministerio de Cultura no aceptará presiones de mercenarios. Los revolucionarios entendemos de razones, no de coacción. No permitiremos que empañen el homenaje de la Nación Cubana a José Martí”, escribió el ministro en su cuenta de Twitter.
El 27 de enero es la víspera del cumpleaños de José Martí, un pensador liberal que pasó a la historia como el “apóstol” de la independencia de Cuba. También se cumplen dos meses de la manifestación del 27 de noviembre de 2020, cuando un grupo de artistas, conocido desde entonces como 27N, se plantó frente al Mincult para demandar a las autoridades que respeten la libertad de creación artística y, en última instancia, la libertad de expresión de toda la ciudadanía.
Una nota del Ministerio de Cultura ofrece la versión oficial del incidente violento de este miércoles. La institución declara que había decidido reunirse con tres voceros de los artistas independientes, a pesar de la “actitud provocadora” del grupo 27N y de “su relación con los medios pagados por agencias federales estadounidenses”.
Lo cierto es que el Mincult había cancelado las conversaciones a principios de diciembre. “Con los mercenarios, no nos entendemos”, dijo entonces otro comunicado oficial.
Ni el ministerio ni los medios oficiales que lanzaron una campaña contra artistas, periodistas y activistas independientes, han probado la reiterada acusación.
Poco después de cancelar el intercambio pactado con los manifestantes del 27N, el viceministro Fernando Rojas hizo una jugada inesperada y contactó confidencialmente a la curadora Solveig Font, “para indagar si era posible un encuentro entre ellos dos”. El grupo reveló los detalles de esta negociación secreta en una cronología publicada ayer.
Font conversó con Rojas el 17 de diciembre y los miembros del grupo decidieron no hacerlo público por el momento. El viceministro preguntó a Font si seguían interesados en dialogar.

El 21 de diciembre le respondieron que sí y designaron tres voceros, la propia Font, la artista visual Camila Lobón y el dramaturgo Yunior García Aguilera, para que se entendieran directamente con el ministerio.
Esa postura la ratificaron en una carta dirigida a Alonso y a Rojas, hecha pública el 27 de diciembre. Se manifestaban dispuestos a “seguir abogando por una solución a la escalada de injusticias, violencia y odio hacia quienes tienen un pensamiento político diferente”.
Rojas prometió que el intercambio se produciría en 2020. El 29 de diciembre, en efecto, se reunió con los voceros y les comunicó que “el Ministerio de Cultura está dispuesto a dialogar”. La única condición del viceministro fue que no conversaría con “corresponsales de medios financiados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos”.
Por lo demás, Rojas propuso discutir sobre el decreto 349, los “espacios independientes” reclamados por los artistas independientes y la censura, una práctica común de las autoridades desde el comienzo de la Revolución Cubana.
A principios de enero, la negociación parecía estancada.
El 12 de enero, el grupo envió un correo electrónico al viceministro con “la nueva propuesta de condiciones del 27N”. Cuatro días después, como Rojas no respondía, le enviaron otro mensaje.
Este 26 de enero, finalmente, Rojas le pide a Solveig Font que vaya al Mincult sobre la media mañana, junto al resto de los voceros. A partir de ahí, se precipita la crisis.
Varios miembros del 27N amanecieron con vigilancia este miércoles. Algunos fueron detenidos. Solveig Font consiguió llegar a la cita. También Camila Lobón, después de ser detenida por un rato. Yunior García denunció, poco después, que la policía no le permitió pasar. La zona ya estaba cerrada. Una decena de personas llegó al ministerio, entre ellos varios periodistas independientes.
Tremenda Nota transmitió en vivo una discusión entre el viceministro y los artistas, entre los que se encontraba a esa hora el rapero Maykel Osorbo, uno de los huelguistas de hambre del Movimiento San Isidro, a quienes el gobierno considera “mercenarios”.
Poco después, se precipita el final. Ante la negativa de marcharse expresada por el 27N, que a esa hora exige la liberación de los detenidos esa mañana, varios funcionarios cruzan la calle con el ministro Alpidio Alonso a la cabeza.
Es Mauricio Mendoza, periodista de Diario de Cuba, el que alza su teléfono móvil ante el avance del ministro. Alpidio le da un manotazo.
