Noticias en Español
Dos hombres y un niño también son familia en México
Alan, Dani y Emiliano conforman 1era familia homoparental de Guanajuato

Desde que Alan Daniel Alcántar Velázquez y Leonardo Daniel Vela Soria contrajeron matrimonio, tres años y seis meses atrás, supieron que querían crecer, no solo como pareja, sino también como familia. Deseaban darle la oportunidad a un niño de vivir fuera de una casa hogar y anhelaban darse ellos mismos la oportunidad de probarse como padres.
Sin embargo, el proceso para la adopción de parejas gays en México, especialmente en el estado sureño de Guanajuato, donde residen, es un derecho aún por conquistar, como mismo sucede con el matrimonio igualitario. En ese punto de la geografía mexicana las parejas del mismo sexo pueden unirse en matrimonio civil gracias a un amparo. En estos casos, la Suprema Corte da el visto bueno y ordena al Registro Civil a que lleve a cabo el casamiento.
En referencia a la adopción, en enero del 2017, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) emitió la tesis jurisprudencial 08/2017 titulada “Derecho a la vida familiar de las parejas del mismo sexo”. Esta respalda el derecho de las parejas LGBTQ no solo de casarse, sino también de procrear, adoptar y criar niñas y niños.
Relativamente, todos aquellos estados que ya hayan aprobado leyes a favor del matrimonio igualitario también deberían respetar el derecho de estas parejas a adoptar. No obstante, todavía hay autoridades que le niegan estos derechos a la comunidad LGBTQ, respaldándose en los Códigos Civiles estatales.
Eso lo saben muy bien Alcántar y Vela porque lo vivieron en carne propia. Luego de dos años finalmente pudieron abrazar a Emiliano, un pequeño de cuatro años de edad que les fue dado en adopción, tras un proceso que por momentos les quitó el aliento, pero nunca la esperanza.
El Washington Blade conversó en exclusiva con esta joven pareja, que se convirtió en la primera familia homoparental de Guanajuato.
WASHINGTON BLADE: ¿Por que se deciden a formar una familia?
ALCÁNTAR Y VELA: Desde que nos casamos teníamos la inquietud de agrandar nuestra familia y vimos la opción de adoptar. Decidimos hacerlo para darle la oportunidad a un menor de tener una familia y que tenga más oportunidades en la vida para crecer en todo los ámbitos, y para poder darnos la oportunidad de criar a un menor.
BLADE: ¿Como fue el proceso para la adopción de Emiliano?
ALCÁNTAR Y VELA: Todos los trámites los hicimos en la oficina del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Guanajuato capital. Comenzamos el proceso en febrero de 2018 y en septiembre de ese mismo año nos citaron para entregarnos un certificado de idoneidad, que afirma nuestra aptitud para adoptar hasta un par de hermanos de sexo indistinto, de cero a siete años. Estábamos súper felices con la respuesta y ahí nos dijeron que podíamos seguir el trámite de adopción.
Entregamos nuestros papeles el mismo septiembre de 2018 y nos comentaron que estaríamos en una lista de espera. En enero de 2019 nos hablan de DIF León y nos dicen que nuestro perfil empata con el de un menor. Nos propusieron conocerlo y dijimos que sí. Nos platican un poco de Emiliano y nos dan una fotografía. Nos dicen que vayamos preparando su recamara, que le compremos ropa y que tengamos todo lo que él necesita porque en abril lo conoceríamos. Un día antes de conocerlo llamamos al DIF para ponernos de acuerdo en la hora y el lugar y ahí es cuando nos dicen que la casa hogar se está portando un poco mal con ellos, que nos tenemos que esperar …
BLADE: ¿Qué sucedió exactamente?
ALCÁNTAR Y VELA: A los dos días nos dieron una cita con el DIF de León y el personal del área de adopciones nos explica que se va a detener todo el proceso, que lamentablemente somos una familia homoparental y que todas las personas se les van a venir encima y que qué les van a decir a las demás familias. Al salir hablamos con nuestros abogados y les platicamos lo que estaba pasando. Ellos se empezaron a mover legalmente aportando todas las pruebas que teníamos de que nos estaban discriminando por ser una familia homoparental.
Esta pelea legal duró siete meses hasta que el juez dio la resolución a favor de nosotros y le dice a DIF que no tienen por qué detener el proceso, que sigamos con todo lo que ya se había hecho. Entonces se reanudó todo y nos dieron cita para ya poder conocer a Emiliano. Un día antes de conocerlo nos hablan de DIF Guanajuato, para decirnos que nos tenemos que esperar porque la casa hogar no nos quería recibir para conocer a Emiliano por ser una familia homoparental. Entonces, movieron a nuestro hijo a otra casa hogar. En noviembre de 2019 por fin lo pudimos conocer y en diciembre ya se pudo ir a nuestra casa definitivamente. En marzo de 2020 nos dieron la adopción plena, donde ya legalmente es nuestro hijo, y en abril nos entregan su acta de nacimiento ya con nuestros apellidos.
BLADE: ¿Cómo recuerdan ese primer encuentro con su hijo?
ALCÁNTAR Y VELA: El primer día que llegamos a la casa hogar estábamos nerviosos porque no sabíamos cómo iba a reaccionar. Lo llevaban cargado y en cuanto nos vio le dio un poco de risa y estaba todo avergonzado. Después estuvimos en un cuarto donde estaban los psicólogos, y comenzamos a jugar. Desde ese momento todo cambió. Parecía que nos conocíamos de hace mucho tiempo. Se desenvolvió súper bien. En los días siguientes empezó a cantar y los psicólogos estaban muy asombrados, pues nos comentaron que casi no hablaba, que esto demostraba que se sentía muy bien con nosotros.
BLADE: ¿Qué les enamoró de Emiliano?
ALCÁNTAR Y VELA: Todo. Desde el primer día que lo vimos en la foto se veía tan pequeñito y con esos ojos tan hermosos que tiene. Cuando lo vimos físicamente es indescriptible lo que sentimos. Todo en él es muy lindo. Es súper amoroso. Le gusta jugar muchísimo. Tiene un ángel muy grande, que te roba con solo verlo.
BLADE: ¿Cuanto les ha cambiado la vida luego de que viven con su hijo?
ALCÁNTAR Y VELA: Totalmente. Andamos todo el día corriendo de un lado a otro. Nos despertamos más temprano. Nuestra alimentación es más balanceada y ahora sí somos más estrictos en los tiempos de comida. En la mañana lo cuida mi esposo (Dani) y en las tardes yo, porque también los dos trabajamos. Ha sido un cambio radical, pero vale la pena. Estamos muy felices.
BLADE: ¿Qué satisfacciones e insatisfacciones les ha traído ser la primera pareja homoparental en adoptar en Guanajuato?
ALCÁNTAR Y VELA: Mucha satisfacción al ver que tanta gente nos mande mensajes diciéndonos que también quieren adoptar, que tenían miedo, pero que nosotros les damos mucha esperanza y también que te digan que somos una inspiración, que se animaron a salir del closet porque quieren tener un vida llena de alegrías, es de verdad muy hermoso.
De insatisfacción en realidad no porque a donde hemos ido y donde nos desenvolvemos nos han felicitado por lo que hemos logrado. Probablemente sí también hay muchos mensajes de odio y que no comparten nuestra alegría, simplemente no los tomamos en cuenta. Nosotros sabemos que estamos haciendo las cosas bien, como debe ser. Sabemos quiénes somos, qué queremos, y sabemos hacia dónde vamos, y con eso nos quedamos: con todo lo bonito que estamos viviendo.
BLADE: ¿Cuales han sido los momentos más difíciles que han tenido que superar?
ALCÁNTAR Y VELA: Definitivamente la discriminación porque jamás nos había pasado algo similar. En todo nuestro entorno, en nuestro trabajo, en nuestra familia, siempre nos hemos dado a respetar y siempre hemos recibido ese respeto. Otro momento duro fue cuando sentíamos la angustia de que tal vez no podríamos ver a nuestro hijo solo por ser una familia homosexual y que el prejuicio de las personas pudiera más que lo que marca la ley.
BLADE: ¿Qué le recomendarían a las parejas que como uds desean formar una familia?