Esta agresión, que desencadenó la violencia contra los artistas y activistas, fue transmitida en vivo por varios medios independientes. Un video difundido en las redes sociales captó algunos detalles dramáticos del arresto.
Una veintena de personas fueron detenidas en total, incluyendo a quienes acabaron interceptadas antes de llegar frente al ministerio.
La actitud del ministro generó una campaña por su renuncia en Facebook y Twitter, con etiquetas como #RenunciaAlpidio y #DimisiónYa.
Lo que pasó
Lo que pasó este 27 de enero no iba a pasar. No estaba en el plan de nadie, que se sepa. De esta historia, como siempre, no sabremos todo.
Asegura 27N que no quería manifestarse frente al Ministerio de Cultura. Pensaban celebrar el cumpleaños de José Martí frente a la estatua ecuestre que Anna Hyatt Huntington hizo para Nueva York y Eusebio Leal copió en La Habana Vieja.
Emilio Pagues, un perfil falso de Facebook, puso en evidencia este plan y comprometió la seguridad de los participantes.
“Aparecernos en la réplica de la estatua de Martí en Nueva York que tenemos en La Habana, mañana en la mañana, para que los del 27N perjudiquen algo que estamos ganando y se llama espacios de libertad, es una locura”, posteó Pagues, que dice tener amigos actores o él mismo ser actor. No se sabe. No ha vuelto a postear. No deja más pistas.
Pagues mencionó el proyecto de fundar una Asociación de Actores y comparó “el éxito de los actores que promueven un diálogo” con la “culpa de algunos del 27N como los del MSI (Movimiento San Isidro)”. No dijo tampoco cuál es la culpa que cargan.
“No aparezcamos a las 11 de la mañana ni a ninguna otra hora, busquemos otras acciones”, terminó.

Este martes, como Pagues dijo vagamente, 10 actores se reunieron durante cinco horas con funcionarios del Mincult para convencerlos de autorizar la nueva asociación. Los participantes no han hecho declaraciones públicas hasta ahora sobre el resultado de la discusión.
Emilio Pagues es un perfil falso que tiene 226 amigos. Tiene tres likes el post donde menciona al 27N. No obstante, la Seguridad del Estado llamó a varios miembros del grupo para decirles que supo por Pagues del homenaje a Martí y que no iba a permitirlo. El grupo decidió cambiar de sitio su conmemoración. Citaron para el Vedado, en 11 y 4, cerca del Ministerio de Cultura.
El mismo día que Pagues y la Seguridad del Estado intentaban frustrar el plan de los artistas y activistas, el viceministro llamó a Solveig Font para comunicarle que esperaba a los voceros aproximadamente a la misma hora que el 27N pensaba homenajear a Martí.
Todas las piezas empezaron a ubicarse en el Vedado. El ministerio, Martí, los voceros. Las detenciones de Camila Lobón y Camila Acosta cuando iban acercándose a Martí y bordeaban el ministerio. Camila Lobón era uno de los voceros que esperaba Rojas antes del mediodía.
“Los miembros del 27N que lograron llegar a 11 y 4 se trasladaron a un busto de José Martí ubicado a la entrada de un edificio en 15 y 2. Desde allí realizaron la actividad que habían planificado para ser llevada a cabo en el parque 13 de Marzo. Una vez terminada la acción, tienen noticias de la detención de Camila Acosta y Tania Bruguera y deciden trasladarse al Mincult para exigir sus liberaciones inmediatas”, explicó el grupo en su versión de lo que finalmente pasó.
Según ellos, el acuerdo establecido entre Solveig, Yunior, Camila y el viceministro, nunca fue firme. No pasaba de un preámbulo que no los comprometía a nada. Dicen también que el conato de manifestación de hoy no estaba planificado y que, si empezaron a reunirse frente al Mincult, fue porque ocurrieron detenciones en la mañana del miércoles.
“Aquí no pueden estar”, les dijo Fernando Rojas, en la acera del Mincult. Los activistas pidieron garantías para sus compañeros detenidos y se negaron a entrar al edificio, como exigía el viceministro.
Los funcionarios avanzaron sobre ellos lo mismo que un escuadrón.