ALCÁNTAR Y VELA: Que no se dejen guiar por los prejuicios de las demás personas, que cumplan todo lo que anhelan, que si les nace del corazón hacerlo, vale muchísimo la pena. La recompensa de tener a un hijo es muy grande, que te diga papá te quiero mucho, que te diga somos una familia y nos queremos mucho, eso te llena la vida de alegría y te hace seguir adelante, para seguir luchando por nuestros sueños.
El Salvador
El Salvador: el costo del silencio oficial ante la violencia contra la comunidad LGBTQ
Entidades estatales son los agresores principales
En El Salvador, la violencia contra la población LGBTQ no ha disminuido: ha mutado. Lo que antes se expresaba en crímenes de odio, hoy se manifiesta en discriminación institucional, abandono y silencio estatal. Mientras el discurso oficial evita cualquier referencia a inclusión o diversidad, las cifras muestran un panorama alarmante.
Según el Informe 2025 sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las personas LGBTQ en El Salvador, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos LGBTIQ+ de ASPIDH, con el apoyo de Hivos y Arcus Foundation, desde el 1 de enero al 22 de septiembre de 2025 se registraron 301 denuncias de vulneraciones de derechos.
El departamento de San Salvador concentra 155 de esas denuncias, reflejando la magnitud del problema en la capital.
Violencia institucionalizada: el Estado como principal agresor
El informe revela que las formas más recurrentes de violencia son la discriminación (57 por ciento), seguida de intimidaciones y amenazas (13 por ciento), y agresiones físicas (10 por ciento). Pero el dato más inquietante está en quiénes ejercen esa violencia.
Los cuerpos uniformados, encargados de proteger a la población, son los principales perpetradores:
- 31.1 por ciento corresponde a la Policía Nacional Civil (PNC),
- 26.67 por ciento al Cuerpo de Agentes Municipales (CAM),
- 12.22 por ciento a militares desplegados en las calles bajo el régimen de excepción.
A ello se suma un 21.11 por ciento de agresiones cometidas por personal de salud pública, especialmente por enfermeras, lo que demuestra que la discriminación alcanza incluso los espacios que deberían garantizar la vida y la dignidad.
Loidi Guardado, representante de ASPIDH, comparte con Washington Blade un caso que retrata la cotidianidad de estas violencias:
“Una enfermera en la clínica VICITS de San Miguel, en la primera visita me reconoció que la persona era hijo de un promotor de salud y fue amable. Pero luego de realizarle un hisopado cambió su actitud a algo despectiva y discriminativa. Esto le sucedió a un hombre gay.”
Este tipo de episodios reflejan un deterioro en la atención pública, impulsado por una postura gubernamental que rechaza abiertamente cualquier enfoque de inclusión, y tacha la educación de género como una “ideología” a combatir.
El discurso del Ejecutivo, que se opone a toda iniciativa con perspectiva de diversidad, ha tenido consecuencias directas: el retroceso en derechos humanos, el cierre de espacios de denuncia, y una mayor vulnerabilidad para quienes pertenecen a comunidades diversas.
El miedo, la desconfianza y el exilio silencioso
El estudio también señala que el 53.49 por ciento de las víctimas son mujeres trans, seguidas por hombres gays (26.58 por ciento). Sin embargo, la mayoría de las agresiones no llega a conocimiento de las autoridades.
“En todos los ámbitos de la vida —salud, trabajo, esparcimiento— las personas LGBT nos vemos intimidadas, violentadas por parte de muchas personas. Sin embargo, las amenazas y el miedo a la revictimización nos lleva a que no denunciemos. De los casos registrados en el observatorio, el 95.35 por ciento no denunció ante las autoridades competentes”, explica Guardado.
La organización ASPIDH atribuye esta falta de denuncia a varios factores: miedo a represalias, desconfianza en las autoridades, falta de sensibilidad institucional, barreras económicas y sociales, estigma y discriminación.
Además, la ausencia de acompañamiento agrava la situación, producto del cierre de numerosas organizaciones defensoras por falta de fondos y por las nuevas normativas que las obligan a registrarse como “agentes extranjeros”.
Varias de estas organizaciones —antes vitales para el acompañamiento psicológico, legal y educativo— han migrado hacia Guatemala y Costa Rica ante la imposibilidad de operar en territorio salvadoreño.
Educación negada, derechos anulados
Mónica Linares, directora ejecutiva de ASPIDH, lamenta el deterioro de los programas educativos que antes ofrecían una oportunidad de superación para las personas trans:
“Hubo un programa del ACNUR que lamentablemente, con todo el cierre de fondos que hubo a partir de las declaraciones del presidente Trump y del presidente Bukele, pues muchas de estas instancias cerraron por el retiro de fondos del USAID.”
Ese programa —añade— beneficiaba a personas LGBTQ desde la educación primaria hasta el nivel universitario, abriendo puertas que hoy permanecen cerradas.
Actualmente, muchas personas trans apenas logran completar la primaria o el bachillerato, en un sistema educativo donde la discriminación y el acoso escolar siguen siendo frecuentes.
Organizaciones en resistencia
Las pocas organizaciones que aún operan en el país han optado por trabajar en silencio, procurando no llamar la atención del gobierno. “Buscan pasar desapercibidas”, señala Linares, “para evitar conflictos con autoridades que las ven como si no fueran sujetas de derechos”.
Desde el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS), su cofundadora Leslie Schuld coincide. “Hay muchas organizaciones de derechos humanos y periodistas que están en el exilio. Felicito a las organizaciones que mantienen la lucha, la concientización. Porque hay que ver estrategias, porque se está siendo silenciado, nadie puede hablar; hay capturas injustas, no hay derechos.”
Schuld agrega que el CIS continuará apoyando con un programa de becas para personas trans, con el fin de fomentar su educación y autonomía económica. Sin embargo, admite que las oportunidades laborales en el país son escasas, y la exclusión estructural continúa.
Matar sin balas: la anulación de la existencia
“En efecto, no hay datos registrados de asesinatos a mujeres trans o personas LGBTIQ+ en general, pero ahora, con la vulneración de derechos que existe en El Salvador, se está matando a esta población con la anulación de esta.”, reflexiona Linares.
Esa “anulación” a la que se refiere Linares resume el panorama actual: una violencia que no siempre deja cuerpos, pero sí vacíos. La negación institucional, la falta de políticas públicas, y la exclusión social convierten la vida cotidiana en un acto de resistencia para miles de salvadoreños LGBTQ.
En un país donde el Ejecutivo ha transformado la narrativa de derechos en una supuesta “ideología”, la diversidad se ha convertido en una amenaza política, y los cuerpos diversos, en un campo de batalla. Mientras el gobierno exalta la “seguridad” como su mayor logro, la población LGBTQ vive una inseguridad constante, no solo física, sino también emocional y social.
El Salvador, dicen los activistas, no necesita más silencio. Necesita reconocer que la verdadera paz no se impone con fuerza de uniformados, sino con justicia, respeto y dignidad.
Noticias en Español
Un país que vota desde el miedo y la esperanza
Candidatos pro-LGBTQ ganaron en todo el país
Estados Unidos volvió a las urnas el 4 de noviembre de 2025, y el resultado fue mucho más que una contienda electoral. Lo que se vivió en Virginia, Nueva Jersey, Nueva York, Miami y California fue una radiografía moral y política de una nación que vota entre el miedo y la esperanza. Los votantes hablaron desde la incertidumbre, pero también desde la convicción de que el país todavía puede ser un espacio de justicia, inclusión y respeto.
Las victorias de Abigail Spanberger en Virginia y Mikie Sherrill en Nueva Jersey, junto al ascenso del progresista Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York, el avance demócrata en Miami y la aprobación de la Proposición 50 en California, marcaron el ritmo de una elección que dejó un mensaje claro para la administración Trump: el miedo puede movilizar, pero no logra sostener el poder. La ciudadanía eligió con el corazón, cansada de los discursos de odio y del espectáculo político, y con la esperanza de reencontrarse con una política que mire hacia la gente, no hacia el poder.
El caso de Nueva York sintetiza ese cambio de rumbo. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y abiertamente progresista, centró su discurso de victoria en la defensa de la dignidad humana y la solidaridad.
“Esta noche hicimos historia”, dijo ante una multitud diversa que lo vitoreaba. “Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: una ciudad construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante”.
Pero su mensaje más poderoso fue el que dedicó a las comunidades más vulnerables: Aquí creemos en defender a quienes amamos, ya seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras que Donald Trump despidió de un trabajo federal, una madre soltera que aún espera que bajen los precios de los alimentos o cualquier otra persona que se encuentre contra la pared”.