Mauricio Mendoza se llama el periodista independiente que alzó el teléfono frente al ministro Alpidio Alonso. Vino un manotazo. Al poco rato, todos los medios cortaron las transmisiones. Un operativo policial dio jaque mate a los artistas. Las pocas imágenes salvadas muestran cómo los meten a la fuerza en un ómnibus.
De “show mediático” calificó el incidente en su cuenta de Twitter el Ministerio de Cultura. “Los trabajadores del organismo los enfrentaron y desalojaron del lugar”, admitió. Ningún medio oficial se refirió a la escena violenta, excepto para justificar el golpe que el ministro lanzó contra un periodista.
Que no aceptaran la invitación de Fernando Rojas para entrar al ministerio ha sido uno de los principales señalamientos de las autoridades contra el 27N. Los medios oficiales han mostrado a un viceministro hospitalario, convidando a pasar, frente a los artistas negándose.
“Ponían la condición de dejar los teléfonos fuera, que son la única, literalmente la única arma que tenemos para protegernos”, dijo Julio Llópiz Casal en Facebook.
“Además, nos negamos a entrar hasta que no liberaran a personas que estaban detenidas sin razón”, explicó el artista.

Lo que pasará
Ulises Padrón Suárez, activista LGBTI+ y colaborador de Tremenda Nota, llegó a su casa con el teléfono formateado, como la mayoría de los detenidos. Tardó en comunicarse con sus amigos. Seguirá al tanto.
Alfredo Martínez Ramírez, community manager de Tremenda Nota, tenía un dedo fracturado cuando llegó a su casa. Este jueves lo enyesaron en el hospital. Pasará 21 días así.
“Yo estaba transmitiendo en vivo cuando un policía me hace una llave, intenta quitarme el teléfono. Me echó el dedo atrás, bien duro, y ahí se partió”, dijo.
Nelson Julio Álvarez Mairata, reportero de ADN Cuba y colaborador de Tremenda Nota, llegó ripiado a su casa. La ropa descosida, rasguños en la piel.
“Me arrastraron, aunque no hice resistencia”, dijo. “Cuando me vi el pulóver roto de arriba hasta abajo, me sentí más queer y ‘modelé’ para la policía”.
Mairata es el único periodista en la isla que se define a sí mismo como “una persona no binaria”. No tiene residencia legal en La Habana. En el interrogatorio que le hicieron después de detenerlo frente al Mincult, la policía le exigió que regresara a su provincia. Va a desobedecer.
La plataforma feminista YoSíTeCreo en Cuba denunció la violencia ejercida en el Mincult contra las mujeres que integran el 27N.
“Lamentamos en especial las agresiones sufridas por mujeres como Camila Lobón y Celia González, fueron desnudadas y registradas en sus genitales con la justificación de buscar dispositivos de grabación, en la estación de policía a donde fueron conducidas”, dijo la plataforma en un comunicado.
En su post compartido por la página del 27 en Facebook, Julio Llópiz Casal dijo: “Yo siempre voy a intentar dialogar porque es lo que sé hacer y quiero hacer”.
A pesar de la “golpiza”, el artista insistió en que no responderá con violencia ni cancelará su disposición a debatir. Esta parece ser la postura del 27N, que este viernes ofrecerá una conferencia de prensa para evaluar los incidentes de esta semana.
“Me siento intentando hablar con una entidad que me lanza trompadas, me pone trampas, rara vez media palabra transparente”, escribió el artista. “Esquivo, me protejo en lo posible, y sigo apelando a la palabra”.
El Salvador
El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ
Entidades estatales son los agresores principales
En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.
Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.
El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.
Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor
El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.
Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:
- 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
- 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
- 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.
A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.
Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:
“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”
Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.
El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.
El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso
El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.
“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.
La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.
Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.
Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.
Educación negada, derechos anulados
Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:
“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”
Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.
Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.
Organizaciones en resistencia
Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.
Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”
Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.
Matar sin balas: la anulación de la existencia
“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.
Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.
En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.
El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.
Noticias en Español
Un país que vota desde el miedo y la esperanza
Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país
Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.
Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.
El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.
“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.
Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.
Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.
Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.
La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.
Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.
Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.
Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.
Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.
Noticias en Español
Doble exclusión, misma dignidad
Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.
En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.
Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.
Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.
La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.
El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.
Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.
Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.
La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.
Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.