Esas palabras resonaron como una respuesta a los años de retrocesos y ataques legislativos contra las personas LGBTQ y, en especial, contra la comunidad trans. Mamdani prometió ampliar y proteger el acceso a la atención médica afirmativa de género, destinando fondos públicos para garantizar que “todos los neoyorquinos tienen acceso al tratamiento médico que necesitan”. Su compromiso coloca a Nueva York como un faro de resistencia frente a la ola de políticas restrictivas que han surgido en varios estados del país.
Lo ocurrido en noviembre tiene, además, un profundo significado para quienes viven en los márgenes del poder. Para la comunidad trans, estos resultados representan algo más que un respiro político: son una afirmación de existencia. En tiempos donde el discurso oficial ha buscado borrar identidades, negar tratamientos y criminalizar cuerpos, la victoria de líderes que defienden la inclusión devuelve la esperanza de vivir sin miedo. El voto trans, y el voto LGBTQ en general, fue más que un gesto cívico: fue un acto de supervivencia y de resistencia.
La elección también habló al corazón de las comunidades inmigrantes, de las personas que viven con VIH o enfermedades crónicas, de las minorías raciales y de quienes luchan por un salario justo. En un país donde tantos sienten que la política los ha olvidado, estas victorias locales devuelven la posibilidad de creer en la democracia como herramienta de transformación. Son un recordatorio de que la esperanza no es ingenuidad, sino el acto más valiente de quienes deciden seguir de pie.
Miami, por su parte, envió una señal inesperada. En un bastión republicano históricamente alineado con la administración Trump, la candidata demócrata tomó la delantera y forzó una segunda vuelta. En una ciudad diversa, con fuerte presencia latina, afrodescendiente e LGBTQ, el avance progresista fue un mensaje de ruptura con el voto automático y con la política del miedo. Las urnas del sur de la Florida demostraron que los cambios comienzan en los lugares menos previsibles.
Para la administración Trump, la lectura es clara. El país está enviando una advertencia: los derechos humanos no se negocian. La economía importa, pero también importa la dignidad. Los votantes quieren soluciones reales, no eslóganes; respeto, no manipulación; empatía, no imposición.
Las comunidades LGBTQ y trans han sido el rostro visible de una resistencia que no se rinde. Cada voto emitido fue un acto de esperanza frente al miedo; cada victoria, una respuesta a la violencia simbólica e institucional. Las palabras del nuevo alcalde de Nueva York se convirtieron en símbolo nacional porque trascendieron la política partidista: recordaron que en medio de la oscuridad, la humanidad todavía puede ser una política pública.
Las urnas de noviembre hablaron con la voz de quienes han sido marginados, atacados o invisibilizados. Hablan las personas trans que exigen respeto, las parejas que defienden su amor, los jóvenes que no aceptan ser silenciados, los creyentes que apuestan por una fe inclusiva y las familias que siguen creyendo en un país posible. En medio del miedo, el país eligió esperanza. Y esa esperanza —imperfecta, frágil, pero viva— puede ser el principio de una nueva historia: una en la que la igualdad no sea un sueño, sino una promesa cumplida.
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Doble exclusión, misma dignidad
Personas con discapacidades en América Latina y el Caribe se luchan dos batallas.
En un continente donde los derechos de la comunidad LGBTQ avanzan y retroceden al ritmo de los vientos políticos, hay una realidad que casi nadie nombra: la de quienes, además de pertenecer a esta comunidad, viven con una discapacidad física, motora o sensorial. En ellos convergen dos batallas —la del reconocimiento y la de la accesibilidad— que se libran, la mayoría de las veces, en silencio.
Según el Banco Mundial, más de 85 millones de personas con discapacidad viven en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, la región alberga algunos de los movimientos LGBTQ más visibles del mundo, aunque persisten graves formas de violencia y exclusión. Sin embargo, los estudios que cruzan ambas realidades son casi inexistentes. Y esa ausencia de datos también es una forma de violencia.
Ser una persona LGBTQ en América Latina todavía implica, en muchos casos, enfrentar el rechazo familiar, la discriminación laboral o la exclusión religiosa. Pero si a eso se suma una discapacidad, las barreras se multiplican. En palabras de un activista brasileño citado por CartaCapital, “cuando entro a una entrevista, me miran primero la silla de ruedas y después descubren que soy gay. Ahí empieza el doble filtro”. Este fenómeno, conocido como doble prejuicio, se refleja tanto fuera como dentro de la propia comunidad LGBTQ. A menudo, la discapacidad sigue siendo invisibilizada incluso en marchas del orgullo o campañas de diversidad, donde predominan imágenes de cuerpos normativos y jóvenes. El capacitismo —esa discriminación basada en la idea de que solo los cuerpos funcionales son válidos— se cuela incluso en los espacios que deberían ser los más inclusivos.
La desexualización de las personas con discapacidad es una de las formas más sutiles de exclusión. El reportaje argentino Sexo, discapacidad y placer, publicado por Distintas Latitudes, expone cómo la sociedad suele negar el derecho al deseo y al amor de quienes viven con alguna limitación física. Cuando además se trata de una persona LGBTQ, la negación se duplica: se les niega el cuerpo, el deseo y, con ello, una parte esencial de su dignidad humana. Como afirma la psicóloga mexicana María L. Aguilar, “la desexualización de las personas con discapacidad es una forma de violencia simbólica. Y cuando se cruza con la diversidad sexual, se convierte en una negación del derecho al placer y a la autonomía”.
El ejemplo más visible de inclusión llega desde el deporte. En los Juegos Paralímpicos de París 2024, al menos 38 atletas LGBTQ participaron, según un informe de Agencia Presentes. Pero la pregunta permanece: ¿cuántas personas LGBTQ con discapacidad fuera del ámbito deportivo logran tener voz, empleo, pareja o acceso a los servicios básicos? En un continente marcado por la desigualdad, la intersección entre orientación sexual, discapacidad, pobreza y género produce una combinación de vulnerabilidades que pocas políticas públicas abordan.
Diversos estudios advierten que las personas LGBTQ en América Latina presentan tasas más altas de depresión y ansiedad que la población general. A su vez, los informes sobre discapacidad en la región señalan altos niveles de aislamiento y falta de apoyo. Pero no existen datos interseccionales que midan cómo se viven estos desafíos cuando ambas realidades se cruzan. En países como Chile, el Observatorio de Discapacidad e Inclusión advierte una alta prevalencia de problemas de salud mental y un acceso insuficiente a servicios especializados. En Estados Unidos, investigaciones del Trevor Project muestran que los jóvenes Latine LGBTQ tienen mayor riesgo de intentos de suicidio cuando enfrentan discriminación múltiple. En América Latina y el Caribe, la ausencia de estadísticas en este campo no solo refleja desinterés: también perpetúa la invisibilidad.
Ni las leyes sobre discapacidad mencionan explícitamente a la población LGBTQ, ni las políticas de diversidad incorporan la variable de discapacidad. Un informe de la International Disability Alliance sobre la región advierte que las personas con discapacidad LGBTQ “enfrentan discriminación múltiple y carecen de protección específica”. Pese a ello, surgen señales de esperanza: en México, el Colectivo de Personas con Discapacidad LGBTQ+ impulsa iniciativas para visibilizar la exclusión doble; en Brasil, la organización Vale PCD desarrolla proyectos de inclusión laboral y cultural; y en el Caribe oriental, el Proyecto LIVITY, de la Eastern Caribbean Alliance for Diversity and Equality (ECADE), fomenta la participación política de personas con discapacidad y de la comunidad LGBTQ.
La verdadera inclusión no se mide por las rampas, ni por los discursos de tolerancia. Se mide por la capacidad de una sociedad para reconocer la dignidad humana en todas sus expresiones, sin lástima, sin morbo, sin condiciones. No se trata de aplaudir historias de superación, sino de garantizar el derecho a una vida plena. Como dijo un líder caribeño citado por ECADE: “La inclusión no es un gesto, es una decisión moral y política”.
Este tema exige una conversación continental. América Latina y el Caribe solo podrán hablar de igualdad real cuando el cuerpo, el deseo y la libertad de las personas LGBTQ con discapacidad sean respetados con la misma fuerza con que se proclama la diversidad. Nombrar lo que aún no se nombra es el primer paso hacia la justicia. Porque lo que no se mide, no se atiende; y lo que no se mira, no existe.
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